El grupo de cinco hombres vestidos de terno y lentes oscuros despertó aquella noche sin haber dormido, trasnochados de fiesta bailable y todo lo implicado en el primer matrimonio de un amigo; drogas permitidas, de las otras, bacanal de comida, romances en ciernes, finales tristes, flechazos, largas conversaciones relativas al origen del universo, el curso de la vía láctea, los orígenes de la especie, la transformación del mundo y otras cuestiones metafísicas. El final de fiesta al principio del día les precipitaba al borde, al abismo, a un lugar o más bien límite, espacio de todo lo posible.
Salieron al sol playero caminando hasta la caleta, encontraron lanchones varados frente a una casucha de madera que promocionaba escuetamente la venta de frutos frescos del mar. Ahí pararon para comer mariscos tomando vino blanco. Un buen plan, Excelente desayuno, Lo único que podría comer estando tan duro, dijo Mark. Alguno intentó levantarse los lentes de sol, arrepintiéndose justo a tiempo, inseguro de encontrar el sol ahí donde supuestamente debiera haber estado.
Todo era lento… en el cielo las nubes parecían fijas, el ritmo de la gente en la caleta de Quintero, inmóvil. En este pueblo no pasa nada, dijo Martín a Charli en un arrebato comunicativo. Es súper lento el pueblo, acotó Juan tendido en la arena fumando un cigarrillo que, efectivamente, parecía consumirse mucho más despacio que habitualmente. Los pescadores no conversaban, simplemente se ocupaban en abrir machas y cortar limones con lentitud tal que Mark se apoderó de un cuchillo y empezó a destazar mariscos él mismo. Sorbieron jugo de limón mezclado con fluidos de fondo marino y poco a poco las sensaciones comenzaron a volver a esos cuerpos salidos de la fiesta. ¿Cuánto crees que dure el matrimonio, hueón? Ni idea, La fiesta recordaremos, Ahora qué.
Les inquirieron de dónde venía el grupo todos vestidos de terno y lentes oscuros, uniformados como militares o secta; la intención era sólo de hacer conversación lenta, digamos sociable, enterarse del origen, aparentemente. De un matrimonio, O de un final de matrimonio. Ahh. ¿Son de por acá? No. ¿Conocen el Rayo? La pregunta atravesó al grupo que prefirió atesorar su silencio contemplándose mutuamente en esta pregunta por “El Rayo”. Los semblantes se tornaron evidentemente reflexivos un instante largo, marcado sólo por los rumores de oleaje. Miraban el horizonte marino, ahí donde se curva el mundo y todo parece perderse en una mismidad perfecta. Como buscando un Rayo atisbaron con intensidad. El Rayo de Quintero, ¿Conocen?
Un rumor de oleaje humano cortó toda reflexión. Era un equipo de fútbol, algo que por un segundo les pareció algo completamente desconocido a los cinco hombres de lentes negros. Debe ser lo único rápido del pueblo, comentó Charli con un bufido. Esto marcó el regreso vertiginoso de la realidad. Cerró la caleta con velocidad inesperada. Aparecieron varias camionetas repletas de gente, banderas, trompetas, tambores, gritos, consignas: “vaaaaammóooo Raaaaaaayoóoo!”.
No habían sido muy invitados, por esto, el trasnochado grupo, con nada mejor que hacer, titubeó hasta el último minuto en seguir o no seguir la caravana de fanáticos. De algún modo, se fueron dejando llevar, en la carretera cruzaron un bus y otras camionetas con algo así como una barra brava junto a lo que parecía ser el equipo, los mismísimos “cracks” del famoso Rayo. Así, sin más, asimilados en una marea verde de sonidos festivos y jolgorio, continuando un estirado final de matrimonio, fueron adentrándose por los senderos locales al lado de la caravana, cada vez más entusiasmados. Dejaban atrás el cielo costero con su amplitud de fin del mundo hacia un horizonte ennegrecido, contaminado por chimeneas que emitían humos densos de constancia incansable. Ventanas. Estadio municipal y ramada al costado de la cancha, pintura descascarada, con algo que intenta ser arcoíris, recibe a los hinchas. “Sede Tricolor de Ventanas”.
Ya, el Rayo de Quintero versus el Tricolor de Ventanas, “pichanga clásicamente oximorónica”, decía Rai a Martín cuando un ventanasino hiperventilado les corrigió, Pichanga no, loco, esta es la final del campeonato de Tercera B quinta región costa ¡vamos tri tríiii! ¡Te queda claro ahora, un partido fundamental!
¿A quién le vamos nosotros?, preguntó Juan acercándose a la galería, Al Rayo, De él venimos, De él somos, A él vamos, Bueno, No sé ustedes de dónde vendrán, Ni a dónde van, Ni de dónde son, Lo que es yo, voy a tomar unos vinos en la ramada, Para ser de la barra, vamos, acordaron todos, adentrándose en la ramada dispuestos a hacer el tiempo intervalos de tragos de vino esperando el comienzo del partido. Entre las mesas escasamente se atisbaba la cancha y galería, donde las barras hacían apasionadamente ruidos desordenados alentando a sus respectivos cuadros.
Sin ser muy fanáticos ni entendidos del fútbol, el grupo compartía gozosamente la afición por el deporte rey, así, las conversaciones tornaron rápidamente a la anécdota futbolera, los hombres de terno terminaron instalados como los mejores hinchas del Rayo a un costado de la cancha. Entre chuicas de vino, cortos de pisco, rayas y pitos. Pronto los amigos no sabían ya cuánto del partido iba corrido, simplemente contemplaban entusiasmados la brega. Surgían odiosidades específicas contra el lineman, fanatismos por algún crack medio lesionado que prometía entrar en los descuentos, afinidades electivas con el entendido hincha sentado al lado en la galería, protestas racionales y de las otras contra entrenadores, peloteros, aguateros, etc.
Del partido nadie recordaba el primer gol ni el gol del empate. La única evidencia de esto era un aburrido marcador a media altura sobre un arco donde un abúlico anciano lugareño se sentaba masticando charqui entre sorbos de vino, testigo incólume del anodino destino del match que transcurría sin goles, sin fúles o faltas al debido reglamento. Aburrido, aburrido, aburrido, repetía Juan que quería ver sangre en la cancha. Martín protestaba, Charli piteaba, Mark estaba pendiente nerviosamente del entorno donde aseguraba se confabulaban nefandas maquinaciones contra los exóticos afuerinos venidos a alentar al Rayo sin ser de Quintero, Rai bebía en lo más alto de la gradería interesado en las bellezas locales.
Terminó el tiempo oficial, siguieron dos alargues reglamentarios. El Rayo marcó una diferencia rápida, fraudulentamente igualada por el Tricolor haciendo valer su localía. Entonces sí hubo pelea, gresca, reyerta. Una patrulla policial se apersonó en el estadio al lado de la ambulancia que venía llegando. Al contrario de lo que imaginaban por experiencias anteriores los amigos de terno y lentes negros eran testigos de cómo, a medida que el partido se acercaba a su fin, llegaba más y más gente al estadio.
El cotejo se volvía emocionante tanto dentro como fuera del césped. La policía sacó a unos cuantos borrachos elegidos imparcialmente entre ambos bandos de la gradería, de la ramada, de la cancha, de las bancas. Se calmó la trifulca, sucedió una pausa en el juego. Los técnicos conferenciaron con sus capitanes y con el cuerpo referil; los capitanes conferenciaron con jugadores y banca; los jugadores y banca conferenciaron con varios interesados del respetable, entre ellos señoras, pololas, familias, amigos; el cuerpo referil conferenció con las fuerzas de orden público -que decidieron mantener abierta la ramada- y con los responsables de primeros auxilios o atenciones; los técnicos conferenciaron con dirigentes y más respetables del respetable. Los cinco amigos conferenciaron entre ellos trayendo a colación recuerdos de antiguas historias de fútbol alguna vez leídas. Coincidieron que los mejores cuentos de fútbol los han escrito los argentinos en el siglo veinte y que el partido tenía que seguir sin penales.
Se decretaron varios tiempos de alargue más. En principio el campeón se dirimiría cuando un equipo se demostrara capaz de superar al rival por dos goles de diferencia. Gol de Ventanas. Culpa del árbitro. Cambian rápidamente las reglas y se producen nuevos enfrentamientos. Se impone la razón y lógica del local. El Rayo de Quintero tiene sólo un minuto para remontar el marcador. Hacen entrar al crédito cabalístico, héroe de innúmeras lides. Ataca el Rayo en plenitud. Consiguen un córner. Se lanza el tiro de esquina y el fantasista vuela entre los defensores para marcar el empate. El Tricolor se lanza al ataque vengativo, a su vez hace el cambio mágico ingresando una infalible carta local, el Rayo se defiende bien y de contragolpe saca otro golazo pateado desde treinta metros. No dura mucho la euforia pues el jugador está destrozado, no se sabe si borracho o lesionado.
Juan cree reconocer en el crack a uno de los parroquianos que bebía junto a él en la barra de la ramada, o tal vez era uno de los lentos pescadores de la caleta, las fronteras de lo seguro y cierto se vuelven tenues, sólo queda celebrar. Es posible, demás, secunda Charli con énfasis meditabundo.
El partido no termina, Ventanas nuevamente cambia las reglas que cada vez importan menos, más que un duelo de plebeyos entregados a una diversión de caballeros, el fútbol aquí se ha transformado en una brega a muerte entre dos grupos humanos por supremacía y hasta se diría que por sobrevivencia, como si el balón y el título representaran la completitud de todo ideal y aspiración de los pueblos y sin él estos pueblos fueran a ser lanzados al vacío existencial para desaparecer para siempre como si nunca hubieran existido.
Rápidamente el Tricolor logra empatar con gol desde media cancha mientras el arquero del Rayo pajareaba. El DT de Quintero cambia al Pajarito, entran ahora dos estandartes de la banca que esta vez, todos los reconocen, son los parroquianos de la caleta quienes están seguramente más borrachos que los cinco engafados de terno en la galería. Contra todo pronóstico, gol del Rayo, celebración por todo lo alto, los hombres que han obrado el milagro no pueden levantarse ebrios de gol y felicidad, los llevan en volandas, Ventanas no hace esperar su último ataque, la galería grita aconsejando sin pudor la técnica del murciélago y efectivamente en Quintero parece que ahora juegan todos de arquero. Sin embargo hay gol del Tricolor.
El marcador se convierte en un lugar tan agitado como la cancha, el abuelo desdentado que mascaba con parsimonia charqui ha sido remplazado por jóvenes todavía vestidos de corto que hace nada se jugaban la vida en la cancha por sus respectivos colores. Continuando su entrega a la camiseta ofician en el marcador con velocidad y claridad electrónica. Todo el entorno de la cancha se ha revolucionado. Martín pegado a la reja despotrica contra el árbitro y, sobre todo, contra su favorito objeto de descargas esa tarde, el línea, que pasa cerca y se hace el sordo ante los graciosos insultos. Rai deja de conversar con las chicas cuando llega a sentarse junto a ellas un jugador del Tri, Mark y Juan conversan muy juntos investigando posibles rutas de evacuación en caso de disturbios donde -están seguros- ellos serían los primeros objetos de alevosía. Más cambios. Más cracks. Más vino, ahora dispensado de manera directa en la cancha a los jugadores.
Se bebe más adentro que afuera. Gol del Rayo, gol de Ventanas, otro gol del Tricolor, empate del rayo, técnicos a la cancha, combos al líneman, suspensión momentánea del partido, los pueblerinos que vienen llegando se desentienden del fútbol, se baila cueca guaracha y cumbia en la ramada, el bochinche de un “sound sistem” complementa los gritos desquiciados de la hinchada que no entiende mucho del partido. Gana el Rayo con varios goles de diferencia, o más bien los jugadores del Tricolor se aburren, rinden y desentienden de un partido que parece cualquier cosa menos fútbol, en cada gol se cambia la mitad del equipo, Martín y Mark estuvieron a punto de entrar a defender los preciados colores del Rayo.
Los amigos se han mezclado con una multitud feliz, el espectáculo de día domingo ha sido completo y en orden, aunque para los locales la fiesta no termina, todavía se pueden sentir los alegrones fiesteros que vienen de la ramada, parece que comienza a tocar un grupo de charros en el profundo mejicanismo de los poblados chilenos. Al partir hacia la carretera perdida que los sacará de Ventanas y del espectáculo total de dos pueblos enfrentados en combate metafísico les parece ver la ramada y el estadio municipal transformándose en un templo donde se celebrará la boda de Ventanas con Quintero, matrimonio al cual, esta vez es seguro, no están invitados.
En el auto que les lleva por la carretera de vuelta a la capital todavía descubren diferencias y similitudes del partido con el curso de la vía láctea. Están todos de acuerdo, han presenciado un evento único, tal vez el mejor partido del mundo y más: finalmente se casó el amigo, sentencia Charli en medio del silencio que mira por la ventana. ¿Cuánto fue el marcador final?, pregunta Rai tras el manubrio, Alguien gana, alguien pierde, Como siempre, responden voces venidas de algún lugar a su lado; Suben una cuesta, paran en el punto más alto a tomar aire. De ahí en más todo es cuesta abajo.