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El Minerva II era un transatlántico que operaba con bandera de las Islas Marshall, de 181 metros de eslora, y veinte y cinco de manga, su tripulación ascendía a trescientos setenta y tres  personas, y sus pasajeros eran alrededor de setecientos.

El enorme y ostentoso buque avanzaba lentamente hacia el puerto de Valparaíso, después de pasar por Tahití e Isla de Pascua .

Uluf Lindström, un hombre caucásico, de cuarenta y cinco años estaba en la enfermería de la cubierta número nueve, pues presentaba leves malestares en la piel, se veía afiebrado y sentía una picazón constante. La enfermera, le recetó unas aspirinas, reposo, mucho líquido, y una crema anestesiante con Aloe Vera para ayudarlo a sentirse mejor. La blanca piel del ciudadano nórdico se veía enrojecida; era evidente que presentaba un cuadro de insolación, bastante común en aquellos viajes de placer.

Uluf se había divorciado hace solo unos meses, su esposa lo había dejado por un latino, que trabajaba como profesor de castellano en el mismo colegio que ella. Él creía que todo se debía a su imposibilidad de tener hijos, lo habían intentado de muchas formas, habían visitado doctores, e incluso habían conversado la posibilidad de adoptar. Finalmente, la mujer optó por una solución más práctica, y se buscó otro semental. Cuando descubrió que a las pocas semanas de dejarlo, ella ya estaba embarazada de su nueva pareja, se le vino el mundo abajo, y entró en una profunda depresión. Su psicólogo le aconsejo evitar el invierno sueco, ya que seguramente los cortísimos días boreales, en donde el sol se pone a las dos de la tarde, no harían más que empeorar su ánimo. Uluf no lo pensó dos veces, tomó todos sus ahorros, vendió su Volvo, y algunas otras pertenencias, y se subió al Minerva II, para dar un largo paseo por las islas polinésicas, ingerir cantidades ingentes de alcohol, conocer montones de mujeres, y olvidarse de su pasado.

Luego de dormir toda la tarde, se sintió un poco mejor y decidió salir de su camarote y tomar aire fresco, en la piscina de la cubierta de intemperie, donde normalmente había música electrónica suave, se sentó en la barra y pidió un >>Long Island Iced Tea<< al barman, encendió un cigarrillo y comenzó a mirar a su alrededor. Luego de unos cuantos tragos, Uluf ya hablaba con un par de mujeres de origen canadiense, con quienes finalmente, terminó en su camarote.

Durante la madrugada, y mientras él dormía, las mujeres recogieron su ropa, y se retiraron en silencio.

Cuando despertó, noto con alarma que había perdido sensibilidad en varias partes de su cuerpo, en un principio lo atribuyó a la borrachera, pero luego se dio cuenta de que también se sentía un poco mareado, y que tenía problemas para enfocar la vista. Aún así, solo se tomó unas aspirinas, consumió el contenido de una botella de agua mineral de su minibar, y decidió dormir otro poco más.

Para abrió los ojos nuevamente, estaba ardiendo en fiebre, sudaba copiosamente y tiritaba de frío, sentía la boca seca y no podía despertar de una pesadilla que lo envolvía y lo obligaba a mantenerse en la cama, se sentía como un pequeño trébol aplastado y consumido por una masa deforme y gelatinosa.

Pasó toda la noche en estado de duermevela, con todo su cuerpo acalambrado, se levantó a vomitar varias veces pero no había nada en su estómago más que agua, la cual salía a chorros por su boca, anhelaba poder dormir para descansar, sin embargo los malestares eran tan intensos que le era imposible conciliar el sueño.

Al día siguiente, en la enfermería, el doctor del buque lo fue a visitar, al examinarlo noto un extraño salpullido que se extendía por todo su cuerpo, le tomó la temperatura y el pulso.

–Sus síntomas son preocupantes–, le dijo–  le administraré algunos antibióticos, estoy seguro de que eso le ayudará a mejorar.
–Deme lo que sea doc, siento mucho dolor –, replicó con un gemido apenas audible en su quebrado ingles.
–Antes de eso, necesito hacerle unas preguntas que para corroborar mi diagnóstico.
–Pregúnteme lo que quiera.
–¿Con cuantas mujeres se ha acostado últimamente?
–No lo sé, bastantes.
–¿Ha usado preservativos con todas sus parejas sexuales?
–Creo que si, no estoy seguro.
–Necesito que me diga con exactitud, le he tomado muestras de sangre, que dejaremos en Chile para ser analizadas, pero eso se demorará por lo menos un día o dos más, y es vital para la seguridad de la tripulación y los pasajeros, determinar con exactitud que es lo que le afecta, si es una enfermedad contagiosa, podría esparcirse por todo el transatlántico en muy poco tiempo. Entiende lo grave de la situación.
–Puede pedirle a la enfermera que se retire, me siento un poco incomodo hablando de estos temas frente a ella.
–Ella es una profesional, no repetirá nada de lo que se hable en este cuarto.
–No es por eso doctor, es que su presencia me cohíbe, es muy atractiva.
–Está bien–, el médico hizo un gesto y la sensual enfermera cubana se retiró del lugar con una sonrisa –Ahora por favor, continúe.
–¿Cree que lo que tengo es contagioso?
–Es una posibilidad, si tenemos suerte, solo es un cuadro venéreo tratable con antibióticos.
–¿Venéreo?
–Una enfermedad de transmisión sexual.
–Esta bien, que necesita saber.
–¿Recuerda las veces que ha tenido contacto sexual sin protección?
–Ayer por ejemplo, estuve con dos mujeres, y no usamos protección, es incómodo hacer un trío ocupando condón, muy incómodo para ellas, sobre todo si no les gusta el sabor del látex.
–Me imagino, pero esto tiene que haber sido por lo menos hace dos semanas, recuerda si bajo en Tahití.
–Si claro, probablemente ahí me contagié.
–¿Tuvo contacto con prostitutas?
–Si le cuento, ¿promete no contarle a nadie?
–Le aseguro que lo que me diga, quedará entre nosotros, sé que en aquellas islas son comunes algunas prácticas, que en otros países, como el suyo son ilegales, no se preocupe por eso, este es un viaje de placer, no tenemos permitido hacer juicios morales o de valor respecto al comportamiento de nuestros pasajeros.
–Deme su palabra.
–La tiene.
–Está bien. –Uluf tragó saliva antes de continuar, tratando de buscar las palabras adecuadas en ingles para describir su experiencia.
No bien bajó del Minerva, fue interpelado por un joven negro que le ofreció Hashish y mujeres a buen precio, decidido a relajarse, el nórdico fue detrás del isleño.
La primera parada fue un tugurio de mala muerte donde consumieron unas cervezas y lo esperó disfrutando de un baile erótico mientras el nativo se retiraba con su dinero y volvía con una enorme cantidad de cannabis de la mejor calidad. Por iniciativa propia, Uluf le consultó a su guía por prostitutas jóvenes.

Ya era de noche cuando subieron a un viejo vehículo de color celeste, con un pequeño letrero en que se leía la palabra Taxi. Después de una media hora, y luego de haber compartido marihuana y alcohol con el conductor del vehículo, se bajaron en medio de un camino rural, se abrieron paso por una plantación de caña de azúcar, y sin mucho esfuerzo llegaron frente a una enorme estructura de madera. Dentro, había gran cantidad de gente reunida, sobre todo hombres de aspecto torvo, haciendo apuestas en torno a una pelea de gallos.

Uluf fue conducido a la parte de atrás, donde otro grupo de gente danzaba u bailaba con lo ojos blancos en torno a una fogata, al ritmo monótono de unos tambores de cuero, pasaron por al lado de ellos y avanzaron hasta un montón de casuchas de madera, el isleño le indicó el importe que le debía dejar a la anciana que estaba en la primera choza, ella le indicaría cual estaba disponible.

Entró al segundo cuartucho, corriendo una pesada y sucia cortina que oficiaba como puerta, dentro de ella, había una bella muchacha mulata, desnuda, amarrada a un camastro, se movía espasmodicamente y abría y cerraba la boca, sus ojos parecían tener cataratas.

Con el juicio obnubilado por el alcohol y el THC, Uluf copuló sin piedad, ni remordimientos, ni protección con la niña, que no debía haber tenido más de doce años.

Uluf hizo una pausa después de su relato, no se atrevía a mirar al doctor a los ojos.

–He escuchado de aquellos lugares, –Replicó el doctor– es común que los pasajeros se contagien enfermedades en los burdeles de los puertos, no se preocupe, no es la primera vez que escucho una historia parecida, a esas chicas las han zombificado, los brujos Tahitianos han aprendido a usar la tetrodoxina que extraen del pez globo, así como en Colombia es común el uso de la burundanga, una toxina que sacan de una planta nativa llamada Peyote, y que también elimina la voluntad de la víctima. En Tahiti es común que lo usen en jóvenes para obligarlas a que se prostituyan. Como ve, la ciencia se mezcla con la fantasía, no hay nada que temer, usted tiene sífilis.
–Ya me estaba asustando, cree que me pondré bien pronto.
–Será cosa de un día o dos, ahora le colocaré bastante penicilina, cuando lleguemos a Valparaíso, ya podrá bajarse y recorrer la ciudad, en busca de burdeles.

Dos días después, sin afeitarse, vestido con una camisa floreada, unas bermudas beige y sandalias Uluf bajó al puerto de Valparaíso, aún se sentía mareado, un adormecimiento extraño se había esparcido por su cuerpo, pero pensando que era parte del proceso de la enfermedad, se dirigió al centro de la pequeña ciudad, esperando encontrar un bar para tomar cerveza y conocer gente.

Mientras caminaba, sintió un fuerte dolor en el pecho, sus ojos comenzaron a fallar y sus piernas dejaron de responder, ya estaba muerto cuando fue atropellado accidentalmente por un vehículo.

Un par de voluntarios de la tercera compañía de Bomberos que pasaban por el lugar  se acercaron de inmediato a prestarle primeros auxilios. Uluf no tenia pulso, su rodilla presentaba una fractura expuesta pero no sangraba, un voluntario le inmovilizó de inmediato el cuello y comenzó con la resucitación, juntó las manos y presionó el pecho del hombre reiteradas veces, le tapaba la nariz y soplaba por su boca para llenar sus pulmones de aire en un intento desesperado por salvarle la vida.

En ese momento, el cadáver de Uluf levantó su mano izquierda, sostuvo la cabeza del voluntario y le dio un mordisco que le sacó un enorme trozo del labio inferior, el voluntario reaccionó aterrado tratando de zafarse del agarre, su compañero acudió corriendo en su ayuda; la sangre manaba a borbotones del labio desgarrado del joven quien fue retirado del lugar en estado de shock bañado en sangre y con el rostro desgarrado, mientras tres personas intentaban contener al hambriento Uluf.

Ilustración: Constanza Monsalve