Espero el avanzar de una noche enfiestada entre gente que no conozco, espero como una víctima, siempre es así.
Me considero atractiva y brillante en situaciones sociales entretenidas, mi apariencia con los años es bastante atemporal. He leído bastante y puedo finalmente ser vista y dejarme ver.
Un día de broma me nombré «la infiltrada», inspirada en aquellas películas donde las misiones son interceptadas por la duda del espía, un personaje torcido que va perdiendo el sentido de lealtad y se deja seducir por la caricia siniestra del doble vínculo.
Volviendo a la fiesta, la pregunta inevitable, ¿Y tú qué haces?, me dice él, en medio de un aire lleno de delito, de pequeñas infracciones a la ley 20.000, de idas y venidas del baño, de narices blandas y blancas. Espero un momento, bebo de su vaso y respondo. Detective, soy detective. Recuerdo la primera vez que lo dije, de inocente, de despistada, pero esta vez contemplo atenta lo que provoca tal declaración.
Fumo al mismo tiempo que trago el vodka tónica usando una vieja técnica vaquera. Veo un ejército de pacos. Un ministro. La derecha, la imagen de los políticos más fomes deformando su mirada coqueta. Es desde allí que comienza la seducción. Ejércitos de fascinación avanzan tras mi presa aterrada, casi incrédula, algo que en mí estimula aún más un deseo incontenible de que me quiera, que me desee en medio del rechazo. Disfruto verlo avanzar a través del miedo. Es lo que surge de una mujer que a las 5 de la mañana, medio ebria, declara ser rati.
Hay varias categorías y circuitos que prosiguen, pero siempre o casi siempre terminan en mis brazos. Odiándome porque no comprenden y aun así se abandonan a no comprender, quizá porque al delirio de conquista de ese tipo de noches y encuentros lo alimenta ese sentido incómodo y caliente de doblegar al policía, de tenerlo de rodillas, desnudo humillado de pasión.
Me gusta jugar y dejarme en esa marea loca de un joven idealista. Me gusta porque creo en la provocación de ir en contra de uno mismo, de contaminar y contaminarse.
Prendo una colilla. Aún hay gente en la cocina. Salgo despeinada sabiendo que no soy rati, que jamás lo he sido, pero que en el fondo siempre quise ser Bareta investigador tóxico. Sucio, tuerto y mentiroso. Igual que yo.
httpv://youtu.be/Cf-nOu2iMFM
La vuelta de tuerca del final es probable que deba a ver visto tantas peliculas de De Palma y Tarantino (al menos eso creo). Me gustó.