El efecto tras la causa
Sobre Los Arlequines, de Ariel Rioseco
Pensando que todas las monedas tienes dos caras, imaginé que detrás de los dibujitos en las tiras de cómics, figuras de la televisión o héroes de la pantalla grande, estos tan nombrados personajes de ficción o entretención popular, podrían jugar con un sello distinto al común de los mortales, dándose por entendido lo poco convencionales que ya son por los menesteres que realizan a vox pópuli. De esta manera, el rol del personaje público y el privado, se entremezclan generando en el sujeto una pérdida de la realidad, un mundo alterno, un viaje sin retorno hasta las profundidades de sus vicios, vanidades o egos.
Pensando en esto surgieron Los Arlequines. Una serie de acontecimientos tragicómicos en los cuales, ellos, los “arlequines”, se ven envueltos con total indiferencia, en sus juegos de dos caras, donde el descontrol es la cualidad que determina sus conductas, dejando de paso al descubierto que todos, superhéroes y ciudadanos comunes, caemos en lo mismo, en el habitual de nuestras conductas y respuestas en medio del entorno infeccioso de nuestra sociedad.
En Los Arlequines se descubre la mascarada del cómo nos movemos cotidianamente, evidenciando que la locura alcanza para todos. Es el extremo al cual derivamos como una respuesta incoherente ante la instrucción permanente que nos prepara para ser esas pequeñas piezas que encajarán en el engranaje de una maquinaria gigantesca que está diseñada para favorecer a unos pocos sin importar el resto.
Dejo al lector, juzgue a su conveniencia y comodidad.
Saludos cordiales.
Poemas de Los Arlequines
Reminiscencias de C3PO
Cuando R2 se marchó
imaginé que mi cuerpo escarlata
acabaría esparcido por el viento y la arena del desierto.
En la estación
las otras unidades me lo dijeron,
pero no quise hacerles caso.
Sé que soy único en mi especie
porque mi creador así lo quiso,
pero también sé que esto a R2 no le basta.
Ahora que ya te has marchado, dime…
¿Qué le diré a Han?
Sé que Luke hubiese preferido que esto no se supiese
por el bien de la misión,
pero qué más puedo hacer cuando a la verdad
hoy estoy en uno de esos días.
En mi memoria aun resuena Edith Piaf
en el cuarto de aquel Hotel Estación,
pero qué sabes tú de amor
si sólo vives en pos de tus misiones;
y cuando me hablas luego de haberme amado,
lo que me das no alcanza
para satisfacer todos mis circuitos.
Dejé que tu voz encriptada
entrara completamente en mí.
desnudé mis estructuras;
dejé correr el protocolo por ti;
pero, amor…
Ahora que ya no estás a mi lado,
dime :
¿Cómo soportaré todo este frío?
¿Cómo manejaré el temor?
¿Qué haré con toda esta inmensa y despiadada soledad?
Arrebatos de un Colorado
Cómo no voy a estar de malas, carajo,
si resulta que se me ocurre perderme solo tres días
y cuando regreso me encuentro
con que el programa está patas arriba
y el elenco, vaya a saber en qué fiesta o cantina,
con la parranda hasta el cuello.
El Chompiras y el Peterete en fuga
después de un asalto frustrado…
Es que sólo a estas dos joyas
se les puede ocurrir entrar armados
a un cumpleaños en un asilo de ancianos.
Y la vieja zorra de Florinda
que se le antoja irse a Acapulco
con el ferrocarril parado ese
del Jirafales,
todo porque me tiré una canita al aire
con la rubia que da las noticias
de nueve a diez en GamaVision.
Y para colmo de mis males
a la bruta dela Chilindrina
se le ocurre quedar embarazada
del pingado del Chavo del Ocho,
cuando recuerdo que cientos de veces le dije
al mequetrefe ese: “si te vas a ir de tragos
deja algo para condones, mira que en cada ocasión
que te emborrachas acompañado,
te da por arrebatos a media luz
y donde toque no importando cuál sea la calle”.
Siendo el Chapulín Colorado, y como si no tuviese
suficientes problemas, mi esposa se va con otro
y tengo un embarazo precoz con uno de mis actores.
Ya con tratar de mantener el orden en la pantalla chica
me basta y sobra de siete a siete del día.
De botón, ahora mismo tengo que lidiar
con el panzón de Barriga, que si no le doy el aumento de sueldo
resulta que el muy perla se me va del programa y del canal.
Ahí mismito donde la ven, la semana recién pasada no más
me llamaron los ejecutivos del canal
para, entre los asuntos de actualización de contratos permanentes,
conversar el por qué dejo que el cuate de Barriga
se me suba por el chorro.
Si es que ya parece que el gordo me vio las barbas…
Yo les digo que aquí no pasa nada,
que está absolutamente todo bajo control.
Aunque la verdad es otra, porque ese gordo bigotudo
lo que en verdad quiere no es sólo un aumento de sueldo
sino que le dé la licencia para tener su propio y exclusivo
programa de nueve a diez.
Para colmo de colmos el bolsas de Kiko
viene de noche y se roba de mi tráiler,
con todo y sin anuncios, mi auténtico chipote chillón
y un frasco con pastillas de chiquitolina.
Después, de mañana, me llama como si nada
y con voz enturbiada para no ser reconocido
exige rescate en efectivo,
de lo contrario, no solo hará esto publico, sino que además
hará públicas unas fotos que también se robó
donde aparezco con mi chipote
en ciertas posiciones un tanto extrañas;
aunque creo que esto no viene al caso.
Pero es que… me pregunto yo
qué ha sido lo que yo les he hecho
para que me traten de semejante manera.
Hace unas cuantas horas me he enterado
que a la Brujadel 71 le dio por hacerse stripper
y no a solas ni en silencio,
sino con comunicado de prensa e invitaciones
al que, dice, será su debut en las tablas.
Lo tragicómico de todo esto
es que me pidió de favor que no la corriese del programa,
que esto del baile sólo lo hace para generarse en el mes
unos dolarcitos de más.
Pero cómo puedo aceptar semejante discurso
cuando de tres a cinco de la tarde
ocupamos en la TV todo el espacio infantil.
Y es que me muero de las iras
con tanto disparate que viene y viene,
mientras todo el elenco se la pasa de jarana en jarana.
Y es que, sin ir más lejos, la semana recién pasada
tuve que hablar de urgencia con mi abogado
para sacar a Don Ramón dela Penitenciaria
por ocasionar escándalo dentro de la misma cárcel.
¿Habrá visto usted tanta locura y descontrol?
Resulta que al caballero le dio, en un bar de maricas,
por decir que el presente era el más macho de aquella barra,
y entre el ginebra y el vodka, que en este país de meros machos
un gay no tiene inclusión ni cabida.
¡Vaya viendo usted hasta donde es que hemos caído!
En medio de la gresca que se armó en la disco
resultaron nueve arrestados y cuatro heridos.
Don Ramón, que es de duras fuentes,
se fue de golpes hasta con los gendarmes
a la llegada de madrugada en la Peni.
Estando ya dentro, en medio de las firmas y fotos,
tomó una escoba y le dio por la cabeza al Alcaide
que, aparte de no entender nada, se fue con un ojo en tinta
y los dos vidrios de menos en sus lentes oscuros.
Volviendo al problema más grave, debo hacer lo que sea
para que Florinda regrese al programa y a mi recamara.
Le diré primero que lo siento y, después,
que todo lo que vio en la prensa es mentira.
Luego le enviaré flores, junto con una invitación a cenar.
Hablaremos de un significativo aumento de sueldo
y, por supuesto, un viaje con todo pagado a Afganistán.
Que se dé una vueltecita por Ur de los Caldeos
y se tome unas fotitos en los castillos de Saddam.
De regreso prepararé un especial sobre ella en la TV,
con un homenaje soberbio a su deslumbrante carrera.
Luego le conseguiré algún premio fantasma
y le regalaré otro departamento en el D.F.
Con esto de seguro que todo se arregla.
De esta manera podré continuar medianamente tranquilo
la negociación que aún mantengo con los productores;
le digo a la rubia de GamaVision que nos tomemos un tiempo
mientras la marea baja, y yo me sigo haciendo el cucho
hasta la entrega en Los Ángeles de los premios Oscar
donde, de fijo, este año me anoto al menos de buena gente con dos,
y asunto arreglado, fin de la historia.
Pin Pon se fue a la guerra…
Arma en mano, entra Pin Pon al banco
y dos pasos adentro dispara al aire…
“Nadie se mueva que esto es un puto asalto.
Manos arriba los cajeros y todo el resto de cabrones al suelo”.
Si bien Pin Pon se desenreda el pelo
con peine de marfil,
no le faltan los cojones cuando se trata
de entrar armado hasta los dientes
en una sucursal bancaria
donde sabe que encontrará sangre,
dinero y espanto.
Auto en marcha y pañuelo en el rostro,
el Tío Valentín espera estacionado frente al Banco.
El lápiz gigante de Pin Pon
en su caja mágica guardado quedó,
junto a su caja de fósforos,
junto a su goma color pimentón.
De no ser por sus zapatillas marrón,
sus pantalones cortos y medias blancas,
nadie en el banco sabría que él es Pin Pon;
pero de pie sobre el mostrador
con un revólver en la mano derecha
y una granada en la izquierda,
la situación obviamente es otra.
Media de mujer sobre el rostro,
Pin Pon ejecuta sus maniobras de terror
en espera de las cajeras que llenan su bolsón colegial
con efectivo y caramelos de cristal.
En el piso nadie levanta la mirada.
Los guardias maniatados
no es mucho en lo que pueden,
bajo estas circunstancias, contribuir.
El Tío Valentín, afuera, en el carro,
se baja el pañuelo vaquero
con el que cubre su rostro arrugado
para fumar un cigarrillo
en la intranquila y larga espera
en la cual vigilante debe estar.
Por la calle, a esas horas de la mañana,
no es tanto el transito que lo altera.
Lo que en verdad le carcome los nervios
es la deuda de juego que ocasionó este exabrupto.
Después de cuarenta años en el medio,
con tanta fiesta y mujer en el camino,
ha perdido casa, trabajo y amigos.
La Televisión Nacional no lo quiere y la competencia,
después de tantos rencores y aflojes,
tampoco.
La consecuencia lógica de su vida disipada
lo condujo a las apuestas, el desenfreno
y una vida en picada,
donde el agujero de la desgracia
no tiene al parecer sosiego,
ni fin aparente.
Pin Pon, en tanto,
cuenta los segundos uno a uno
mientras mira cómo se va llenando de billetes
el baúl de sus sueños
con el que espera salir airoso de las deudas
contraídas gentilmente por su agraciado Tío Valentín.
Dos disparos más al aire
y ya avanzando sobre los tendidos y guardias
dos minutos y medio más tarde del ingreso,
camina de espaldas en dirección a las puertas de vidrio
donde cortésmente escrito está:
“Muchas gracias por no fumar”.
Se inclina y cual súbdito en la corte de Enrique VIII,
hace un gesto galante.
“Nos veremos muy pronto“, dice con voz media,
y tras un último disparo al aire replica:
“Al que me siga me lo echo de tres balazos”.
Salta a la calle entre miradas de tres cuartos
y suspiros de desespero.
Frente a él, Valentín sentado
conversa con una chica de falda corta
que asoma dos de sus atributos
sobre la puerta del conductor.
Pin Pon sube al carro con prontitud,
seguido por un derroche de billetes
que van marcando a espaldas
su camino de encantos, programas y vanagloria.
Asegurada la puerta entonces
le grita a Valentín:
“Rajemos, que esto se va a poner peludo”.
Arma en mano ,
y ya de camino a cualquier parte,
Pin Pon pregunta indignado
quien era la de las tetas grandes.
Valentín cambia la radio para poner otra música
y le contesta que no tiene la menor idea.
La vi cruzar la calle –dice-
y no pude dejar de alabar semejante belleza.
Pin Pon, que de genio corto siempre ha sido,
le grita diciendo que esto sí que le parece el colmo.
“Yo –continúa- me reviento la espalda
trabajando de nueve a nueve treinta
mientras tú te la pasas sentado escuchando la radio
y coqueteándole a cualquiera que te mueve el trasero
en medio de semejante crisis en la que estamos;
sin considerar todo el riesgo que este oficio implica”.
“Mira -contesta Valentín-, yo siempre he sido un profesional.
Preocúpate de la puerta hacia adentro,
que yo me ocupo de lo que ocurra de la puerta hacia fuera”.
“Con que sí -le replica Pin Pon-, pues bien, hijo de la gran puta.
En el asalto de las quince treinta, en Apoquindo, te bajas vos,
viejo cachondo, y ahí vemos cómo mierda terminamos el día”.
Veinte minutos y dos docenas de semáforos más tarde
Pin Pon baja en una esquina donde, entre autógrafos,
compra helados y sonrisa de lado a lado
regala no una, sino media docena de pastelillos
a los comensales allí presentes.
Si bien Pin Pon es un muñeco muy guapo y de cartón
que se lava la carita con agua y con jabón,
Valentín no rezará por él cuando la policía un día llegue
y lo coja con caja, piano y aserrín.
De día en día, y de asalto en asalto
todo lo que robe no alcanzará para pagar
el paquete de deudas que Valentín
se encarga de aumentar
cada noche de juerga con su sequito de mujeres,
o de mañana con los caballos en el Hipódromo.
Pero qué importa, dice Pin Pon,
si lo mas importante es lo que te queda en el corazón
cuando con mi bolsón en mano
entro en la casa de apuestas,
y veo el rostro del Comendatore
que espera los intereses con los brazos abiertos
a sabiendas que,
cuando las estrellas empiecen a salir,
Pin Pon se irá a la cama con ganas de dormir,
abrazado a su almohada
entre las melodías de sus cantos;
hasta que de improviso llegue Valentín
en total estado de embriaguez,
con dos de sus hembras macabras
con otra deuda a cuestas
y la idea de pasar en la mañana
de camino a la escuela
a un servicio de pagos o alguna sucursal bancaria
para que Pin Pon en vez de hacer sus deberes,
juegue y escriba con su lápiz gigantón otra delicada y bella canción
a punta de amenazas y balas…
a punta de sueños y escapes afortunados.
Por una cabeza… o la de un culpable
Esta es ahora mi celda;
pudiendo ser este
el primer día de una larga condena.
A Miami no podré regresar por un buen tiempo,
y de Barbados y sus paraísos fiscales
mejor ni hablar ni hacerse ilusiones.
Debo guardar silencio y esperar con calma
a que regrese más tarde mi abogado.
Si no callo… si hablo y desespero,
los responsables enviarán sus mensajeros
para hacer lo que prefiero en este momento
ni siquiera imaginar.
La policía me habló de activos y pasivos
mientras mi abogado me repite
que mantenga siempre la boca muy cerrada
y todo aquello que tenga que decirse, lo dirá sólo él.
Cuando digan por el altavoz “Profesor Rossa al estrado”
los fotógrafos harán su Agosto 21.
Tendré que hablar desde el estrado y, sin dudas, mirar al jurado.
Les diré que soy un buen hombre,
aunque dudo que esto me sirva de algo.
Pensándolo bien, mejor no digo nada
y mantengo la boca bien cerrada
como todo varón de fina estampa,
siguiendo el consejo de mi fantástico abogado.
Podría decir en mi favor
que yo no comercio con almas
ni le guardo las espaldas a nadie.
Pero no es tan simple esta parte,
pues los diarios dirán que soy un narco
y en la televisión que soy un gánster;
mostrarán las escenas del arresto en la tienda.
Saldrá a la luz lo de mi divorcio,
lo del choque en Recoleta
y mi relación con Marianne.
Y como si fuera poco, todo el mundo sabrá
lo de los elefantes que compró Guru Guru
para su estancia en Chicureo; donde además,
no bastándole con comprar media docena de jirafas autistas
se las dio de mecenas,
dedicándose a auspiciar a todo tipo de sujetos que,
por decir lo menos, resultaron sumamente sospechosos.
Ahora que lo pienso fríamente,
cuando recorran la estancia
encontrarán los restos que dejaron los leones
del cuerpo de un maltrecho domador de segunda
entre los otros huesos de animales
que servían de alimento a esos bichos en la alberca,
que desde el principio
me parecieron aún más extraños.
Nunca entendí ese regalo de los colombianos.
¿Quién en su sano juicio llega un día y, como si nada,
te regala tres caimanes y ocho cocodrilos?
¿Quién en su sano juicio querría a esos animales
a menos de dos kilómetros de su morada?
Porque si de gustos y excentricidades se trata…
¿Cómo explicar todas esas cajas que parecían sal
y que ingresaban día por medio en la otra finca del pajarraco?
Cientos de ellas almacenadas unas encima de otras.
¿Para qué?
¿Y por qué en cajas?
Lo bueno era que cada madrugada de sábado
llegaba un camión y se la llevaban toda,
entre el resguardo de casi una docena de guardias armados;
exageración, digo yo,
considerando que todo aquello sólo era cloruro de sodio.
Cuando Guru Guru me trajo este negocio
le dije que aquí había gato encerrado,
pero, como avestruz que prefiere esconder la cabeza en la tierra,
dejé que ese bicho emplumado me convenciera
de que este sí era un buen negocio.
Él y su amigo, el de Medellín, me hablaron de tantos ceros
que a medio camino de la plática,
ya estaba volando en primera clase hacia Miami.
Que de las cuentas no me preocupara.
Que de los egresos y pagos se encargaría un tal Manolo
-que vaya a saber de qué catacumba en deterioro
lo sacaron para sentarse en uno de mis escritorios-.
Cuando inicié este negocio
tenía la idea de esmerarme al máximo,
de la mano de Guru Guru;
que desde el principio del proyecto
me convenció de que él manejaría la parte comercial,
que no tuviera miedo,
que estaba acostumbrado a negociar con extranjeros
y que de flores, aunque no supiera mucho de ellas,
sabía perfectamente el mercado en el que entrábamos.
¿Cómo no vi todo lo que se venía?
Oh, Dios, ¿cómo no lo vi?
La verdad es que lo único que miraba
era la cuenta corriente que iba de aumento y sin sobresaltos.
Cómo no iban a sospechar de una florería en Peñalolén
que antes del año de ser inaugurada,
generaba utilidades para autos BMW y viajes a Paris.
Cuando iniciamos todo parecía fantástico.
Después del primer mes,
y como resultado de todas las negociaciones,
a Guru Guru se le ocurrió la brillante idea de entrar
en el mercado dela Bolsade Valores.
Entonces le dio por comprar acciones
como si fueran papas fritas.
No conforme con esto de IBM y Microsoft
continuó adquiriendo de Coca Cola y Sony.
Siguió con bonos al portador
y remató comprando euros en el mercado negro,
llenando una docena de barriles plásticos
que después enterró de extremo a extremo
por toda su propiedad.
En algún momento nos enviaron un asesor comercial
que provenía también de Medellín.
Recomendó dividir las utilidades y depositar un leve porcentaje
en un lugar llamado Islas Caimán, pero…
¡Qué sabían los tiburones de nuestro amor!
Cuando se inició el desfile de cajas
no imaginé nunca qué esto se convertiría
en girar y girar facturas todo el día.
Las cajas vacías llegaban en camioneta
y se despachaban llenas al terminar el día
cubiertas en unas fundas color amarillo patito.
Con el paso de las primeras semanas
me pareció extraordinario que vinieran tantos extranjeros
para comprar mis flores.
A los que nunca entendí fue a los rusos,
que siempre muy serios y de mal genio entraban,
cargaban todas las cajas en una Van,
y dejaban unas fundas negras
repletas de efectivo y cheques borrados al portador.
Sé que podría estar contando esta historia con flores y globos,
pero la codicia de Guru Guru no tuvo medida ni sostén;
porque no bastando con sus decenas de animales exóticos,
ni sus mansiones de mármol cultivado
en San Vicente o Chicureo, no tuvo ningún tapujo ni disimulo
en continuar con sus lanchas y yates,
que llenaba de rubias y morenas
que de económicas y feas no tenían absolutamente nada.
O de su debilidad por las reuniones sociales,
que de una noche pasaban a tres semanas,
y de simples fiestas a orgías y bacanales.
Pero qué digo, mi hermano, si en soñar y ambicionar
está solo en dejar la puerta abierta,
dejando que todos los apetitos entren
en tanto el resto que te rodea, sombrero en mano y desde el jardín
ve como las cortinas arden mientras la rumba continua adentro.
El día que llegó el inspector de Impuestos Internos
con media docena de policías,
imaginé que se trataba de un chiste o, peor aún,
de un error, porque… ¿cómo podría yo llegar a pensar
que semejante desfalco se daba en el cuarto trasero de mi oficina
donde ese sujeto que simulaba ser contador
emitía facturas con cifras y ceros
como si fuera challa en fiesta de año nuevo?
Resulta que ahora me acusarán de lavado de activos
mientras ese pajarraco de Guru Guru,
que es el verdadero culpable de todo esto,
estará plumas al aire tomando el sol en Jamaica,
con un cóctel en la mano y un celular en la otra;
sin la menor intención de contestar
si la llamada se hace desde el mío.
¿Cómo les hago entender a toda esta gente en el cuartel
que todo esto no es más que un mal entendido?
A fin de cuentas, yo no he estafado ni he robado a nadie.
Porque si de algo soy culpable
es de haber puesto mi firma en un par de papeles en blanco,
pecando de ingenuo.
No es posible que me carguen de 10 a 20 años de prisión,
si a fin de cuentas
yo siempre he sido honesto y he actuado de buena fe,
conforme a las leyes de los hombres
y a la moral de las buenas costumbres.
Por qué… me pregunto, habrían de darme diez años
si mi pecado sólo fue ser muy crédulo.
A fin de cuentas, y si lo pienso más detenidamente,
no deberían sentenciarte tan drásticamente
por vender solo flores y sal,
¿o sí?