«Mapa para conversar» pareciera ser la típica película chilena, pero no lo es. Tiene algunos de los tics marca registrada de nuestro cine del último tiempo: la oscilación entre silencios expansivos que impiden la identificación total con algunos de los personajes y la exageración en la información que contiene el drama central de la película, imágenes bellas y gratificantes de paisajes antes abordados con cierta verguenza y una burguesía en desarrollo que se estanca en tragedias inapreciables a los ojos del crecimiento del PIB. En resumen: una extraña mezcla de las holguras de una clase social en ascenso y, al mismo tiempo, el malestar de saberse infelices a pesar de todo. Sin embargo, Mapa para conversar se salva en su intento lícito de determinar las limitaciones, precariedades y repliegues que definen el discurso promedio de alguien que se enfrenta a una verdad incómoda pero inapelable (una madre y el descubrimiento de la homosexualidad de su hija), pero también hace partícipe al espectador del intento genuino por parte de ella para entender, en parte, las derivaciones que van canalizando el empeño por descifrar esa revelación. La lancha es el encuentro premeditado para que madre, hija y amante se reúnan y emprendan un viaje que tiene como excusa la resolución de la coyuntura antes señalada. Sin embargo, de lo que se trata es de restituir ciertas confianzas dañadas por el tiempo, censuras que han perjudicado a uno y otro lado, recuerdos imposibles de ser olvidados porque constituyen la esencia misma de los personajes que habitan esa lancha. Aisladas de todo, imposibilitadas de emplear los subterfugios de la charla vacía, estas tres mujeres se ven obligadas a enfrentar sus miedos, a revelar más de alguna intimidad, en fin, a alcanzar lo que desde un principio se avizora como una distancia insalvable entre los deseos de cada cual y la realidad que las arroja a un estado de complicidad, hasta el momento, desconocida para ellas. Es por eso que Mapa para conversar es una película chilena y, al mismo, no lo es. O, al menos, es más que eso.
A continuación reproducimos un diálogo con la directora de Mapa para conversar, Constanza Fernández. Hablamos de sus inspiraciones, su accidentada llegada a la dirección, cine chileno, y algunas cosas más.
¿Cual fue tu primer disparo, ese alumbramiento repentino que te hizo ver en el cine una forma de expresión que dominaba en ti por sobre las demás artes? ¿Hay alguna película que la asocies a ese descubrimiento?
Por un lado, existe una película que fue muy inspiradora para realizar Mapa para conversar, como también existe otra que lo fue para hacer mi anterior trabajo, que tuvo cierta notoriedad. Mapa para conversar está inspirada y llena de citas a Cuchillo al Agua de Polanski. La conexión primera es una conexión de escenario, el velero. Me producía fascinación ese espacio de encierro a la intemperie, donde podías trabajar dúos de personajes, con el tercero siempre en cuadro, pero por distintas razones, aunque este estuviese solo a un par de metros de los otros, no podía enterarse de lo que entre ellos ocurría. Es así como ese escenario se convirtió en el suspensor de mi película, donde podía hacer evidente la asimetría de información con la que vivimos y que eso tenía un profundo paralelo con la nunca bien compensada búsqueda de honestidad. Ahora, para mí no sólo la locación de Polanski me hacia sentido en él. Su manera de extremar a sus personajes en situaciones abyectas y desafíos morales también resuena en mis relatos.
En el caso de mi corto No me pidas que no lo lamente, usé de inspiración una de las historias de Coffe & cigarettes de Jarmusch. Ahora que es lo que me hizo ver al cine como una expresión para mi, es mucho más dudoso. Yo estudie literatura, me fascinan las palabras, y luego me aventuré con la creación de un texto, por sobre un montaje o un lenguaje de planos. Ese primer texto fue montado, y sentí total incomprensión por parte del director que lo montó, y simplemente, por cotidianeidad, agarrar una cámara y dirigirlo yo, se me hizo más factible, más cercano, que montarlo teatralmente como lo habían hecho antes. Pero no fue hasta que lo realicé, que me dí cuenta que tenía una opinión de planos y de dirección de actores y de cine propiamente tal.
Cuando veía Mapa para conversar, recordé Bitter Moon, también de Polanski, (sobre todo en su vertiente más perturbadora), y una lejana película de Bergman llamada Un verano con Mónica en donde también hay un viaje iniciático en medio de una lancha. Por ultimo, al terminar de verla, pensé que tu película podría haber sido filmada por Eric Rohmer. ¿Algo que decir sobre estas primeras impresiones?
Me abriste el apetito con Un verano con Mónica porque no la conozco, pero remitir a Bergman me es un honor. También trato de relacionarme con ese concepto, no en el plan tan onírico de algunas de sus obras pero sí en sus películas más dialógicas, basadas en encuentros y desencuentros conyugales. Mi relación con Rohmer es total, ahí se suman las problemáticas de mi formación católica (que muchos compartimos): la culpa, los conflictos morales. Mi película predilecta de Rohmer es El rayo verde, pero en Mapa para conversar, como en mi corto anterior, reconozco mucha influencia de Mi noche con Maud.
Al igual que el movimiento de una lancha sobre el mar, pareciera que el cine chileno, a grandes rasgos, se moviera de manera pendular: en los noventa se trataba de formular ciertas verdades que durante la dictadura no pudieron ser dichas. Por ende, fue un cine deliberadamente político o, al menos, construía sus historias como metáforas de la situación social que vivía el país. En la década siguiente, si seguimos la premisa de algunos críticos, el cine chileno se volvió introspectivo, desarrollando tramas puertas adentro, trasladando su interés a la vida privada de los personajes. ¿Estas de acuerdo con esa distinción? ¿Tu película, en este sentido, sigue el camino iniciado por este novísimo cine chileno o busca abrir una tercera vía que supere esa dialéctica?
En principio estoy de acuerdo con la división. Suena muy natural a los hechos teniendo en cuenta que este país vivió una dictadura, sin embargo, la introspección también ha tenido que ver con los medios de producción, la entrada del digital. Admito que mi película se sitúa en lo introspectivo y en las inquietudes de las vidas privadas. Agrego además que lleva una cuota alta de idiosincrasia y, por tanto, de crítica social. Yo estoy hablando de una generación educada bajo el autoritarismo, que hoy está en los lugares de poder, y que educa a los más jóvenes con las premisas que aprendió en la dictadura.
Es cierto, pero si Mapa para conversar fuera vista por un europeo o un gringo, encontraría dificultades para reconocerla como una película Made in Chile. En este sentido, toca temáticas bastante universales que no se limitan a un lugar geográfico o social determinado.
Sí, pero a los gringos les encanta el detalle político. Ellos, necesariamente para resumirla, hablan del país reprimido de donde fue hecha. Ahora creo que mi película entra en el subconjunto de las historias privadas, que parecen biográficas. Pero insisto en mi conjunto especial: más que historias mínimas, es la puesta en escena del espectáculo de la intimidad, que inevitablemente connota lo biográfico.
Drama, Navidad, Muñeca, 199 recetas para ser feliz, Joven y Alocada, Mapa para conversar… ¿Parte del cine chileno está obsesionado con la temática del lesbianismo y la homosexualidad o sólo está haciéndose eco de una problemática que la sociedad exige que sea expresada artísticamente como una forma de exponer más claramente esta cuestión?
Te falta agregar Gatos viejos y Locas mujeres. No lo sé, me inclino por la efervescencia social del tema. Cuando yo escribí el guión, no existía ninguna de esas películas a la vista. Para mí fue una necesidad privada, nunca algo para estar en consonancia con los demás. Pero si la coincidencia se produce más allá de las intenciones personales de cada uno, no me queda más que pensar que es un signo de los tiempos, es como el discurso de mi personaje Javiera: las viejas rencillas de derecha e izquierda ya no van, ahora la lucha está en la vida privada de las personas o qué hago cuando nadie me ve; ahí están las nuevas ideologías, ahí se mete el capitalismo.
Es un hecho de la causa que tu película no busca ser masiva. Su temática y puesta en escena exige un cierto sosiego a pesar de que la trama ilustra una situación tensa e inquietante ¿Te interesa el feedback con los espectadores? Lo digo porque, si hubiera que mencionar un reproche al cine chileno de los últimos años, es que pareciera que está más preocupado de ser valorado por la crítica especializada o ganar premios en festivales, antes que pretender la atención de un público amplio que se interese en asistir a las salas. ¿Compartes algo de esta apreciación?
No es que no me interese ser masiva pero la película será más disfrutada por un público reflexivo, de eso no tengo duda. Lamento que no haya miles de reflexivos interesados en verla, pero mi película tampoco está en la línea de la curatoria europea de festivales, no es hermética, no es contemplativa, ni siquiera me parece que sea minimalista, guardando las distancias y todos los respetos del caso. Quisiera que me fueran a ver los mismos que van a ver Woody Allen en Chile, que no son mil pero tampoco pasan los treinta mil. Cuando hablo de Woody Allen me refiero por sobre todo al Allen de antes, sin tanta Scarlett Johansson. Pero sí, me interesa el feedback de esas personas-espectadores.
Lo interesante de Mapa para conversar, entre otras cosas, es que no hay juegos caprichosos con la cámara ni exhaustivas búsquedas de lecturas simbólicas. Si alguien las busca, las va a encontrar. . Pero como relato visual se sustenta a sí mismo, con un realismo que busca describir una problemática ya desde el inicio bastante evidente. ¿Fue pensada así la película?
Estoy de acuerdo con el realismo que busca describir una problemática desde el principio. Sin embargo, no comparto algunos de los supuestos de tu pregunta. Es correcto en la falta de capricho en los movimientos de la cámara, determinado en gran parte también por las locaciones, el velero. Como dice un personaje, «la falta de opciones aclara la mente», estrecha tus posibilidades de caprichos y te obliga en volver a lo esencial, a lo que se quiere contar como relato visual y sonoro. En cuanto a lo simbólico, hay elementos puestos intencionadamente, no excesivos creo yo, y otros que fui recogiendo en el camino, como el mar como útero, origen, madre. También había pensado en la posibilidad de que ellas, al llegar a puerto, prefirieran quedarse dentro de la cabina hasta que las vinieran a buscar, pasando juntas la tormenta, también haciendo alusión al útero, al vientre.
Uno de los personajes de la película tiene un discurso sobre la post-pornografía como foco de resistencia y expresión de una nueva forma de hacer arte. ¿Es el personaje hablando por ti o no te haces cargo del discurso de ella? Lo pregunto porque pareciera que lo tomaste con seriedad y al mismo tiempo ironía.
Ni lo uno ni lo otro. Personalmente no tengo ninguna afinidad a las teorías del post-porno. Digamos que las leo con interés, pero nada más. Tampoco quise burlarme de eso; para mí seriamente retratan el destino de algunas personas que encarnaron con fervor ciertas vanguardias pasadas. En todo caso, el meollo de los contenidos en la película pasa por otro lado, pero para mí visten al personaje tanto como su vestuario, e invitan a darle sentido a su relato. En esas teorías, se suele poner en jaque los roles, roles que en este relato se exacerban (como en el porno tradicional) y se relativizan también.
Es tal vez el feminismo como parodia de la verdadera libertad, o la imposibilidad de observar a alguien defendiendo una postura con fervor sin cierto cinismo por parte del espectador. Tal vez sea un legado del postmodernismo.
Es verdad. Pero claro, la condición en que se entregan esas posturas, no te permite el cinismo solapado, hay verdades comunes a todos igualmente en ese discurso. La película ya te lo distancia, y tu no puede distanciarlo más; sólo queda apropiártelo en algo.
Hablemos de la escena de sexo que hay entre dos de las protagonistas. Pienso, y remarco que es una visión personal, que el cine chileno filma el acto sexual muchas veces de manera infame. Sin una pizca de atención, ternura, ingenio o gracia. A veces pienso que hay dos opciones: o no hay experticia en los directores de cine o la otra es que, definitivamente, habrá que admitir que el sexo no es algo tan romántico y bello como se nos hace creer en las películas soft-porno o en las novelas para adultos que venden en los kioscos… El sexo puede ser, y muchas veces es, algo sucio, rudo, salvaje, agitado, animal, con asperezas y brusquedades. En Mapa para conversar sentí que en la escena de sexo había cierta delicadeza. Creo que la idea no era transmitir erotismo sino que ejemplificar el nivel de confianza y afectividad que une a estas dos mujeres.
La verdad es que muchas veces pensé que la escena podría no estar, incluso pensaba si me traería menos público. ¿Cuánto del relato estoy sacrificando si la excluyo?, y la verdad es que me pareció necesaria finalmente porque estamos en una historia de pareja en crisis, y desde la crisis se aventuran. Más aún, por la crisis se aventuran a esta nueva dificultad. Entonces, elementos como la música, que está en una tecla nostálgica, me hablaban de un pasado mejor. Así también ocurre con el sexo, nostálgico porque para mí representa tiempos mejores. Y en tanto nostalgia, se escenifica como un sexo aferrado, entregado al otro, en confianza, como dices tú.
Estamos llegando a tierra. Una pregunta obvia, ¿película favorita?
No, no puedo hablar de “la” película favorita. “Me gusta bañarme en demasiadas piscinas”.
Entonces, si a alguien le gustó Mapa para conversar, ¿que es lo próximo que debería ver?
Carnage (Un Dios Salvaje) de Roman Polanski.
Bueno, llegamos a puerto. Gracias por la entrevista, y “cuidado con las algas…”.