Debo hacer una confesión: Pienso en ti. Quiero estar desnudo junto a ti besarte desde la punta de los cabellos hasta los dedos de los pies tocar cada centímetro tuyo con las profundidades de mi lengua, perderme en el paisaje de tu desnudez, llenarme de tu olor, beber tu sexo, tu boca, tus labios, hundirme en ti, unirme a ti desde un contacto físico carnal que haga hervir nuestras pieles y órganos y cale hasta los huesos.
Tengo ganas de hacerte cariño.
(Ortiz, Poemas sueltos).

 

 

PRELIMINARES
Juego de seducción

 

Me atreví a decir esto -o algo así- a Lisa, con vergüenza, aunque vergüenza no es el término exacto, pues decirlo fue una sinvergüenzura. Se lo dije tal y como está escrito, aprendida cada palabra de memoria, al decirlo me escuché como quien escucha una grabación desconocida y ajena, al decirlo, no sentí nada especial, no me ruboricé, sólo eran palabras, era algo que tenía que decir… si no, se convertiría en un tumor, en una tormenta mental que me perseguiría por años. Simplemente lo dije, parado en la puerta de su casa, a cierta distancia, sin siquiera decir hola, lo dije y estuve a punto de irme, pero ella me detuvo, ella me escogió, me cogió, y cariñosamente me llevó adentro, sin decir nada. Esa noche la pasamos juntos y nunca más la volví a ver.

Son extraños los cariños. Raros también. Es que son muchos. Son desde las caricias físicas más nimias y también los frotamientos que preceden, proceden y postceden al sexo, a hacer el amor, asimismo, son los sentimientos que preceden al amor, sin embargo, se puede “sentir” o “tener” cariño por personas, sin llegar al amor, siquiera al contacto físico, así como se quiere a un hermano, padre, amigo, animal doméstico, planta, o cosa inanimada, como tenerle cariño a un vestido, zapatos o alguna otra prenda de vestir que nos ha acompañado largo tiempo. No es lo mismo que el cariño que tenemos por un amante, potencial o posterior. Esos cariños son diferentes, teñidos por haber compartido cierto intercambio físico de energía de vida y un segundo eterno de placer que aproxima a la muerte. Nada más ni nada menos, sin embargo, algo que no podemos tener con un padre, hermana, sobrino, gato, gomero o zapato -excepto tal vez y sólo en los casos de incesto, pedofilia, zoofilia, fetichismos, florofilia, y otras filias, pero eso, como quien dice, es harina de otro costal; mejor le dejamos esa historia a algún narrador del tipo que cuenta historias mayores, o sea, ese es un tema para una literatura que hable de la muerte, de la guerra, de las familias y pueblos, del tiempo, del amor, del poder. Yo, breve y humilde, simplemente intento reflexionar sobre, alrededor de y ante todo descubrir, interrogar, aproximar y acotar la cuestión, la posibilidad de los cariños, y si es que se pueden tener con cualquiera, sin importar algunos tabúes histórico sociales. (Ortiz. Obras en suspenso).

Su padre que era militar se llevó a la familia muy lejos. Trabajo, nada que ver con los vecinos o el barrio o la hija. No recuerdo si nos despedimos. Ambos sabíamos que no estábamos enamorados, pero nos teníamos un cariño que necesitaba expresarse en esa acción física. Haberla acariciado es un recuerdo feliz. Imagino cómo será reencontrarnos, tal vez de manera casual, una tarde de invierno en una ciudad desconocida, los dos más antiguos entonces, pues nunca volveremos a ser tan jóvenes como lo fuimos esa noche de cariños, ambos con historia y quizá familias y seguro que muchas cosas más en la mochila de tiempo a nuestras espaldas. Estoy seguro que nos reconoceremos con alegría, con cariño. ¿Por qué elegí estas palabras? Pues no fui yo, eran las favoritas de Lisa, encontradas en un libro de poesía de un poeta no mucho mayor que ella, que nosotros, un joven que habitaba alguna ciudad perdida del país. No conocía estas palabras ni a este poeta antes de conocer a Lisa, desde entonces, gracias a ella y al cariño que le tengo, me interesé de manera diletante y despreocupada del poema, el poeta y la poesía. Fue así que conocí esta historia de un cariño que le pasó a Ortiz y que aquí voy a intentar contar, al menos en parte.

Para nosotros, digo, Lisa y luego yo a través de su generosidad intelectual en la adolescencia, descubrir a Ortiz fue descubrir la lectura y el placer del silencio. Descubrir asimismo que el placer sólo puede ser silencioso y secreto.

Como todo se vuelve imbricado y lleno de referencia cuando se habla de los cariños, -ya la afirmación de “tener” o “sentir” cariño es de una riqueza metafísica incomentable- es mejor estar atento a no desviarse del tema. Lo que me hace recordar dos historias. Primero, una cómica, que dice que un sádico es quien en vez de golpear, acaricia a un masoquista. Le “hace” cariño. Y luego una historia sufí que sirve para definir la palabra “baraka”. Un comerciante persa compra un juego de té de porcelana china muy caro y fino. Para jactarse de esto invita a un mulá a tomar té. Conversan sobre los temas que un creyente musulmán pregunta a un mulá. Luego del té, el guía espiritual se va sin decir palabra alguna sobre el juego de porcelana. El comerciante, frustrado, rompe la tetera jurando, cual creyente enojado, no comprar nunca más cosas chinas. Pasado un tiempo el comerciante muere y el mulá va a su casa para los ritos de rigor. Durante una pausa de té, el hijo del difunto, que había reparado la tetera china rota pegándola con paciencia, sirve té al mulá quien exclama: “hermosa tetera, ya la conocía de una vez que bebimos té junto a tu padre, entonces me pareció bella, pero no era tan perfecta como ahora… ahora tiene “baraka””. Esto viene a ser, una especie de espíritu, algo surgido de la integración del humano con alguna situación; puede darse en situaciones, cosas o con las personas, como el cariño. Además esto cuenta un poco del encanto que siempre han suscitado las bellas palabras llenas de historias, etimologías y otras cosas. Nótese, a la luz de lo visto hasta ahora, que tanto la historia del mulá como la historia actual son historias antiguas, tal vez muy antiguas, por lo que no corresponde hacer alusiones intemporales como señalar que a principios del siglo XXI nadie repara una tetera rota, simplemente se tira a la basura y se compra otra, aunque podemos intuir en esta historia una explicación de la mala reputación que tienen las cosas chinas, pero esas suposiciones no vienen al caso, a menos que desviemos la reflexión hacia la política, la economía, la historia, los gulag chinos, las familias que viven con sueldos de menos de un dólar mensual, la producción superflua, el veinte porciento de la población mundial con capacidad adquisitiva, la contaminación industrial y otros temas que en su horrorosa desigualdad superan ampliamente a los horrores de la guerra y a los abusos o “desviaciones” sexuales; pero no hablamos de eso, intentamos reflexionar acerca de, sobre y alrededor, en torno a los cariños, y de las personas, de quienes los viven y hacen posibles. (En torno al amor. Fragmentos de la intervención del -joven- poeta Ortiz en la mesa redonda que cierra los Coloquios de Nueva poesía).

Ahora, cuando el tiempo de esa primavera con Lisa ha terminado, y sólo me queda continuar la búsqueda de la vida continuada hacia el encuentro fortuito en una ciudad todavía no descubierta, puedo decir algo sobre aquel cuyo encuentro representó nuestra Piedra Rosetta y se convirtió en fetiche. Cierta fascinación o fanatismo por las palabras con eñe y las esdrújulas, arrastra a un poeta, Ortiz de seudónimo, a escribir poesía, en este caso, en español -o etíope que son las únicas lenguas que escriben la Ñ, pero las conflagraciones lingüísticas varían e incluso el hecho de señalar que escribir en español es escribir con eñe y en castellano es escribir más universalmente la lengua heredada por los españoles al mundo de habla hispana donde coexisten varios lenguajes, esa discusión, tampoco viene al caso… de nuevo: esto no se trata de palabras, -aunque sí-, sino de un hombre que, fascinado por las palabras, quiso ser poeta, pero entre medio o durante, le sucedieron cariños con una mujer, que nunca quiso ser musa y que tal vez acabó siendo artista -aunque podemos pensar que todo el mundo es artista desde cierta perspectiva que quiere ver la vida como arte-; historia tal vez parecida a la del sádico con el masoquista, en este caso, intercambiando roles.

Puede no ser muy diestro el escritor, además, guardar sentimientos de culpa hacia su nombre de pluma o su opción sentimental y romántica trasnochada de desarrollarse como poeta en los márgenes de la producción organizada de los trabajos literarios. Para ser claro: este poeta no publica, escribe poco, se contenta con leer a ritmos esporádicos, erráticos, gobernados por el ánimo y la coincidencia. Alguien que cree, más bien -a estas alturas de la cultura- en hacer de la vida un arte y del arte la vida, alguien que cree en la poesía… y en el cariño. Sin embargo, en esta cuasi libertad, en este diletantismo ilustrado, encuentra pasión y felicidad en las palabras con eñe y en las esdrújulas -lo de las esdrújulas seguramente es una pasión adquirida, copiada, a algún otro poeta, muy probablemente extranjero a su país y su tiempo. Como muchos poetas que habitan más desde el lado del contentamiento feliz en la lectura -siempre más feliz leyendo-, no alcanza a dar el salto paradigmático de convertirse en un escritor, en un poeta profesional, un tejedor, un hacedor de ladrillos de papel, y simple, alternativa, diminutamente, escribe un poema de vez en cuando y de cuando en vez. Poemas sin mucho sentido, que llegan a su mente y se materializan esforzadamente a pesar del desgano y el ánimo mínimo, en papeles… al encontrarlos el autor extrañamente vacíos en su singularidad de poema, complementa con una caligrafía azarosa, un dibujo que intenta ser fotográfico del ánimo interior del observador del paisaje. Así tenemos colecciones de poemas y, a un costado de las letras, imágenes de montañas, casas, carreteras infinitas, árboles antropomorfizados, animales domésticos, ganado de crianza, ciudades, coches, pies, personas atravesadas, estaciones de metro, trenes, aeropuertos, computadoras, mesas, reuniones, vasos vacíos, vasos llenos, vasos a medio llenar, vasos a medio vaciar, libros abiertos, pilas, libros cerrados, habitaciones en semipenumbra, equipos radiofónicos, televisiones, cámaras de fotos, manos, lápices, plumas, camas, desnudos, semidesnudos, sillas, retratos de escritores. Debemos detenernos un poco y decir que la poesía inconclusa de este autor es, en general, una poesía de la cita, y sus poemas llegan generalmente cargados de una cita, referencia a sus lecturas y autores atesorados, los amigos de escritorio. A veces se pregunta o cuestiona radicalmente el tener una biblioteca, ¿Tener o no tener una biblioteca?

Esta es y no es la historia de la literatura y la poesía que construye e intenta construir este poeta amante de esdrújulas y eñes, una historia de amor que le sucedió un día por una invitación extraña, serie de coincidencias irrepetibles sin embargo, tan comunes, como un cariño. En algún momento de su vida este poeta fue conquistado por un amor idealizado que era mucho mayor que él mismo y que él, que su biblioteca, por supuesto -no sabemos si tenía-; cual poeta romántico enamorado del amor agrandaba a dimensiones épicas este embelesamiento cuasi adolescente, este estar prendado baboso tan mortalmente común en los parnasianos de todas las épocas incluso antes de la época parnasiana. Brevemente: estaba más enamorado del hecho en sí de estar enamorado que de la mujer sobre la que proyectaba ese amor en su imaginación: infinito, ideal, perfecto. No hablaremos aquí -todavía- de la mujer víctima de esta idealización, pues seguramente ella, como cualquier víctima de este tipo de tiranía emocional unilateral abusiva, no estaba muy feliz de recibir este tipo de amor platónico, desprovisto de carne , sudor, sangre, constituido de tinta, imaginerías, esdrújulas y eñes en demasía. Diremos, eso sí, en defensa de nuestro poeta, que él era, en esta relación, un sensual, cuando, al contrario, su amor idealizado, era una mujer sexual.

 

SEGUNDO ACTO
Escamados

 

Coincidamos: las personas no son necesariamente de una forma única, establecida para siempre jamás, sí se manifiestan con patrones repetitivos y, en una relación, suelen adquirir roles, los que serán, en principio, exagerados. Eso sí, las relaciones únicas, dobles, triples, cuádruples y así hasta el infinito, conforman combinaciones a su vez infinitas de los pares sexual-sensual, así como 0 y 1 constituyen la base repetida hasta el comienzo sin final de todos los programas de computadora. Como esto no es matemática no diré nada del 0 o del 1, aunque sí algo del binomio sensual-sexual. Los sexuales, en diversas medidas, buscan una validación práctica de sus sentimientos, se sienten atraídos por las formas, están muy centrados en la autosatisfacción inmediata, (muy similarmente a los usuarios de computadoras, especialmente a los jugadores, pero esto bien puede decirse de cualquiera -no intenta denostar a un segmento que tiene acceso a comunicaciones masivas de tercera generación por interesarse más en juegos diseñados de acuerdo a modas y dudosos criterios de habilidad definidos por el mercado- simplemente hacer notar que cuestiones compuestas de 0 y 1 valen hoy más que, por ejemplo, libros con historias echas por humanos desde el confín más recóndito de la historia, y así mismo hacer notar que en el espacio de 0 y 1 que contiene un juego de alta tecnología bien caben varios miles de libros y bibliotecas… entonces de nuevo ¿tener o no tener una biblioteca?¿digitalizada o impresa?). En cambio, los tipos sensuales son gobernados por los ánimos, las atmósferas, creen en los sentimientos como una forma de telepatía, y están dispuestos a sublimar sus deseos en función de la satisfacción del otro. (En torno al amor. Fragmentos de la intervención del -joven- poeta Ortiz en la mesa redonda que cierra los Coloquios de Nueva poesía).

Recuerdo lo último, tal vez lo único, que me dijo el padre de Lisa, así como me acuerdo que trabajaba en investigación parapsicológica militar. Hablábamos de la poesía de Ortiz, claro. En ese tiempo sólo hablábamos de eso.

“Decididamente aquí podemos establecer una línea. Aunque varios experimentos recientes en Neurociencia (no preciso qué época del desarrollo de la Neurociencia ocurría en ese tiempo… como buena ciencia, siempre tendrá una definición funcional de “mente” y una respuesta incompleta al problema de la “conciencia” -como se ve, los problemas, mejor ni verlos-) demuestran que los estímulos de la imaginación (¿la conciencia, la mente?) sobre el cerebro (¿la mente, la conciencia?) imprimen resultados similares a los estímulos reales. No quiere decir que jugar a un simulador de vuelo produce los mismos efectos que volar un avión, pero se parece mucho y a nivel de estímulos eléctricos medibles en la corteza cerebral, es equivalente. Más sorprendente es cuando se demuestra que mover una extremidad con el cerebro es asimismo equivalente a moverla efectivamente, ahora no sólo en el cerebro sino que en el sistema nervioso, lo que explicaría, en parte, el fenómeno llamado del “miembro fantasma”.

Entonces no lo entendí. Ahora que pienso en el avenir de Lisa imposible no rastrear automáticamente todos los recuerdos ligados a ella, y esta única memoria de su padre hablando cala hondo como una pista de lo que podría haber sido de ella, y lo que siento en mí que ella y nuestro cariño es, un espectro, un recuerdo de algo hermoso que pasó y si bien pudo haber continuado, al ser amputado traumáticamente se mantiene espectral, penando.

Sigamos pues, la reflexión. Imaginemos el siguiente cuadro. Una cita una tarde de primavera entre sensual y sexual. Sensual piensa ir al cine, después beber vino en un local silencioso, callado, no muy concurrido, a continuación volver a casa con una larga caminata disfrutando del atardecer primaveral, contemplando copas de árboles mecidas por el viento, escuchar pájaros cantar, deleitarse en la contemplación de una curiosidad nimia en la calle, entrar a casa y leer poesía amorosa a la luz de la chimenea, desnudarse lentamente, cuerpos amantes que se contemplan amorosa y largamente en la semipenumbra de velas y brazas, beber un poco más de vino, tocarse largamente, empaparse de los olores y sabores de uno y otro, terminar la velada en una relación lenta y cuidadosa, más llena de caricias y besos que de penetración, pornografía y satisfacción. Esto no termina entonces, (aunque para algunos pueda ya ser, en este momento, una pesadilla de aburrimiento más al lado del 0 que del 1, de nuevo la cuestión de la biblioteca y ahora del doble ¿por qué no digital e impresa?… cuestión mortal, esdrújula, candente, casi como hablar de sexualidad, guerra o política), debemos comprender que sensual piensa además en la mañana siguiente, desayuno en cama, continuación de caricias, discusiones profundas sobre el amor, los universales de la belleza cantados en largas odas, baño de tina juntos, masajes y otras sensualidades que dependerán de la disposición del sexual. Al contrario, Sexual, especialmente en una primera cita, piensa en un paseo, no demasiado largo, al cine, un filme de moda, no demasiado largo, y que cumpla sus intereses profesionales – una película que todos han visto en su trabajo, por supuesto, va al cine para completar otros intereses, no sólo ver a sensual siempre de negro y mal arreglado a perpetuidad, que por un lado le parece más que algo simpático, algo “curioso”. Después del cine querrá visitar un bar a la moda, beber varios cocteles y conversar de cosas que le procuren placer y sobre las que pueda expresar opiniones taxativas, convulsivamente conversa por teléfono, envía mensajes para quedar en reunirse en un club de baile, quiere pasar bailando toda la noche (más cercana al 1 que al 0, claro, en un celular caben varias bibliotecas y, hoy, “videotecas”, palabra no muy elegante, “colección de películas” responde más a lo que diría la academia, pero ya vemos las diferencias, y ni decir de las complejidades…). Si sensual decide continuar, en dependencia de la noche, terminarán bailando largamente para acabar sudorosos, ahumados (si fuera un club para fumadores, que hoy por hoy es cada vez menos común, la política…), borrachos, a medio amanecer, hora de la mañana en que los estacionamientos de moteles y los miradores de la ciudad se llenan, por último arrendando pieza en alguna “pensión” cercana al club, digamos, entrando casi a empujones a la habitación, tirando, cogiendo, culiando, fornicando semivestidos, arrancándose las ropas, rasgando botones rabiosa, desesperadamente, como quien come con hambre furiosa, ensayarán posiciones acrobáticas pero no en demasía, verán las películas porno rayadas y repetidas del motel, gritarán fuerte, se besarán con frotaciones rápidas y ansiosas por todo el cuerpo, utilizarán 3 o hasta 10 condones, beberán más entre relaciones, despeinándose ansiosos, tal vez comiendo algo para recuperar fuerzas… después de una ducha por separado se despedirán sin demasiada ceremonia en una estación de bus o de metro, o en un taxi. En ambos casos, para ambas perspectivas, las caricias son un aliciente necesario y diferente a acariciar una tela o un teclado de computador, o para el caso, jugar un juego en computador. (Ortiz. Obras en suspenso).

¿Qué pasó con la historia de amor de nuestro artista y la musa, de nuestra musa y el artista? Pues ambas cosas, en orden cronológico similar, además, ambas situaciones entremezcladas, el lector puede combinarlas como desee, lo importante es realizar que, más allá de las diferencias caracterológicas, ambos personajes encarnados en Ortiz y su musa vivieron una rara coincidencia en la que alcanzaron a convenir un acuerdo que representaba una satisfacción para los impulsos de cada quien. O sea, podemos pensar que tuvieron una cita donde aparecieron los estímulos imaginados de ambos y se cumplieron más o menos las expectativas de cada quien. Vivieron una cita real (¿mente, conciencia? ¿0, 1?) que para cada quien pasó en realidades distintas (¿1,0? ¿conciencia, mente?).

No podía durar mucho tiempo, y no duró. La musa tenía su vida ocupada, sus ansias de amoríos nunca satisfechas por el artista, quien necesitaba un arquetipo para dibujar en letras, con quien poder hacer largas caminatas que les separaran del mundo rápido de la interconexión hiperactiva. La mujer necesitaba un hombre grande y fuerte que la hiciera sentir pequeña y deseada, no amada, sino deseada de manera instintiva y animal. Sin embargo se llevaron bien durante algún tiempo. Advino una ruptura civilizada en la que no faltaron engaños, chantajes emocionales, malos entendidos, ácidas discusiones, declaraciones de insatisfacción mutua, todo bien contaminado con esos universalismos generales donde los amantes se llaman entre ellos “es que tú siempre” y “es que tú nunca”, pudieron continuar habitando cada quien su esquina de realidad robada al mundo de sus ocupaciones, cada uno con sus versiones adaptadas y verdaderas de sus vidas y relación. Durante algún tiempo, a pesar de que cada quien mantenía amantes mas o menos estables, continuaron durmiendo juntos, esporádicamente, como hacen algunas parejas que se habitúan a sus olores y caprichos y que todavía se tienen cariño. Volvían a asediarse, negándose al término de esa relación. De estas noches compartidas con desayunos poéticos y fiestas locas, nació por coincidencia auspiciosa una niña que la mujer insistió en mantener a su lado y a quien el romántico nunca negó. Por supuesto, la gestación y alumbramiento acabaron con toda intimidad posible y precipitaron a la pareja a un funcionalismo económico en salvaguarda de la criatura dividida entre estos dos padres dispuestos a compartir cariños y fines de semana.

El poeta hubo de decidirse por una actividad lucrativa, pues aunque ya había dado el salto y se había convertido en un “poeta publicado”, o poeta público, la venta de los libros de poesía no era muy remunerativa. Escogió la fotografía digital, que le reportó éxitos profesionales y situación estable, además de una biblioteca multimedial importante -biblioteca al fin y al cabo-, mientras, la musa desarrolló una carrera profesional brillante en el área de conserjería y asistencia social. Ambos fueron olvidando aquellos detalles que los separaban y fueron acostumbrándose a sus otros, emprendiendo una vida feliz, esdrújula, repleta de eñes.

Esta es y no es la historia de la niña que nació de la unión, ni menos de la unión, que sería algo así como hablar de los universales masculino y femenino, de la consagración a la semilla que puede surgir de una unión; es la historia de la poesía amorosa de un sensual en relación a una mujer sexual, de las repercusiones que esta historia de amor pudo tener en una poesía incógnita, secreta, en los juegos de video, el desarrollo del problema de la conciencia, el avance hacia una definición aceptable e instrumental de mente, la digitalización total de los libros y bibliotecas en el mundo para su conservación, venta, difusión; la política, economía, sociedad, historia: del sexo, tabúes, transgresiones. Es la historia de los cariños… cariños que tuvieron uno con y hacia otro, la musa y el poeta, cuestión doble de la que aparece una tercera; espada de Damocles o puente entre dos miradas… entendido que a partir de este hecho singular y aparentemente nimio, la división ya incierta de sensual-sexual (mente y conciencia, 0 y 1) empieza a hacerse nebulosa entreambos pues cada quien, a propósito de la conflagración temporal 1, 0, 0, 1, conciencia, mente, sexo y sensualidad, pasan a ser en sí mismos estos opuestos -no es que antes no lo fueran-, mas o menos unificados, más o menos basculantes… así también, esta será la historia de la niña, o de aquello que nace de los cariños. Y cuando algo nace, es que algo muere también. Como bien sabemos, la muerte no es el fin y sí es el fin. No siendo y sí siendo el fin, será también principio. Así pues, acaba la historia y comienza la historia… historia imposible de leer y escuchar, más sí posible de ser contada y escrita.

 

CLÌMAX
Geoclimática de alcoba

 

Es una historia en que nos podemos referir, ahora, en esta parte, a la mujer sexual. Una tarde en que cenamos con unos amigos en un artístico restaurante, pleno de caligrafías y jardines japoneses en el que vendían comida deconstructiva, mezcla de alta cocina francesa y gastronomía clásica japonesa, escuchamos la historia, sobre escuchada por entre y encima de las mesas, un murmullo, cual musa que habla al poeta. La historia empezó por señalar que no le simpatizaban mucho los japoneses, algún fantasma o yokai que la perseguía a la hora pasada la medianoche, que es, según los japoneses, la hora en que los duendes que nos habitan vienen a ocupar nuestros sueños. Yo también tengo mis pesadillas, así que escuché a la musa contar su historia de amor, muy divertida, llena de detalles sobre las pequeñas manías sexuales que puede tener un sensual. El mundo seguía su curso, sólo yo escuchaba. Es bastante inusual escuchar las confesiones del himeneo de una mujer, no podía insistir en preguntar más allá de lo que ella quiso contar, además, al poeta lo conocía sólo por su obra, que me parece interesante, pero, como hemos dicho, plagada de esdrújulas y eñes. Entiendo ahora que esta historia se contaba para ahuyentar fantasmas y confesarse con alguien.

Lo interesante en el relato fueron dos cosas. Primero, un viaje sentimental que tuvieron los amantes a poco tiempo de iniciada la relación, y luego, un truco que yo sabía podía ser llevado a cabo por Jean Cocteau y William Burroughs, cuestión que atribuía a las adicciones a los opiáceos de estos últimos, pero, como aseguró la fémina que relataba, este poeta, nuestro poeta, Ortiz de seudónimo, el gran poeta eñesdrújulo, no compartía las adicciones de los últimos, pero sí la característica o habilidad sexual de ellos. La compartía pero hasta donde se sabe, la demostró sólo una vez, en una especie de conjuro u acto sicomágico que paso a relatar y, como veremos, cambió todo el destino de la relación e incluso pone en duda al tiempo (otro tema que explica en parte, la manera en que se desenvuelve la relación sexual-sensual).

Empecemos -otra vez- por el viaje sentimental. Un largo viaje en bus, un viaje nocturno, en el calor del verano, rumbo al norte o al Sur, poco importa, atravesando un desierto, una montaña o una selva… eso sí, tiene que ser a través de una naturaleza salvaje, alejándose de las grandes urbes. Los amantes, completamente vestidos, tenían a mal conciliar el sueño en un aparato en movimiento que rodaba sobre una eterna línea blanca en dirección hacia una negrura incierta. Así pues, leía el uno, escuchaba música la otra. Ya en el tiempo que llevaban como pareja sabían de la creencia en la telepatía y en la fuerza del amor compartido en la que el poeta creía con fervor religioso alimentado por lecturas de Wilhelm Reich, Alexander Lowen, David Boadella. Habían hablado, en la cama, restoranes, transportes públicos, salas de espera, fiestas, cócteles, reuniones familiares, parques y poblados, sobre todo tipo de temas, de computadoras y otros chistes mecánicos, de política, vida y familia, de economía, necesariamente, de historia, educación, de sus educaciones y sus historias, hablaron del cuerpo coincidiendo que sólo de eso podían hablar, hablaron de libros y se miraron las bibliotecas y compartían bibliotecas, digitales, impresas, colecciones de música, colecciones de películas… de lo último que hablaron, después de mucho tiempo de hacerlo, fue de sexo. No de antiguos amantes sino del sexo que estaban y cómo lo estaban teniendo. Les gustaba y creían que podía ser mejor. Consultaron manuales, consumieron afrodisiacos, ensayaron masajes y ahora, decidieron probar fusiones energéticas.

El bus, pues, les sirvió como pequeña cápsula de experimentación. Concentrándose ambos fuertemente, simplemente se acariciaron las manos, las puntas de los dedos primero, las palmas luego, hasta sentir un calor casi colorido saliendo de sus extremidades. Cerrando los ojos, inmersos en un trance entre sueño y vigilia, mecidos por el vaivén del motor diesel del inmenso bus, ensayaron a sentirse, apenas tocando, los vientres, con esas manos cálidas, y dormir, salvo que el sueño vino a continuación de súbito, mezclado con música de jazz y “las flores del mal”, volviéndose más y más vívido. Según relató la mujer sexual, y por su tono de voz y la dilatación de sus pupila se adivina que en sólo relatar esto revivía intensamente las sensaciones cuasi místicas del momento, el contacto de las manos en los vientres produjo un intercambio inesperado de energía y de espacio. De pronto, los amantes ya no estaban atrapados dentro del bus, sino que eran el bus moviéndose en la noche imposiblemente negra, cortando a velocidad súper humana la oscuridad, ella escuchaba los versos de Baudelaire que le eran repetidos sensualmente en el oído de la mente y todo tenía un fondo de jazz lento, pegajoso, casi eran una sola mente elevada varios metros por sobre la atmósfera para acoplarse al movimiento de las estrellas sin dejar de rodar por la nocturna carretera desértica. Y sin embargo dormían, y sin embargo tenían un orgasmo, tras otro orgasmo, tras otro orgasmo, y eran orgasmos compartidos a un nivel inesperado, según la historia, ella podía saber y conocer las imágenes que él se hacía en la mente y él lo que ella fantaseaba, siendo esto sólo una pequeña parte del paisaje, sus sexos bullían, el poeta tenía mil sexos y la penetraba por todas partes, ella era todas las bocas del mundo y lo besaba con tal pasión que lo tragaba y deglutía infinitas veces en cada instante.

Así acabó el viaje, dejándolos abandonados en una perdida caleta de pescadores a la que llegaron marchando callados, ambos sabiendo ahora más cosas sobre el otro, pero sin querer hablar de estas intuiciones, mudos, sobrepasados por el impacto oceánico. Llegaron a la playa, se desnudaron, se peinaron los sexos tendidos al sol y se bañaron hasta la noche, hicieron una fogata, miraron el atardecer y a la luz de este fuego, el poeta le contó el truco de Cocteau-Burroughs. Ella, más dispuesta que nunca a creer y experimentar cosas extrañas, quiso verlo esta vez. Todavía compartían el sabor de haber tenido una relación sexual completamente vestidos en el bus, o algo distinto, una relación y un viaje hacia esferas sólo intuidas por los místicos. El hombre se tendió en la cálida arena cuan largo era, sus brazos completamente estirados sobre la cabeza, sus piernas relajadas casi enterrándose en la arena, cerró los ojos y ella pudo observar fascinada como su sexo se erectaba, luminoso, y vibraba sin que el hombre lo tocara. Todo enmudeció, ella no quería romper la concentración. Y sin más, el artista eyaculó una leche blanca y tibia que se elevó por algunos instantes suspendida en el cálido aire de la playa, de la noche, de la fogata, de la mujer desnuda que después, cuando miró al hombre, lo vio envejecido, agotado. Se durmieron callados, nunca volvieron a hablar de eso con nadie. Hasta que ella habló en el restorán para ser escuchada por alguien, confesando que esa masturbación Cocteana-Bourrougsiana del hombre había cambiado todo, que hasta antes de ese detalle, ella pensaba que podría amar al poeta para siempre jamás, pero que después de eso, el artista cambió, como poseído por una debilidad o una falta de fuerza que le impidió amarlo. Pero desde entonces, dijo riendo, recuerdo la intensidad del viaje, y nunca he vuelto a tener un orgasmo con la ropa puesta.

Es una buena historia, pensé, tal vez algún día alguien la escriba. Pues tendrá que tener esdrújulas y eñes, por favor, creo que escuché una voz decir casi en un susurro desde el éter. Era ya bien entrada la hora de los Yokai, de los duendes, o del boeuff, así que tomé mi paraguas y salí a la lluviosa calle. No quise hacer esta pregunta, que hago ahora al lector: ¿es que acaso lo que acabó con la relación fue pensar en esos cariños invisibles que el poeta -un sensual- compartía con las fuerzas de la naturaleza, o las que fueran, o el hecho de que la mujer -sexual- se sintiera separada del placer de la pareja y de la posibilidad de relacionarse con caricias, como hacemos los humanos? Es bien cierto que frente a historias como estas se impone simplemente aceptar la confesión de manera agradecida, y no decir más. Pero esta no es una historia de preguntas que pueda terminar con una simple interrogación metafísica sobre los intrincados designios y hados que permiten y acaban las posibilidades de los amores y de las parejas. Esta historia, hasta donde puedo contar, concluye con un cambio y con la pregunta que surge de este cambio. Veamos e intentemos adivinar.

Algunos años después que esta mujer contara su historia, yo la había olvidado completamente, así como había perdido la pista del artista poeta fotógrafo que en mi imaginería había derivado de lector de malditos y beatniks a místico integral con influencias de José Arguelles, Ken Wilber y Man Tak Chia; y esta exitosa ejecutiva de lo que fuera un gobierno dirigido por empresarios tecnócratas, para mí, había permanecido en una carrera funcionaria bien encaminada hacia las asesorías internacionales multimillonarias y la crianza sobrevigilada de una hija única. No sabía ni sé más. Pues, una buena tarde, visitando una ONG centrada en el desarrollo de la permacultura, me cruzó de nuevo esta historia. Encontré en la sala de reuniones donde esperaba a la directora, un libro de fotografías firmado por el artista Ortiz. Un libro con varios años de publicado, que además abarcaba un espectro de intereses desconocido e inesperado para mí, que catalogaba al autor de sensual. El volumen era un típico libro de fotografías auspiciado por grandes compañías mineras -gran formato, tapas gruesas, papel plastificado muy colorido, grandes logos de gobiernos corporativos, nada que ver con las publicaciones de los ambientalistas que en todos lados certifican su ecologismo militante. El libro destacaba las bondades de la explotación de glaciares y otros recursos mineros en Asia, África y América, mostraba las obras caritativas bien cuestionables de estas multinacionales mineras. Además, señalaba como año de publicación el momento álgido en que estallaran las guerras del oro azul. Tenía una dedicatoria al menos comprometedora. “Gracias por esa noche, tuyo, O”.

Casi un crimen… el libro, digo, fue el comentario de la ecologista a mis espaldas, quien además emprendió una diatriba muy inusual a propósito del autor, que el tipo era un cafiche, movido por fama y poder, un viejo verde interesado en el dinero y en el sexo con adolescentes, un pedófilo corrompido por el sistema que pensaba siempre en él, en el dinero y sólo en el dinero. Era difícil pensar a un eyaculador místico como alguien que ha derivado en un productor cultural neoliberal exitoso empresario productor de sitios de internet pornográfico… ¿qué habrá sido de su antigua pareja, mujer algo mayor y con nostalgias cósmicas? Pues si mi intuición es en algo acertada, debiera ser algo similar a una caritativa hermana en algún leprosario de América central o África, o tal vez una monja budista en India, ¿quien sabe? ¿Pueden los cariños, los contactos a veces más inesperados e inexplicables, cambiar el trazado y las formas de expresión de nuestras pasiones, de nuestras naturalezas, de nuestro relacionar? ¿Qué pueden los cariños? Tal vez la musa había muerto en las grandes sequías, algo debía haber convertido al poeta. Algo que seguramente había convertido a la musa. O tal vez nada había pasado salvo el tiempo implacable de los movimientos sociales y las guerras capitalistas en que todos nos vimos involucrados y sufrimos.

Veo que conoce al poeta, dije, todavía de espaldas a la voz femenina que me habló para terminar la historia de Ortiz… Fue un poeta; durante la adolescencia, ¿quién que es no es poeta? Asentí, reconociendo en esa voz un simple giro del destino.