No hay más verso que el embate de los vientos sobre una cancha fría y solitaria. El pasto sin cortar, los podridos maderos de lo arcos y la lluvia que no cesa de enredar los regateos, pases cortos, pases largos al vacío y atrapadas serpentinas del portero. La camaradería se transforma en brindis permanente, gritos decorosos –y de los otros- al lineman, al técnico, al de negro y vítores por fantásticas jugadas que se atesoran sin registro y, por lo mismo, se agrandan y hacen legendarias en cada relato, en cada borrachera (que es lo mismo, según la hinchada siempre fiel, estoica, que soporta a punta de garrafazos sobre tablones cada vez más resbaladizos).
La frase es de Mónica Patricia Blanco… No hay potrero que no sude fútbol de primera. Y en el sur, del tiempo y la memoria, cada letra parece incrustarse -de forma ecuánime y certera- en el balón que rueda y frena en cada barro, en cada ráfaga cadente, en cada gol celebrado como una final, en cada gesto de habilidad y destino.
Poemas
Primeras jugadas
Antes hubo aquí un rehue y luego una capilla
una misión circular prendida en su propia cruz.
Los primeros encomenderos y conquistadores
buscaban la oreja de un hombre desnudo
como trofeo.
A un extremo de la cancha colocarían el altar
y en la defensa grandes playas levantadas contra el norte.
La victoria no fue sino aniquilación de latidos
bajo la siembra
entonces libre de marcadores
domesticaron el mar y la maleza.
Osamentas de plata y oro llevaban sus camisas.
La estrategia fue siempre el sembrado de un rosario
las palabras tenían el color de un fruto caído.
Plantó aquí la codicia su estandarte.
Sólo la muerte jugaría un partido inconcluso
entre lo avellanos.
Dos tiempos
Antes que Lelo Vargas se fuera a la esquila
no había turnos en salmoneras
los jugadores eran libres ovejas corriendo por el aire
el instinto cruzaba desnudo sin aparecer
y trofeos de armadura colgaban como charqui en el fogón.
La tierra era hoja blanda y fina para sembrar de raíz
lo que no nos devuelve el hombre en su cabalgadura
pero hay un Dios que todo compra -decían las bancas-
entonces el mar trajo sus peces de colores
y negras redes atraparon las mingas
porque era feroz urdir el sueño en equipo
hasta construir el barco de su propiedad.
Antes que Lelo Vargas se retirara a otra estancia
crecía el pastizal sin semillas
y las ovejas comían en la cancha
todo vestigio de remordimientos
pero la transición no fue sino repartición de escombros
ideas inservibles para provocar el bien al puntal derecho.
La táctica fue fusilar al arquero de turno
pegarle junquillos en el rostro y usar lágrimas profundas
como costras.
Así se fue el tiempo entre las quilas.
Lo cierto es que todos los males pueden venir
pero perder por goleada en el propio campo
no es ninguna belleza.
Táctica de juego
Hubo un tiempo en que los ídolos no tenían camisetas
ni sponsor
y corrían desnudos en “la cancha de cocherrayo”.
La garra destellos abrochaba
y figuración en su metáfora.
El dolor se hacía retratar en el entretiempo.
Así ganaron la vaquilla.
Así la ganaron.
Dicen que el viento jugó a su favor.
Clínica de fútbol
Cuando quebraron a Vaina
muchos amigos lloraron
hasta la amanecida bebieron
(uno de los jugadores más fieros y encarnizados
quedaría fuera de la temporada).
A veces ocurre que Dios se esconde en los camillones
y deja que llueva y granice
todo el invierno en estos pastos.
Morir es vivir.
El repudio crece con la maleza
y nos pegan codazos en el estómago.
En el bar recordamos a Vaina.
Todas las jugadas desaparecieron
en la trizadura del tiempo.
Esa tarde perdimos a penales.
El suplente
No sabía que el destino tenía un hueso fracturado
es preciso entonces que el rebaño pierda pie y se disperse
Lo llaman ahora al primer equipo
en silencio ha recorrido el campo
y como si fuera el último destronque
entrará en la cancha entre compañeros que apenas existen.
Lo cierto es que todos buscan la bandada de sus pasos.
Sangran llanuras propias
reencarnando al ojo que han derrotado.
La fatiga debe quedar tendida en el camino -le dicen-
y cabecearás sobre el rescoldo
más allá de los ojos de los otros
porque viene con las raíces
de los que nunca alcanzaron a jugar con nuestro espíritu.
Siempre habrá un sueño por desatar de la infancia
y el primer escozor de una ortiga cuando se sobrevive.
No sabía que el destino tenía un hueso fracturado.
Una vez adentro
Debe fintear su propia calavera.
Jugada magistral
Íbamos perdiendo uno a cero en Caguach
Con la travesía venían ya los descuentos.
Sólo el mago Vivar podía sacar un truco bajo la luna.
(Lelo Unquén ya no era árbitro
porque en un torneo anterior había cobrado penal
por un foul cometido justo en la media cancha.
Necho Mayorga nuestro pateador de penales
la tiraría al córner contagiado con la risa)
recibió de finao Nito, Área grande,
afilo uña y como si estuviera en una mesa de billar
pegándole en el agujero del balón
insertó el “blade” en un ángulo
y el casco de la pelota en el otro.
El juez informó que el equipo de Víctor Hugo Vivar
había vencido por dos a uno.
Verde no fue el campo sino negro
concentración hizo el tiempo en el campo
entonces comprendimos
que los golpes
que nos dan dentro de la cancha son poco todavía
y más vale perder por uno a cero
que regresar con una vaquilla entre la sangre.
Tercer tiempo
Al torneo te llevaré el Domingo
habrá fiesta mientras la jornada ganemos
un cordero debajo de la mesa
la garrafa con nuestros nombres
y cerveza para el camino.
¿Qué chal arropará nuestros resbaladizos cuerpos
entre la niebla?
Será un vals la isla
un negro respiro silbando en el prólogo.
No quedarán tierras en estos pastos.
¿Con qué relámpago se cerrarán nuestras raíces?
Habremos de llegar al arco seguro
al final de la cruz.
El mar tu sombra recogerá entre la lamilla.
La melancolía será otra noche oscura
que los perros ladren con el frío.
Lámina de invierno
De chico pichanga jugaban Yaco, Picaleña y otros amigos
cambiaban láminas de Liminha, Caszely, el gringo Nef
Entre las piedras buscaban figuritas.
La playa es el rostro de un niño
comiendo churrascos frente a Meulín.
Sus madres tejen el invierno en el Centro de Madres
y la máquina repunta en sus ojos
porque el progreso trae fogones distintos.
La lluvia abriga el calcetín en una pelota
hasta quebrar el vidrio de la infancia.
Ladran perros al hombre del pito
y la noche cae con su traje negro
pero hoy juegan a recordarse con una partida de truco
en la ciudad sin hierba,
el mismo tiempo perdido en los corredores
donde los ídolos mueren a cada rato.
La iluminada circunferencia
Nuestro sueño fue el vuelo
para alzar la iluminada circunferencia.
La infancia era una pelota marcada por la sombra de un
árbol.
Aún en cancha permanece
la música de los que bailaron con la lluvia
un viento leve volteando su cabellera
sin vida juegan pájaros con otro vuelo azul
entre los postes.
Muchachos fuimos
y pateamos con la uña el sueño hacia adelante.
No ha nacido todavía el que labre el sol con sus dedos.
Hay un olor a piedra
a huesos secos en los baldíos terrenos donde
gambetas hubo.
La lluvia es un interminable pájaro de barro
carretas que pasan.
No hay otra cosa que un ojo cegado oculto en el polvo
y una mano con aserrín marcando las líneas del destino.
La iluminada circunferencia, Jorge Velásquez, 2006