Poco a poco, recordando aquella última comida en un restaurante cercano al Littré, Vilnius fue adormeciéndose y el recuerdo de aquel último día que vio a su padre fue convirtiéndose dulcemente en una imagen de cristales sucios de ventanas en los que finas marañas de polvo cubrían el filo de las celosías. Cada vez soporto menos -imaginó que pensaba en aquel momento su padre, como hablando desde una de aquellas ventanas- lo que sucede en interiores egoístas y caducos, y ya no puedo soportar lo que pasa en todos esos pudientes lugares de la Tierra, abiertos o cerrados, lugares que durante tiempo me oprimieron bestialmente. Por cuantas más lluvias atravieso, menos afín me siento a todas esas vidas que parecen novelas y a todas esas novelas que parecen vidas. Porque nada de lo que se agita en ellas me exalta ya. Todos esos enredos, llantos con mocos, pobres pasajes cibernéticos, amores siempre truncados, efusiones enfermizas, grandes escenas ridículas, gente que es colérica y otra que es dulce y simpática, leves pasiones gruesas, momentos trágicos y otros tan risibles, siempre igual, la humanidad no cambia, todo se repite de mil modos distintos, ratos tan severos y otros tan fútiles, desconsuelos pasajeros y otros tan eternos, todas esas historias de siempre que cada día me llegan más ya sólo en forma de destellos miserables, estados rudimentarios donde todas las estupideces andan sueltas, donde el ser -como en todas las novelas burguesas- se simplifica hasta la tontería y se ahoga en vez de nadar adaptándose a las condiciones del agua.
(Aire de Dylan)
Leí la página 222 de la última novela de Enrique Vila-Matas y tuve que cerrar el libro, era un sábado de madrugada y el lunes comenzaba una entrevista por correo electrónico con el autor de ‘Aire de Dylan’, de ‘El mal de Montano’, de ‘París no se acaba nunca’. Tuve que cerrarlo porque la lectura del sintagma estados rudimentarios donde todas las estupideces andan sueltas me revolucionó por completo. Había incluído eso mismo en el único poemario que he publicado. Aquel sintagma encabezaba uno de los capítulos de mi librico. Después me di cuenta de que esos estados rudimentarios eran mi forma de encajar en el mundo. Pero, claro, me pregunté si había cometido, sin darme cuenta, un plagio.
Más que con temor, afronté el relato del sintagma apropiado con devoción. Si, según Vila-Matas, Erik Satie, e incluso Pedro Páramo, somos todos, y como todo el mundo, quizá lo que le iba a contar no le pareciese tan raro. De hecho, no. Lo que me respondió es que esa frase, más o menos parecida, se atribuye a Paul Válery. Me acordé de los diarios de Kafka y aquello de ‘Esta mañana Alemania invadió a Francia. Por la tarde fui a nadar’. Me acordé también de Alain Resnais, de ‘La vida es una novela’, de ‘Providence’.
“Vi 40 veces ‘El año pasado en Marienbad’. Intenté comprenderla, sin jamás lograrlo. Es una experiencia de mi adolescncia”.
“Vi ‘Providence y volví a reencontrarme con la sensación de no entender nada. Me encantó, aunque jamás he sabido de qué hablaba ese filme”.
Hace años que la cineasta Ona Planas filmó una novela de Vila-Matas: ‘El viaje vertical’. Sobre su difusión, el catalán tiene de qué quejarse. “Estaba producida por TV3, que sólo la ha exhibido el día de Sant Jordi de 2010, a las dos de la madrugada. No me extraña que estén donde están si desprecian un fime como ese”.
¿Por qué hay tantos gandules con talento?
Porque la gente que de verdad tiene talento necesita de gandules que los analicen con agudeza y ligereza.
Si pudiera elegir, ¿qué novela suya le gustaría que se adaptara al cine?
Me encantó la adaptación teatral de ‘Historia abreviada de la literatura portátil’. La adaptó una compañía teatral de Lisboa. Me fascinó que eligieran un libro que no parece posible trasladar al teatro o al cine. Por eso, si pienso en qué novela me gustaría ver en pantalla, pienso en cualquiera de las mías, todas parece imposibles de ser trasladas a otros espacios.
¿Le gustaría que lo hiciera alguien en concreto?
Pienso en ‘Aire de Dylan’ y me imagino lo que Cronenberg haría con esa historia.
Vilnius, el protagonista de ‘Aire de Dylan’, es un zángano, un Oblomov. “Todo el mundo desea ser un Oblomov y casi nadie se atreve a serlo. El Oblomov por excelencia es siempre alguien que, en el fondo, con su idea de no hacer nda, busca el paraíso perdido. ¿Y quién no lo ha buscado algun vez?”.
Un jovenzuelo que, cuando muere su padre, siente su memoria dentro de sí mismo. Un cineasta con una frase motor, “Cuando oscurece siempre necesitamos a alguien”, que se atribuye a Scott Fitzgerald pues aparece en una película en la que participó construyendo el guión. Pero hubo, se cuenta, al menos ocho guionistas en aquel filme. Estados rudimentarios donde todas las estupideces andan sueltas.
“En mi generación esto era otra historia”, me dice Vila-Matas, ya no por mail sino en Turín, pocos días después de comenzar a hablar por correo electrónico, refiriéndose a la literatura. Es la feria del libro de Turín, y el país invitado, junto a Rumanía, es España. Vila-Matas se queja: “Incomprensible desinterés absoluto de Cultura por este estimulante acontecimiento. No había nadie allí o no he sabido verlos. Ha sido fantasmgórico todo en este aspecto. Después hablan de la «marca España», pero es todo falso, no les importa un carajo. Es como si les encantara hacer todo lo posible para caer aún más abajo dentro del pozo de la crisis”.
¿Cómo es la cosa literaria ahora?
Publico un libro como ‘Aire de Dylan’ y, a diferencia de hace cinco años, leo algunas críticas de papel, pero las compagino con las de la red, y así consta en la bibliografía de mi página web, donde agrupo la de cada libro, y también selecciono las que me interesan del digital, y las coloco a la misma altura. No por nada. Sino porque hay críticas. Por ejemplo la que hizo Javier Avilés en su blog el Lamento de Portnoy. Tienen mucho interés por lo que dicen, así que las incorporo a mi página web, al mismo nivel que las que coloco que vienen del papel.
¿Qué le pasa al papel?
No hay espacio, dicen en los periódicos de papel, no hay espacio ni para deportes cuando de vez en cuando escribo algo sobre fútbol. Una vez cada mes o cada dos meses hablo de fútbol. Cada quince días escribo en las páginas culturales de El País, he colaborado en la sección Relecturas de Babelia. He hecho 52. Llevo 104 semanas haciéndolo. Soy muy organizado. Estos artículos los numero en el ordenador.
¿Usted participa del día?
Mi jornada comienza muy pronto, alrededor de las siete mañana. Trabajo con la idea de hacerlo durante toda la mañana, hasta la hora de comer, con un impulso fuerte y con más energía que por la tarde. A la hora de comer abro el campo al mundo, es mi tiempo para quedar con personas, para ir a comer, para ver amigos o tener conversaciones telefónicas. El trabajo es, sobre todo, por la mañana. Pero cuando escribo una novela estoy ocupado las 24 horas.
¿Cómo se relaciona con sus traductores?
Mis novelas se han traducido ya a 32 idiomas, y a muchos de los traductores no los he conocido nunca. Sobre algunos que he conocido se podría escribir un libro. He tratado más con el traductor francés, André Gabastou, que ha traducido toda mi obra y es el responsable de que mi trabajo se valore como se valora en Francia. Un día lo descubrí leyendo Le Monde, leía un extracto de una novela y pensé que era muy bueno. No me había dado cuenta de que era yo. Lavastu tiene un estilo, una forma de poner las frases, que es buenísima y que es lo que consigue que mis libros hayan tenido éxito. Tenemos una relación amistosa, muy buena, pero de mucho respeto, porque su manera de ser es muy seria, no es un compadreo hispánico, de darse golpes y preguntarse cómo va todo. Es muy caballeroso y elegante, muy buen traductor, con el que más he trabajado.
Estamos en el Salón del Libro de Turín, ¿qué puede contar de sus traducciones italianas?
En Italia ha habido muchos traductores, ahora estoy encantado con Elena Liverani, que tradujo ‘Dublinesca’ muy bien y lo mismo ‘Aire de Dylan’. En Brasil ha habido problemas porque la traducción sería Ar de Dylan, y podría generar error y que sonara Arde Dylan, así que se puso el ‘de’ en cursiva. Me hace gracia porque nunca había tenido muchos problemas con los títulos. En Francia no hay problema porque ‘Aire de Dylan’ viene del ‘Aire de París’ de Marcel Duchamp.
¿Dónde cree que se recibe, comprende o disfruta mejor su obra?
Siempre he sido bien recibido en países como Argentina, México y Colombia, pero mis libros van muy bien ahora en Brasil, adonde viajaré un mes este verano. Nunca se me hubiera ocurrido que precisamente en Brasil, donde no se habla español, pudiera suceder algo parecido. Ha sucedido en los últimos años y se debe a que la editorial brasileña ha publicado los libros con una gran continuidad, que es lo que ha pasado también en Italia. Hasta que no sale uno por año la gente no se engancha a mi obra, porque lo que ocurre con ella es que en realidad no es un libro sino un trabajo que interesa o no interesa, pero si interesa uno quiere todos los capítulos. Esto ha pasado en Brasil, ahora en Italia, pasó ya en Francia, mientras que en Estados Unidos e Inglaterra les falta arrancar. Se han publicado ya tres pero les falta la visión global de la obra. Han conocido ‘Bartleby’ y ‘El Mal de Montano’, que han interesado mucho a los lectores filosóficos.
¿Qué hacía de jovencito?
Estudié Derecho y Periodismo, esto último para compensar el Derecho, que no me interesaba. Estudiaba Periodismo por las tardes porque quería escribir. Era un periodismo totalmente diferente del de ahora. En toda Barcelona la estudiaban unas 150 personas. Había 50 por curso, y todo iba a parar al papel. El periodismo era eso. Cuando fui después a una facultad de Ciencias de la Información me impresionó mucho la diferencia, había tanta gente, empezaba la televisión, lo audiovisual. Allí vi que ya no es la misma la dificultad para encontrar trabajo. De mi época todos hicimos cosas.
Usted se fue a París…
La buhardilla en la que yo viví en Paris tenía colgada una foto de Virginia Woolf. Es verdad que la habitación era muy pequeña, pero no puse la foto de Virginia por su ‘Habitación propia’, yo a Woolf no la conocía, pero vi esa foto, en la que ella sale de perfil, y me encantó. En México una vez, en la Feria de Guadalajara, me pidieron que hablara ante un grupo de estudiantes de las afueras. Me dejaron frente a 50 niños de las afueras. Niños salvajes, tremendos, que sólo se callaron cuando me vieron a mí, porque no habrían visto nunca un ser parecido. Estaban habituados a gritar mucho y los dejaron solos conmigo y conseguí mantenerlos callados. Cuando llegó el coloquio, una chica levantó la mano y dijo: Señor, qué hay que hacer para tener una habitación propia. De llorar. Porque ella me explicaba que tenía una familia de 14 personas y que querría tener una habitación, no para escribir, sólo una habitación propia.
Muchos de sus lectores son jóvenes escritores, o escritores jóvenes. ¿Algún mensaje para ellos?
El escritor joven lo que tiene que tener, lo que tiene que sentir, es básicamente pasión. Pasión por lo que hace, estar realmente interesado por eso, disfrutar con eso que le interesa. Sin pasión no conseguirá jamás nada. No se habla de ella ahora. Pero el otro día leí un artículo de Coppola que decía que ojalá volvieran a hacer cine los pioneros, que todos tenían pasión por el oficio, que ni siquiera era un oficio sino un trabajo que les apasionaba.
Turín, 2012