birdman

 

Bien se sabe que los juegos siempre son interrumpidos porque la atención se desvía. Daniela tenía esta mente saltando de un lado a otro por casi cualquier cosa; sabía que a las flores de la ventana se le desprenden los pétalos cuando el viento venía fuerte del oeste, comparaba la sierra del cuchillo de carne con las patas del escarabajo de la noche anterior, pensaba que los cocuyitos eran pedazos de su difunto abuelo y que venían a entibiar el corazón. Daniela es de esas pocas personas que no entiende porqué la gente asegura que dentro de un caracol se escucha el mar cuando todos saben perfectamente que ese sonido es el vacío. Como buena oyente, le advierte a su madre que en la tubería del baño de al lado se escuchan infiernos desde hace 2 días. Al cerrar los ojos su oreja adherida a la pared percibía el pago de cada pecado. Ha leído que las almas en el inframundo se calman cuando comen inocencia y enseguida recordó a propósito la vez que robó unas uvas.

«Quizá si me sienten sucia yo no les sirva de alimento». Pensó.

La señora Mirabal era esta mujer cuya elegancia la hacía inaccesible, es posible que el tallado de la falda sea la razón por la cual su vientre nunca pudo fecundar, también es posible que esa falda ceñida a ese cuerpo perfecto sea la razón de muchas otras desgracias. Ha dicho a las vecinas que el señor Mirabal viajó a Atlanta por última vez en el año y presiente que lo verá pronto. Sonríe cómplice de sí misma para no levantar sospechas. Noches atrás se le vio por primera vez con el maquillaje levemente desordenado y Ana, como la llamó su padre, siempre fue ejemplo de equilibrio, un equilibrio que en cualquier momento podía explotar.

En las salas de esas casas nunca hubo lugar para la normalidad. Daniela siempre sintió ahogo por los recuerdos de vidrio y Ana por el matrimonio. Las paredes estaban tan juntas como el drama y todos conocían el límite y libertad del vecino, al punto que Daniela despertaba todos los días con el grifo abierto del tempranero señor Mirabal (aunque ya contaba 2 días que no corría agua por esos tubos ni sangre por esas venas).

Ana sabía la trampa de esas paredes desde aquella calurosa tarde de té en la casa de Lucy donde se escuchaba al señor Mirabal en la vivienda próxima explícitamente entusiasmado por las acciones de Laurita y las buenas diligencias con su boca adolescente. Jamás olvidará la expresión inundada de lástima en el rostro de Lucy y el eterno «debo irme» que alcanzó a decir antes que la furia la afanara.

A los empleados de M & S and Co. Les hubiese encantado ver al jefe silenciado. Los hematomas entre golpes y jeringas le daban un aire mortal, y no del dios que se creía y que ellos reglamentariamente adoraban. Su voz siempre hercúlea no daba lugar a sollozos, mucho menos a la súplica. Es curioso que el perdón no lo pidiera antes por la mordaza del orgullo y que ahora le toque una de tela, justo cuando su garganta y su yugular no dan para más. Ana nunca pensó que el paso de la sangre deslizándose por las estrías de la cerámica le concedería tanta paz y bienestar, o por lo menos la suficiente como para aceptar las consecuencias con la mejor de sus sonrisas. Al fin y al cabo, cuando el camino termina para unos recién comienza para otros.

Van 2 días y, con la oreja adherida a la pared, Daniela advierte a su madre que al tercero el cadáver hiede.