Un lector, o más bien un comprador de libros (porque hay muchos lectores que no compran), se siente feliz cuando un libro cuesta poco y le gusta. El comprador, supongo, siente que ha hecho un buen negocio. Por eso me gustan las librerías con mesones de oferta. Más precisamente, me gustan los libros en oferta. No sólo porque son baratos, sino porque uno siente que le y se da la oportunidad con otros títulos y autores que, a precio “normal”, no llegarían a nuestras manos. Es el momento de abandonar los clásicos, los primeros lugares de los rankings, las recomendaciones de amigos (por lo general carísimas o imposibles de conseguir) y perderse en la obviedad, en el olvido, en el quiebre del prejuicio, o, en definitiva, en lo que Patricio Navia ha llamado “el triunfo del lector”.
Es lo que me sucedió con apuntes autistas, de Alberto Fuguet. A precio normal, jamás lo habría comprado. Pero estaba barato y dije… por qué no. Aún tratándose de Fuguet. El mismo Fuguet que tanto criticábamos en la Escuela de Literatura de la Universidad de Chile (donde los juicios son muchas veces más taxativos que juiciosos). Debo decir que Fuguet escribiendo ficción nunca estuvo entre mis favoritos, ni creo que lo esté de ahora en adelante. Tampoco Fresán. Tampoco Forn. Tampoco Loriga. Tampoco Easton Ellis. Por nombrar escritores contemporáneos que comparten ciertos recursos y temáticas. Sin embargo, debo admitir que la lectura de este libro, literalmente… me cautivó.
Finalmente Alberto Fuguet es un tipo querible. Luego de años de trasponer barreras, prejuicios, distancias de todo tipo, diferencias estéticas y otros asuntos de no menor interés (para el que suscribe), he logrado llegar a apreciarlo. Fuguet incurre en los mismos vicios que antes, pero menos; es menos ondero que antes y está menos salpicado de clichés, modismos e imposturas. Ahora, es un escritor adulto, más viejo, y eso, que no tiene nada que ver… tiene que ver.
apuntes autistas (Aguilar, 2007) es un texto extenso, público y, lógicamente, autorreferente. Es también un texto interesante, que atrapa, correctamente escrito (salvo algunos modismos que terminan siendo insoportables: “la tienen clara”, “escribir a lo”, “filmar a lo”, la ausencia o falla en el uso de conectores), y de contenidos con los que uno dialoga de forma permanente.
Fuguet expresa sus gustos, sus límites y establece lineamientos generales de su poética visual y de lectura. apuntes autistas es un libro sobre el viajar, sobre el permanecer, sobre los hoteles, sobre los slackers, sobre cineastas, sobre películas, sobre ver películas, sobre libros, sobre dónde y cómo leer… Fuguet prescribe y fundamenta. Defiende sus gustos y critica lo demás, no siempre de manera limpia o generosa (por ejemplo, Lars von Trier). En estos casos no parece demostrar un atisbo de piedad, tampoco de adultez, ni tampoco de solidaridad, ánimo de entendimiento, o exploración estética. Lars von Trier, qué duda cabe, no acepta el juego precario, adolescente o condescendiente, de contar historias de pé a pá. No es amable con los actores, mucho menos con los personajes, tampoco con la historia, el espectador o él mismo. Pero pongamos las cosas en perspectiva: Dogville es Dogville, Contra viento y marea es Contra viento y marea; y Los idiotas es Los idiotas. Estoy de acuerdo en que la impostura supera el máximo aceptable en Bailarina en la oscuridad (¡qué puede ser más insoportable que un musical!); sin embargo, su crítica supera el marco de la película objeto de la crítica y se transforma en un ataque personal contra un tipo disconforme, algo transgresor y de mala pinta, como Lars, pero, a la vez, uno de los pocos que propone juego, debate y discusión (qué lejos está von Trier, felizmente, de Tarantino). A los tipos así hay que cuidarlos, protegerlos y quererlos (a su manera, claro, quererlos escupiéndolos, probablemente, pero queriéndolos al fin y al cabo). Qué aburrido sería si todos fueran como Woody Allen (¿Matchpoint una obra maestra? Por favor…). En juicios como estos a Fuguet se le escapa el groupie que aún lleva dentro. Tampoco estoy de acuerdo en su visión sobre Sed de mal, ni sobre Welles; como tampoco en el empalagoso endiosamiento nacido en los Estados Unidos que se ha hecho de Charlie Kaufman (como comprobación basta tratar de ver por segunda vez ese bodrio, increíblemente aclamado por parte de la crítica, llamado Quieres ser John Malkovich).
Y así, suma y sigue. Uno podrá estar de acuerdo, o no, con Fuguet en sus apreciaciones. A cada momento, en cada párrafo, Fuguet obliga a adoptar una posición: “O estás conmigo, o contra mí”, pareciera decir, “Prefiero los escupos al olvido”, o algo por el estilo… Después de todo, Fuguet produce acercamiento o alejamiento (movimiento, al fin y al cabo), conversación, reflexión, disgusto o aprobación. Dando opiniones propias y ajenas, o acuñando grandes frases, también propias y ajenas. Él mismo dice que le encanta subrayar los libros y que disfruta –cuando firma alguno de sus libros- revisando las partes que el lector remarcó con lápiz-. Y yo, que pertenezco a la escuela contraria, debo confesar que esta vez me vi en la obligación de subrayar. Algunos ejemplos:
Viajar ya no es tan terminal y no requiere de valentía // La idea de ir a despedir a un viajero al aeropuerto ya parece una performance ligada al kitsch y a la vanguardia. Incluso aquel que decide emigrar o partir por un buen tiempo sabe que tan lejos no estará y que, aun así, podrá estar conectado de mil maneras digitales // Iyer cree que sólo se puede viajar a solas. Jamás en un tour, ni con amigos o con pareja. Aquellos que viajan con trozos de su casa a cuestas no están viajando, sino desplazándose // …la luna llena, roja, flotando sobre el lago, enfrentando el sol ardiendo que se niega a desaparecer (Fuguet sobre su viaje a Finlandia) // Una vez, con Iván Valenzuela, tomamos un tren desde Nueva York a Ashbury Park, New Jersey, un balneario tan decadente como nevado y vacío, sólo para sentirnos parte de una canción de The Boss // Ser viajero puede sonar romántico, pero es un lujo que sólo los vagos o los muy ricos o aquellos sin lazos ni responsabilidad alguna, pueden darse // Yo creo en las obras que me hicieron tener fe, que me hicieron creer que yo también podía, que no estaba solo // “Viajar no se compara con vivir. Viajar es como vivir a medias. Viajar es lo que uno hace cuando quieres dejar de vivir un poco” (Janet Malcolm) // “Pienso que la sala de un cinematógrafo es el lugar que yo elegiría para esperar el fin del mundo” (Adolfo Bioy Casares) // Un crítico sin espíritu crítico es un latero y, por sobre todo, un imbécil // Un tipo tartamudo, pálido, que se pasa todo el día en el cine, no se pone en la cubierta de un libro (Fuguet sobre Andrés Caicedo) // Lars von Trier es peligroso, un total impostor, y apoyarlo es trabajar para el enemigo (…) Von Trier no cree en la dignidad de sus personajes (…) Es un titiritero al que sólo le interesan los hilos y la opinión pública // Para mí el tipo más cool del cine, quizás mi actor favorito, el tipo que sigo sí o sí, es John Cusack. Más que un actor, es una moral, una forma de ver el mundo, a way of life // Por amados que puedan ser en Europa, Jim Jarmusch, John Cassavettes, David Lynch y Hal Hartley, por ejemplo, son todos yanquis, incluso cuando intentan no serlo // ¿Hay algo peor que las cintas de entretenimiento masivo francesas? // La basura literaria siempre es mejor que la basura televisiva // Quizás ése sea el secreto: saber cuándo mentir, cuándo inventar, cuándo optar por decir la verdad // La muerte le sienta bien a un escritor // Es impresionante cómo uno –sin querer- va cerrando su mente y empieza a encontrar bueno a Sandor Marai // Las cosas no cambian porque sí; cambian cuando uno logra cambiar. Y uno sólo cambia escribiendo, leyendo, filmando // Mi novela, como toda novela de iniciación, sería sobre un despertar // No creo en Dios, pero creo en Clint.
Fuguet es un narrador, qué duda cabe. Cuenta historias, despotrica, emite juicios de valor, ofrece detalles personales, familiares, sociales… todo esto en el formato que más le acomode en el minuto. Ahora, como el escritor que quiso ser, cree firmemente que debe contar cosas. Y quizás sea cierto; quizás todos tengan algo que contar. Fuguet, como todo narrador que no sabe cuál es su lugar, termina contándolo todo. Fuguet es más narrador que escritor. Fuguet es un tipo con suerte. Fuguet es un tipo esforzado. Fuguet es un tipo enfocado en lo que persigue –lo que sea que persiga-. Fuguet no soportaría siete años de silencio en un monasterio zen, pero sí encontraría cool que su cantante favorito llegara a hacerlo. Fuguet, o la eterna cadencia de aquel versus que confronta el gesto profundo y admirable con el gesto superficial que registra; ambos respetables per se.
Quizás sea ésta una conclusión tajante: respecto a Fuguet no es posible tener conclusiones tajantes, tal como se aprecian en los circuitos intelectuales, académicos o de escritores supuestamente “serios” –llámese escritor serio a escritor pobre, amargado, alcohólico, de izquierda y con final trágico; con o sin talento-. Fuguet, claro está, no pertenece a ese tipo de escritores. Fuguet se mueve, deambula entre lo anecdótico, lo profundo, lo superficial, el Apumanque de los 90s, California y el Paseo Ahumada; entre el registro, la historia, la marca comercial como adjetivo, Malibú como escenario, el Hotel City como set de filmación, su tío como personaje tópico, el cine, el ejercicio del cine, la literatura, el ejercicio de la literatura… y un mediano etcétera.
Como sea, es agradable sentir el choque de un prejuicio contra otro. Es una experiencia digna de observar y comentar. A partir de estas lecturas (relaciono acá último y primer párrafo) se rompe, se suspende, se sortea una barrera. Y, sin embargo, río y pienso, discuto y niego; a la vez sonrío y asiento, estoy de acuerdo, felicito. Fuguet en su máxima expresión. Fuguet como provocador, como crítico implacable, fan o comentarista. Fuguet como gran conversador. Fuguet como sujeto social, sociable, sociópata, egótico y con tintes mínimos de iconoclasta. Así como así, Fuguet como Fuguet.