La búsqueda del padre ha sido fuente constante en la imaginería de la literatura universal. Tan sólo basta recordar La Odisea, en donde Telémaco va en busca de su padre Ulises tras largos años de ausencia por mares y costas peligrosas; o Pedro Páramo, en donde Juan Preciado le promete a su madre en el lecho de muerte que buscará a su padre en un pueblo fantasma para reclamar lo que les pertenece. Tal vez la alusión al clásico libro de Juan Rulfo no sea del todo aleatoria, si pensamos que lo que busca Ree Dolly, la protagonista de «Winter’s Bone» , es algo bastante parecido a un alma en pena, un fantasma que no deja descansar en paz a sus congéneres.
La historia es, a grandes rasgos, la siguiente: Ree Dolly (Jennifer Lawrence) es una chica de 17 años. Vive junto a sus dos hermanos menores y su madre, una mujer con rasgos cercanos a locura, en un pequeño pueblo de Missouri. Es un lugar inhóspito y frío, con condiciones cercanas a la inopia: apenas un caballo que no pueden alimentar, una pequeña cabaña de madera, y las privaciones generales que los hace vivir el día a día sin otro afán que matar conejos en el bosque con los cuales poder alimentarse y cortar leña para guarecerse del frío. Algo parecido a nuestro Aysén y sus escasez crónica que cada día resuena en nuestras conciencias.
¿Las cosas pueden ir peor? Sí. Ree recibe la visita del sheriff que les informa que su padre, un hombre drogadicto y ausente, ha sido acusado de trafico de “crack” por el tribunal del condado, saliendo bajo fianza bajo la garantía de la casa como forma de pago en caso de que desaparezca. Ante esta dramática situación, Ree decide ir en busca de su padre para evitar el embargo del hogar que cobija a su disfuncional familia. En medio de esa búsqueda comenzará a conocer el lado más oscuro del pueblo en el que habita: todos conocen al hombre que ella busca, pero nadie admite haberlo visto o, definitivamente, advierten de la posibilidad cierta de que haya muerto. Ella no se deja abatir y advierte los engaños, las mentiras y la violencia de la que es víctima como una forma de amedrentar el descubrimiento de la verdad de los hechos.
Todo esto haría pensar que estamos ante un thriller policial o de suspenso, pero en realidad la película se adentra en una zona bastante más turbia: se trata de poner en evidencia la recóndita forma de vida que se halla en esa “Norteamérica oculta”, sacar a la luz esas comunidades interiores que habitan no ya en el “sueño americano” sino en ciertos crímenes silenciados por la propia comunidad. Son pueblos que han vivido alejados de la Historia actual, un tanto desfasados, perdidos en un tiempo pretérito en donde la ley es un estorbo para el correcto funcionar de sus habitantes. Lugares anclados en una suerte de western de fin de siglo, en donde la ley del más fuerte es la única posible.
En ese ambiente Ree Dolly se abre paso para evitar la inminente desgracia que significaría perder su casa debido a la huida (o el extravío, o el asesinato) de su padre. Conocerá los móviles que definen a sus parientes y vecinos, llevará hasta el límite su soporte ante la adversidad y verá peligrar su vida. Mientras tanto, su padre es un fantasma que molesta las conciencias de la comunidad, un espectro que es necesario dejar en paz para evitar descubrir algunas realidades que necesariamente deben permanecer ocultas. A pesar de toda esta “jauría humana” que envuelve al film, Ree podrá encontrar un oasis de valores permanentes que le permitirá sobrevivir como una excepción siempre dispuesta a alterar la realidad de su mundo, aún a cuestas de futuras incertidumbres.
(Casualidad o no, ver «Winter’s Bone» mientras hoy ocurren los disturbios que aquejan al extremo sur de Chile no deja de ser un ejercicio de dolorosas implicancias y analogías, no por los escabrosos asuntos que asume sino por el marco general que implica presenciar las similitudes de vidas abandonadas a cualquier forma de bienestar mínimo según los estandares básicos proyectados para cualquier comunidad moderna. Esa falsa distancia que separa a Missouri de Aysén no es sino otro gesto que evidencia la poderosa capacidad que tiene el cine de exponer los vicios de la realidad a partir del gesto impílícito, de la afinidad de dos espacios aparentemente opuestos en la imaginería que nos pretenden divulgar. Después de todo, quien dijo que el mundo es un pañuelo, no estaba tan equivocado.)