Hace poco leí un artículo que hablaba de las nuevas tecnologías y la ficción. De qué manera muchos de los cuentos infantiles de antaño se resolverían bastante sencilla -y aburridamente- si en ellos se insertara un teléfono celular o un computador. El artículo se titulaba “El móvil de Hansel y Gretel” y su postura se resumía en que la tecnología habría arruinado nuestras ficciones. Ya no corríamos desesperados a impedir que nuestr@ amad@ se subiera a un avión sino que, mucho más cómodamente, le enviábamos un mensaje de texto o email. Habría así, según el texto, un cierto fin del heroísmo relacionado con las nuevas tecnologías que nos habían vuelto más perezosos.

Si bien la postura es interesante, no es, ni por mucho, la definitiva ni el “fin de la historia”. Porque las nuevas tecnologías, si bien claramente le quitarían algunos elementos de suspenso a relatos de infancia, también vaya que le agregan nuevas intrigas y complejidades a la vida real y aquella de ficción. Las nuevas tecnologías destruyen ciertas ficciones, por cierto, pero también construyen otras nuevas que me parecen muy interesantes y que también han sido objeto de la literatura y el cine.

En una novella (o nouvelle) buenísima de Henry James, In the Cage, una telegrafista se entera de los secretos y amoríos de la gente de su barrio al tener que ser mediadora de sus mensajes. Hoy no existen intermediarios físicos, los emails no necesitan de ir al correo; podemos enviar un mensaje de texto sin que una telegrafista nos ayude (aprovechando, de paso, de enterarse de nuestras vidas), pero esas redes de comunicación, en sus nuevos formatos, siguen interfiriendo e interrumpiendo nuestras historias; crean nuevas comunidades, hacen posibles nuevos secretos.

Desde Qué Pena tu Vida, película en la cual los mensajes enviados entre los personajes se superponían a los espacios privados o de la ciudad; a la experiencia de chat que tienen los niños de la película You, Me and Everyone we know de Miranda July; oscuridades como las redes de pedofilia o la ficción que se esconde tras todo perfil de Facebook o Twitter donde nos construimos, nos fabricamos, a nuestro antojo, la tecnología permite crear ficción y dialoga con la ficción. Se inmiscuye en la obra (fascinante, por lo demás) de Claudia Apablaza en Diario de las Especies y su dinámica de blog o en su más reciente cuento “¿Me Quieres Follar?” (compilado en .CL Textos de Frontera) en el cual la protagonista se obsesiona buscando en Google referencias de su compañero de cuarto, a quien cree un ser peligroso; es patente en la exploración de las páginas de Myspace de adolescentes en la perturbadora novela de Edmundo Paz Soldán Los Vivos y los Muertos; o en el cuento “Juan y Marta” de María Paz Rodríguez (antologado en Junta de Vecinas) en el cual el protagonista se imagina viviendo en un reality show del “mundo sin su novia”. También es parte fundamental del cuento de Andrea Jeftanovic, “Medio Cuerpo Afuera Navegando Por Las Ventanas” (parte de la colección No Aceptes Caramelos de Extraños) donde una pareja en problemas intenta reinventarse encontrándose como extraños en una sala de chat. Asimismo, Alejandra Costamagna en uno de sus cuentos de la colección Animales Domésticos, “Hambre”, usa los mensajes de texto como contrapunto e interrupción de un almuerzo familiar, revelando complejas texturas cotidianas en la vida de dos hermanas, o Andrés Neuman en Hablar Solos hace una lindísima reflexión sobre el lenguaje a partir de los mensajes de texto que envía un niño a su madre durante un viaje en camión que realiza con su padre enfermo.

Los medios median, transforman, la ficción y la memoria. Y a veces esas mediaciones son francamente fascinantes. Incandescentes. Como el uso del formato powerpoint para escribir un increíble y triste diario de vida en la novela de Jennifer Egan, ganadora del Pulitzer, A Visit from the Goon Squad (traducida al español muy malvadamente como El Tiempo es un Canalla), o los límites a los que puede llegar la virtualidad en los cuentos de Charles Yu quien, en una de sus historias, cuenta la vida de un “sustituto emocional” que trabaja sustituyendo íntimamente, vía una conexión computacional, a las personas que están pasando por malos momentos y que requieren del servicio (en su más reciente libro Sorry Please Thank You).

Si bien es cierto, como comentaba el artículo que mencioné al comienzo, que un celular podría haber arreglado los malentendidos comunicacionales de Romeo y Julieta, evitando el final trágico, es también un celular sonando desde el bolsillo de un hombre que acaba de morir en un restaurante lo que mueve toda la acción de la buenísima obra dramática de Sarah Ruhl Deadman’s Cell Phone.

La ficción ha dialogado con las nuevas tecnologías desde siempre. Me imagino lo raro que debe haber sido, para los escritores de fines del siglo XIX, escribir en sus novelas o cuentos: “Y entonces ella levantó el teléfono”. Pero nostalgias excesivas de lado, creo que la proliferación inmensa de nuevos medios y tecnologías del último tiempo no ha hecho más que desafiar a la ficción a apropiarse creativamente de ella o bien a crear un universo distinto que pueda darle la batalla. Y todos los lectores salimos sin duda favorecidos de este intercambio.