La intención de los poemas – escritos en prosa o en intento de ello –, es la búsqueda por trazar el abuso sexual que sufren los niños por miembros de la iglesia. Los poemas seleccionados, abarcan los dos sentidos que expongo; perdón y venganza. En el primero, pretendí mostrar un escenario donde la víctima llega a sentir lástima por el abusador, realizar un relato que cuantifique las atrocidades que se cometieron y en el segundo, lisa y llanamente, lo que se puede llegar a realizar si la venganza está presente o en alguna pretensión de aquello.
Abadía
I
Tuviste miedo. Lloraste y esparciste las lágrimas por las murallas para que hicieran un camino a donde yacía tu cuerpo, el agua formó zanjas como cada hombre guarda su verdad en las noches. Llenaste de greda tus manos para levantar las partes que te faltaban, las que te fueron arrebatadas por mentirle al hombre. Eras el camino al cielo o la manera de creernos más santos por dejar que los niños jugaran en el templo. Simulaste una cruz en el aire con la forma en que colgaban tus miembros cuando terminabas con ellos.Pero tuviste miedo, miedo de las tristezas – de los niños – que se postraban en tu cama, de las siluetas que bajaban susurrando desde el techo o los hedores que se recogían en la casulla.
Y volviste a llorar, mientras soñabas ver a un toro bañado en su propia sangre dando vueltas por la habitación, dando vueltas sobre los cuerpos que enterraste vivos, pisoteándolos para removerles el semen que aún guardaban sus culos. Pero gritaste, como si quisieras que el toro se detuviera y la habitación fuera conservada en tu nombre. La última petición de un moribundo, decías.
Y la neblina comenzó a acariciar las manos que salían de la tierra, pequeños pasos se iban trazando en el polvo que cubría la cama o en la tumba donde se ahogaban los gritos. Tú seguías llorando, y la muerte daba vuelta la siguiente página del libro. La noche se venía encima de tu frente como la tierra que la muerte tiraba sobre ti y a los ojos de todos los que estaban donde dormía tu nombre.
II
Ojalá pudieras tenerlos de frente y cada uno vestido como la última vez que te violaron. Con el mismo olor a azufre, ojalá, con la misma posición que tenía el sol o la luna cuando sus dientes rozaban tu oreja. Todo debe estar exactamente como lo recuerdas, la cama abierta a recibirlos, la Virgen mostrándote que debes ser fuerte, incluso, debería estar rondando la misma luz por las calles por si algún niño se escapa de su casa y llegara a parar con uno de ellos. Ojalá pudieras tenerlos de frente, ojalá no se sigan escondiendo en las faldas de María, ni en las cartas que un cura con más investiduras en oro escribió por el perdón de los culpables. Ojalá pudieras tenerlos a todos e ir uno a uno reventándoles la cabeza como si estuvieras en algún matadero, como si el concurso se tratara de quien soporta la mayor cantidad de penetraciones sin llorar, ni gritar. Ojalá pudieras tenerlos de frente.
Ilustración: Julian Callos