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D. H. Lawrence (David Herbert Richards Lawrence (1885-1930),escribió novelas, cuentos, poemas, obras de teatro, ensayos, libros de viaje, pinturas, traducciones y crítica literaria; su literatura y su propia personalidad se caracterizaron por una reflexión que se acogió  a dos principios: el irracionalismo y el primitivismo.

La reflexión constante del autor en torno a la naturaleza humana, mostrada en su obra literaria, la consideramos en directa consonancia con la llamada búsqueda del Rananim, misma que lo llevará a un autoexilio voluntario, en lo que él mismo habrá de denominar “peregrinación salvaje” que iniciará en Italia, Sri Lanka, Australia, Taos, Nuevo México, y finalmente cristalizará en su estancia en México en 1923, durante 10 meses. El exilio como tal constituye algo más allá que una ruptura geográfica y cultural, con su regreso a Europa, Lawrence reconoce que no existen los paraísos perdidos, y que “… el  verdadero exilio nace con el hombre y sólo termina en el momento de la muerte.”(Carballo, Emanuel, 1970: 10)

 Esta búsqueda del Rananim, lo lleva a su peregrinaje. Coincidimos con Ruffinelli (1978), “D. H. Lawrence llegó a México en 1923 a buscar algo que sólo existía en él mismo, y que llevaba a todas partes como las maletas del viajero: un paraíso formulado, una utopía.”

 Lawrence, nacido en lo que se denomina despreciativamente “Working class”, crece con ello como si significara una marca, mancha, un estigma y no sólo un elemento para señalar su origen; destaca Ruffinelli (1978: 22): “Rechazando a Inglaterra y rechazado por ella, Lawrence buscó, a partir de 1914, un hogar vicario que pudiera acogerlo a él y a sus ideas, sin violencia, sin tensiones, del mismo modo que se reingresara al claustro materno. Ese lugar, ya en el período mexicano (comprendiendo en la misma etapa los largos meses transcurridos en New Mexico) se llamó Rananim y pretendió tomar la forma de una comunidad para pocos elegidos que Lawrence guiaría con el corpus entero de su concepción del mundo, de su rechazo de la realidad histórica.”

 Ante tal contexto, Lawrence llega a México, buscando el “paraíso”, el otro Edén, donde podrá pensar de nuevo en una comunidad que permitiera el renacimiento del hombre moderno; el escritor inglés vislumbró esta posibilidad en el regreso al pasado, “…en especial una nueva religión que debía sustituir al cristianismo y que podía tener como base las formas aztecas de la visión del mundo.” Ruffinelli (1978: 25)

 Así es como en la novela La serpiente emplumada, D. H. Lawrence plantea de manera racional los dos principios que hemos señalado al inicio: el irracionalismo y el primitivismo, pues al decir de Ruffinelli (1978: 25), es en esta obra donde “…pudo constituir así, años más tarde, la formulación racional de la necesidad del irracionalismo; la exigencia de liberar la energía oculta, encerrada, aprisionada, del hombre, que debía presentarse en este siglo como una nueva forma mesiánica que el arcano de los siglos aún reservaba a nuestro favor.”

 Ahora bien, lo que aquí nos ocupa es hablar de la representación del indígena en la obra del autor inglés; hemos elegido para ello los conceptos: alteridad y binarismo para realizar nuestro breve análisis. El primero, considerando que para Lawrence el indígena es siempre el otro, el ajeno, aquel a quien no es posible reconocerlo si no a partir de la diferencia, pero en términos del discurso colonial esta diferencia se gestará y fincará desde la perspectiva del discurso colonial, es decir, el inferior sujeto colonizado, primitivo, retrasado, malo, bestial como animal, marginal, marginado, estúpido, feo. Más de una referencia en este punto existen en la obra de Lawrence, sea en la novela La serpiente emplumada, o bien en su obra de relatos de viaje, Mañanas en México; observemos la forma en que el autor inglés retrata al indígena en el siguiente fragmento:

 Y Rosalino, el mozo indio, me mira con sus ojos enfundados en su propia oscuridad. Tampoco nosotros nos pondremos de acuerdo: él es huidizo y despreciativo. Entre nosotros existe el mar de la otra dimensión, y Rosalino quiere salvarlo con la regla del espacio tridimensional. Sabe de antemano que esto no puede ser. Igual que yo. Y los dos sabemos que cada uno sabe lo que el otro sabe. Puede, sin embargo, imitarme, aún más de lo que soy. Como el loro a él.[1]

Aquí podemos observar claramente elementos que vamos a encontrar en La mujer que se fue a caballo,

… Encontró sus negros ojos, grandes y brillantes y, por primera vez, su espíritu desfalleció. Los ojos del hombre no eran humanos y no la veían como una hermosa mujer blanca. La miraban con una mirada negra, brillante, inhumana, y no parecían ver a una mujer, sino a algo extraño e inexplicable, a una cosa incomprensible y hostil. …[2]

La mirada insondable del indígena, la oscuridad de la misma; la permanente idea que esta forma de mirar y ese color, sólo pueden pertenecer a “algo” que no es humano, y ese “algo” es el indígena mexicano, a quien también se le califica como sobrenatural, malvado. Veamos como en  La serpiente emplumada, la protagonista Kate, desde las primeras páginas destaca también la mirada indígena, los ojos,

 – … Me abruma lo que veo. Por ejemplo, esos tipos de grandes sombreros; los peones, con sus ojos sin pupila que parecen un agujero negro y profundo como el fondo de un remolino.[3]

Esta referencia a los ojos, a la mirada en la novela La serpiente emplumada, se reafirma más adelante, repitiéndose la forma en que el indígena mexicano vive, entiende el mundo este mirar oscuro del indígena hacia el “blanco”, esta certeza del “blanco”, por la diferencia existente para con el indígena, una y otra vez la protagonista se encontrará con la mirada oscura y maligna del indígena, los ojos sin pupila, del personaje General Viedma, la mirada de la mujer a su servicio a quien no comprende ni es comprendida por ella, pero es vista. Los ojos que también son de efecto maligno en La mujer que se fue a caballo, de aquellos quienes la toman como una ofrenda de sacrificio, esos ojos huidizos y burlones. Los ojos, la mirada, que determina la forma de ver el mundo o de comprenderlo, el del indígena, oscuro; el del extranjero, el blanco, que mira claramente y que ha empleado …Todos los esfuerzos para llevar el alma de los mexicanos a una especie de existencia definida sólo condujeron a su propia destrucción.[4]

Hasta aquí podemos notar directamente esa referencia a lo antinatural del indígena mexicano, el énfasis en la mirada es sin duda un rasgo en la obra de Lawrence, pero no debemos de apartarnos de otro elemento que se destaca en el fragmento citado de Mañanas en México: “… Puede, sin embargo, imitarme, aún más de lo que soy. Como el loro a él.”[5]  Existe, a nuestro parecer una idea clara del concepto de alteridad en esta mención, alteridad desde el discurso colonial, pues a partir de éste que se crea la ideal del “otro” que no es igual a mí, pero a quien miro y no reconozco como igual, puede imitarme, Como el loro a él. Entendemos que conforme a lo expuesto no es posible el diálogo si no existe un plano de igualdad, por ello la referencia al loro, símbolo de la animalidad e incapacidad del indígena para crear su propio pensamiento y a partir de ello su lenguaje, por lo tanto condenado a repetir lo que escucha, irracionalmente.

En este sentido, veamos la forma en que el autor inglés coloca la visión del indígena por el “blanco”, de cara al discurso colonial, en Mañanas en México,

Para ellos, el hombre o la mujer blancos son algo así como un fenómeno: algo para observar, y maravillarse, y reírse de ello, pero nunca para considerarlo al mismo nivel de uno. El hombre blanco es una especie de extraordinario mono blanco.[6]

Aquí yace una de las ironías más rotundas del texto, ya que si hemos leído las notas previas, esta es la exacta forma en que Lawrence considera al indígena, un fenómeno,… pero nunca para considerarlo al mismo nivel de uno… El propio autor dirá:

Mas el gran mono blanco tiene las llaves del universo, y el mexicano de ojos negros tiene que servirle, a fin de poder subsistir.[7]

Asombrosamente, para quien escribe, todo el discurso colonial en la obra de Lawrence se yergue y se vacía en las premisas de la dualidad, esa lógica binaria en que la realidad será vista en términos de oposiciones que establecen una necesaria relación de dominio. Tal como ha quedado señalado en cada fragmento de las diversas obras del autor. Aún con lo expuesto leamos esta afirmación de Lawrence en La serpiente emplumada, con respecto al mexicano:

 Sin esperanza y sin finalidad, vivían una vida vulgar en aquel país sombrío y volcánico. No eran animales porque los seres humanos no pueden serlo…Por eso en los ojos negros de todos los individuos de aquella familia leíase una especie de miedo perverso, de asombro, de sufrimiento.[8]

 Atendamos a la expresión “Por eso”, como una cláusula explicativa, no casual, causal; y continúa:

 La miseria de los seres humanos que se consideran impotentes para desarrollar las posibilidades de su ser…incapaces de arrancar de su alma el caos e insensibles a todas las demás conquistas.[9]

 Finalmente podemos afirmar que Lawrence dentro de su propio discurso colonial, en esa suerte de encanto fallido que posee La serpiente emplumada, -novela truncada a capricho de su propia decepción por el México que decidió mirar-, es quizá la protagonista de la barbarie posible en que vive el indígena mexicano en La mujer que se fue a caballo, pues como ella, en la búsqueda de su liberación hallará la muerte, siguiendo al mismo Lawrence: “Siempre que un mexicano grita “viva” acaba la frase con “muera”. Al decir “Viva” está siempre pensando en la muerte para este o aquel individuo.”[10] Luego, en esta duplicidad, binarismo, el autor se sumerge a nuestro juicio con su propia vida como una incoherencia, propia de su misma obra.

Sólo nos queda, a título de quien escribe, estar de acuerdo con la afirmación de Carballo (1970:16), “En ocasiones somos tal como él nos pintó y en otras, por defectos del pintor y el cuadro, mejores de lo que él supuso que éramos.”

Notas

[1] Lawrence, D. H. Viva y muera México. Prólogo y selección Emanuel Carballido. México: Diógenes, 1970 (Antologías temáticas, 3), p. 44
[2] Lawrence, D. H. La mujer que se fue a caballo. Tr. Leonor Acevedo de Borges, Buenos Aires: Losada, 1939. (Edición electrónica) p. 7
[3] Lawrence, D. H. La serpiente emplumada. México: Fontamara, 2000, p. 42
[4] Ibid., p. 179
[5] Lawrence, D. H. Viva y muera México. Prólogo y selección Emanuel Carballido. México: Diógenes, 1970 (Antologías temáticas, 3), p. 44
[6] Ibid., p. 65
[7] Ibíd., p. 67
[8] Lawrence, D. H. La serpiente emplumada. Op. Cit., p. 189
[9] Idem.
[10] Ibíd, p. 172