El circuito cerrado falló durante la noche. El sistema estaba en supervisión todos los meses y no tenía explicación el desacoplamiento de veinte ordenadores en la parte A-1 de la ciudad. Santiago había entrado a la red central del sistema interconectado del segundo mundo. Todos sus habitantes se veían bien, algo asustados por los beneficios del sistema, pero ansiosos.
Estaba algo aburrido, como de costumbre. Había cumplido mis cuotas de tv conexión educativa 2 y ya no soportaba los noticiarios obligatorios y los Sábados Gigantes nivel cuatro que siempre me cargaron.
Por la pantalla me llamó el Juan invitándome a un recital de los Demonios Metálicos que habían llegado ayer al sistema. Tengo todas sus placas, pero no me entusiasma la idea. Le dije que no a Juan. Creo que se molestó. Me levanté de la cama, la pantalla se apagó, fui a la cocina y marqué un jugo de naranja en el digital; lo tomé y salí. La noche empezaba, sólo quería caminar, ver chicas, ver la pantalla 4.1 de la Plaza Italia y tomarme algunas cervezas.
Desde el bus volví a ver el noticiario de emergencia, hablaban de los ejecutores del desacoplamiento al sistema. Los castigos serían severos, repetían. Supuse que posiblemente serían jóvenes. El mes pasado fue una chica de Estación Central. La descubrieron boicoteando el circuito de Sábados Gigantes y fue acusada de terrorismo codificado 1. Cuando me enteré me sentí cómplice, culpable, un huevón cobarde, último. Su acción evidentemente me simpatizaba. Cómo podría negarlo si llevamos cantidad de generaciones con el maldito Sábados Gigantes. Con mi padre peleamos todos los meses cuando lo vemos. Él por supuesto compra todos los productos y está metido hasta las patas en los circuitos de crédito, que Almacenes París, Falabella, El Alto las Condes, etc.
Llegué. En la pantalla 4.1 un especial sobre la historia del Pop del siglo XX. Madonna. En su tiempo dejó la cagada, fue atrevida, erótica. Sólo pasan algunas escenas. El consejo de comunicación del gobierno revisa todo. Puedo leer las codificaciones en la pantalla. ”Imágenes no recomendables para los ciudadanos 1. Hay cinco escenas fuera del sistema”. Qué horror. Veo a la Cleo que me saluda desde lejos. Se ve bien con su pinta metálica de negro. Está conversando con Alejandro Vera, un huevón imbécil como nadie. En el sistema lo conocen como adicto 5.1, es drogo de la pantalla, y lo único de lo que habla es del noticiario, de lo bueno de los programas educativos, de lo excelentes que están saliendo los mensajes publicitarios. Está mal el tipo. Sus ojos son dos bolsas infladas, hasta podría contener un kilo de basura en cada ojera.
Camino. En la pantalla, Madonna se mueve como una diosa, ángel maldito y sensual del pasado, se manosea con un negro atlético y un rubio muy plástico. Hacen cinco poses groseras. Me encantaría aprender alguna. Encendí el visor de imágenes en tres dimensiones. Esta tipa me calienta, si estuviera solo me haría una paja aquí mismo. Se supone que no soy el único, junto a mí el Pedro y la Mari están en la misma. Desde aquí arriba veo la pista de alta velocidad en el Mapocho y a unos pacos que en motos 7500 persiguen a unos compadres. Van a velocidad 4. Ni cagando se escapan. La última vez que alguien lo intentó fue el verano pasado, iban en velocidad 5 y los pacos en 6. Antes que los detuvieran chocaron con una señal visual. Murieron todos. Por los noticiarios transmitieron todo el mes notas sobre los delincuentes juveniles, las pintas que llevan, la música que escuchan, todos malos chicos. Quizás soy uno de ellos y no lo sé. El Marcos me dijo que tenía pinta, con los jeans viejos y la polera sin marca. Miro hacia el parque y todos tienen sus visores en luz roja. Algo pasa, hay mucha gente para un día sábado ordinario. No veo pacos cerca. En las pantallas es hora de comerciales, anuncios de tiendas, residencias nivel 4 en la cordillera, vacaciones en Miami, París, Amsterdam, Nueva York, cuerpos de gimnasio en tres días, pornoshow por circuito en tres dimensiones, elecciones de gobernadores regionales en ocho meses más.
El Gonzalo Molina me hace señales, no tengo idea qué quiere. Me manda una señal digital por su visor, pidiéndome que me acerque. Al lado mío hay unos compadres punteándose. Los comerciales están a punto de acabar. Mientras me acerco hacia el Gonzalo, me encuentro con harta gente de la escuela, con la Marta Vargas, el Rogelio Inostroza, la Eugenia López y su hermano. La Marta trata de hablarme, pero me corro. Seguro que me preguntará si vi al Germán, si supe su última locura: que estuvo detenido en un sistema de alta seguridad; etc. La conozco desde el liceo y sigue pegada al recuerdo del Germán, siempre le gustó, incluso estuvo en el psiquiátrico juvenil 5. En ese tiempo me llamaba todos los días por la pantalla, mandaba mensajes por mi ordenador, sabía que yo se lo contaría al Germán; supongo que hasta celos tenía de mí. Una vez me preguntó si era gay, le contesté que no y repentinamente se puso amable, si hasta me llevó regalos la semana siguiente. Siempre entendí, al Germán esta mina no le gustaba, prefería comerse a la Toña González, ir al Quisco con la Paulina o con la Ivonne.
-Por fin, huevón- dice el Gonzalo -te llamé por la mañana y no estabas. Me dieron un recado. Alguien me mandó un mensaje por el visor, decía que te ubicara y que nos encontráramos al lado de la pantalla 4.1.
El Gonzalo está rayado. Su taller de cine lo está dejando huevón. Me acordé de la vez que me contó que había conocido al Aquiles Durán. Yo, por supuesto, no le creí. Le dije que ese compadre no iba a arriesgarse a caer en el sistema por hablar con él. Una locura. De dónde. Además que a los terroristas de codificación 0 nadie los conoce. El Gonzalo insistía. Yo intuía igual que algo pasaba, quizás habría un golpe de circuito, un asalto, una manifestación por los excesos de créditos, una redada de los pacos a los jóvenes no codificados, hasta narcotraficantes mencionó.
Miraba la pantalla y pensaba enla Cleo, con una rabia inmensa, sintiéndome un imbécil, un torpe que deja que su mejor mina se vaya con un huevón maldito. Ya no estaban. A esa hora de seguro estarían tomando cerveza en Dominica 54, buscando algún lugar para tirar. Él le contaría sus rollos, la última programación en la pantalla, sus problemas con su vieja tildada de bruja. Eso comentaban en la escuela. Él mismo. Su mamá era una bruja-de-la-zona-oscura, de la gente que quedó fuera del nivel 1 por sus ideas, onda derechos políticos. Ella lo miraría sensual, con sus ojos inmensos y ese brillo metálico perfecto. No lo entiendo, ella es fabulosa, un poco hereje, pero igual. Tiene carácter, por eso me gustó en la escuela. Es un desperdicio que salga con ese huevón baboso.
En la pantalla se exhibe una muestra de la próxima bienal de reciclaje juvenil en Valparaíso. Veo un trabajo del Loco Ari. El Gonzalo trajo cervezas, tres cubos de cristal rojo cruzados con barras de metal en forma de cruces nazis, pero la cerveza está caliente, mala, la escupí. El Gonzalo me cuenta que el Loco Ari perteneció a esa secta, estaba medio rayado y en un tiempo anduvo con unos libros viejos de un maestro de su grupo. De repente, luces rojas cubren el parque. Todos se observan y comienzan a moverse, algunos corren. El Gonzalo me advierte que los pacos vienen para una revisión. Se escucha una sirena y una voz artificial nos pide que nos quedemos tranquilos, que se va a realizar una revisión de visores. Por la vereda cinco tipos tiran bombas de sonidos de alta densidad a las máquinas de los pacos. Se produce el caos, todos corren en distintas direcciones. El Gonzalo me grita que lo siga, corriendo entremedio de los árboles del Forestal. No podemos cruzar la carretera de alta velocidad. Los pacos están deteniendo al que se les pase por delante. Me canso pronto. Al mirar detrás de una fuente de agua, vi que detenían ala Marta Vargasy al Rogelio Inostroza. Escuché muy cerca botas metálicas, a cincuenta metros unos cilones de la brigada especial corren hacia nosotros. El Gonzalo salió rajado. Atravesé el Bellas Artes. No sé por qué estoy en este maldito lío, aunque prefiero correr antes que averiguarlo. Frente a mí veo a dos chicas huyendo igual que yo. Miro hacia atrás y veo que todavía me persiguen. Estoy más que asustado. Imagino la cara de mi vieja sacándome de los recintos juveniles de sospecha y eso no me hace gracia. Prefiero seguir preocupándome de mis amigos metálicos. Decidí bajar a un paso de nivel subterráneo que atraviesa el Mapocho. Estaba oscuro, con olor a caca y meados. Adentro unas chicas me llamaron, pero no las distingo. Corrí hacia adentro y tropecé con unas varas de metal y unas botellas. Escucho a lo lejos el sonido de las botas metálicas bajando al subterráneo. Estoy perdido. Me acuerdo de una película de persecución de un tipo en una red de subterráneos urbanos, en la película no logra escapar. Me duele el estómago, ya no puedo más. Veo algunas luces del reflejo de las botas. Me detengo. Los golpes de las botas contra el piso se acercan. En un segundo, alguien coloca una mano fuerte en mi brazo y me dice que no me asuste. No veo nada. Me sacó del pasillo hacia un lugar más húmedo. Oigo a los cilones pasar junto a mí. En la oscuridad, uno grita que corran más rápido. Alguien enciende una barra de metal luminoso, sea quien sea le agradezco, pero quiero salir de ahí. Me pide que me calle de una manera muy poco amable. Nos acercamos a la pared mojada del túnel, noto que extiende el brazo y al instante atravesamos una puerta. Ingresamos a otro pasillo, cierra la puerta y me deja solo unos minutos. Al volver, proseguimos el camino. Mis zapatillas están mojadas por el agua. El extraño no me habla. Se vuelve a detener y abre otra puerta. Entonces, aparecen otras luces más intensas en un espacio mucho más amplio, como un galpón abandonado, inmenso. Por fin, un tipo me habla, me pregunta cómo me encuentro. Le respondí que bien. Alrededor de cincuenta personas se mueven por todo el espacio, usan jeans y poleras sin marca. Estoy en otro mundo. Las paredes están cubiertas de afiches de cantantes del siglo XX, Madonna, Freddy Mercury, Jim Morrison, y dos bandas de rock prohibidas en el sistema. En un afiche enorme, que cubre toda una pared, alcanzo a leer ”Bombardeemos a Sábados Gigantes”. No lo creo de pura impresión. Por aquí tipos botados, mientras cinco parlantes invaden el espacio con los Terroristas del silencio, más allá un grupo fuma pitos y otros pinta carteles. Unas tipas discuten sobre unos planos encima de tableros, no logro distinguir de qué se trata, pero reconozco entre ellas a la Marcela Tapia, fue compañera de Liceo. De pronto, alguien me llamó por mi nombre. No lo conozco. Se acerca y me informa que estoy en una red de jóvenes no-codificados por el sistema. Es un tipo joven y a la vez viejo, viste ropa usada y pulseras de metal en las muñecas, pelo largo y collares con signos raros, cruces, círculos. Se llama Juan Rodríguez y me cuenta que vive aquí hace diez años. Armaron este lugar con unos amigos que huyeron de los recintos de sospecha. Encontraron el sitio por casualidad, un día que estaban muertos de borrachos, ahí se les ocurrió. Tiran todo el tiempo que quieren, usan ropa sin marca y escuchan la música que les da la gana. Alguien grita desde un rincón. Me dice que no me asuste, es el pequeño rojo que empieza su actuación del día. Nunca deja de bailar a esta hora. Todos se agrupan en torno suyo y aplauden y, mientras salta por los aires, grita. Se escucha música de “Los detenidos por sospecha”. En una pantalla gigante se muestran imágenes de comics, arte New Wave, en los dibujos unos monos alados bombardean la estación de Sábados Gigantes. Bolsas repletas de etiquetas vuelan por los cielos, teñidos de colores intensos con explosiones pequeñas. Muerte a los concursos en letras gigantes. Aparecen primeros planos del fundador del programa amarrado en un misil que se aleja hacia el espacio. Todos se vuelven eufóricos con las imágenes, gritan, saltan, hay algo de trance colectivo, algunos chocan entre ellos, en cambio, una sensación extraña me invade. Uno me pasó a llevar. Están drogados con la pantalla. Entre unos tipos alcancé a ver al Gonzalo, tiene los ojos rojos y salta frenético. Me acerqué y le grité, pero no me oye. Intento salir del enredo de manos y pies a mi alrededor, lanzo patadas, algunos me toman de los brazos y me tironean de un lado a otro, quiero escapar de esa masa humana. Logré avanzar unos pocos metros. Más allá, veo a una mina en el suelo, me parece cara conocida. Está de espaldas y borracha. Al darla vuelta la reconozco. Es la Cleo. Se me cae el mundo, no sé cómo llegó acá. Al instante miré la puerta de salida, no hay nadie. La Cleo está inconsciente, intento levantarla pero sólo consigo arrastrarla. Un tipo viene hacia nosotros, llega casi al frente y pasa de largo. Sigo arrastrando ala Cleo. Alllegar a la entrada le hablé, pero no respondió. Penetramos a un pasillo oscuro, donde no se ve nada. Choqué con una pared y sentí que algo se movía en mis pies, tratando de apurarme. Tengo aún en la cabeza la explosión de Sábados Gigantes, la imagen del Gonzalo metido ahí dentro, con los ojos inflados y yo sin poder hacer nada. Por fin veo una luz. La Cleo no da señas de vida. Salimos del pasillo subterráneo, hasta el hoyo de luz de la salida. Tardé más de diez minutos en arrastrar a la Cleo. Subimos.
Afuera, el sol pega fuerte sobre nosotros, estoy perdido con las horas. Me tendí en el pasto conla Cleo, así, de espaldas mirando los árboles viejos del Forestal. Un viento fuerte me refresca y despierta a La Cleo. Con esta hazaña estoy seguro con ella. Esto fue lo mejor que me pudo pasar, lástima que Gonzalo se quedara ahí con esos tipos. Increíble que la tenga a centímetros. En la escuela nunca demostró el menor interés por mí, sólo me aceptaba por obligación. Cuando estábamos en la sala de ordenadores la invadía con mis locuras. Nunca me respondió, pese a que le escribí poemas, capítulos de novelas, guiones, le dibujé, intenté de todo para capturar su atención del modo más creativo posible y nunca, nunca, ni una señal de interés.
Abre sus ojos y hace un gesto de reconocimiento e interrogación. Le conté todo, de los tipos bailando como locos, de ella tirada, del Gonzalo, y de lo heroico de mi parte en sacarla de ahí. Conversamos toda la tarde, como nunca, mirándola, pendiente de mis tonteras para caerle bien. Nos levantamos del pasto y recorrimos todo el Forestal, como si no existiera nada más, sólo los dos, sin angustia ni persecuciones, sin cilones, ni familia, metidos hasta las patas en este encuentro cercano. A nuestro lado, se oye el ruido de los autos en la pista de alta velocidad, mientras las pantallas anuncian los nuevos concursos de Sábados Gigantes y el próximo especial de “Los demonios Metálicos”, en la pantalla 4.1 de la Plaza Italia.
Ilustración: Igor Morski
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