Siempre Recordando el dolor.

Lloro cercenado, mis brazos, mi hígado.

Lloro decapitado de los hombros.

Mis párpados, lloro también mis párpados.

Y por último arde la piel.

Adiós le tengo que decir a mis ojos y a todo lo demás.

Estoy atado, demasiado atado.

Hoy estoy demasiado atado.

Me pierdo entre las cuerdas que me aprietan hasta cortar la circulación.

Estoy muerto, demasiado muerto.

Me encierran en un ataúd.

Me enferman todas las cosas.

La gente, sus autos, sus casas.

El tiempo prolongado por el que existen.

Me enferman los vientos, los árboles que se mueven con ellos.

Me enferma todo lo que se mueve.

Estoy muerto, demasiado muerto.

Y estoy aburrido de seguir pensando.

Quiero desvanecerme, desvanecerme.

Y que bailen sobre mi tumba.

Siempre recordando el dolor,

No paro de llorar azufre.

 

Decepción acerca de mí.

La rabia, asquerosa como siempre,

se mantuvo fastuosa en el tormento mío,

de agonizar más que ningún otro, morir constantemente.

Yo no sé por qué se le ocurrió aparecer ahora,

si todos los malditos días estuve feliz, o por lo menos eso creía.

Y todavía crece, y se hace más negra,

haciendo insoportable los dolores de cabeza que me despiertan en la noche

(ganas de querer sacarme la mandíbula,

de parar el flujo de sangre que sale por la nariz.

Un tirón constante debajo de las entrañas que me invalida).

Supongo que de tanto arrancar tenía que salir,

un tropiezo fatal cuando me perseguía,

y desde ese momento en adelante todo es decepción acerca de mí.