De forma sintética, la Tradición Perenne entiende a las manos, situadas al final del circuito mente-éteres-cerebro, en el punto crítico del mundo de la acción. Desde este punto de vista se las considera como la extensión o la proyección de la voluntad personal, el deseo, y del poder creador que le es connatural a éste. Esta concepción es crucial a la hora de establecer con un cierto margen de detalle el valor incuestionable de las manos para la erección del proyecto material humano. Algunas de las culturas antiguas justipreciaban estos miembros del cuerpo y los situaban en la periferia de la inmanente influencia espiritual, pero en todos los casos las consideraban como vectores de la Fuerza Creadora, capaces de materializar o plasmar las ideas de las esferas superiores en instrumentos para la acción.
Ellas mismas son instrumentos para la acción (karma indriyas), de allí que una cultura abocada casi en exclusividad a la satisfacción de todos los deseos, patentes y ocultos, ubique en las manos su emblema o representación más eficiente. Los mudras y los gestos magnéticos propios de la tradición egipcia revelan un costado de gran interés para el estudiante, ya que los circuitos de la energía interna son modificados o cerrados con perfección por medio de una combinación magnética de propósito y gestualidad manual.
Particularmente los dedos de las manos tienen precisas conexiones con aspectos de orden interno, mental y energético, propios de la constitución sutil del ser humano: de alguna manera, como en el caso de los mandalas y yantras, evocan a escala microcósmica, realidades y proporciones (Orden) pertenecientes al campo colectivo, planetario y solar.
Todos estos distintos aspectos ocultos en la manipulación de los dedos de las manos fueron perfectamente conocidos por los antepasados de los chinos y japoneses, quienes aun en nuestros días utilizan el dedo índice y el medio como armas energéticas o instrumentos para la conducción del prana (chi) y de la energía psíquica, al imponerlos adecuadamente en sus técnicas de auto-toque (Shiat-zu, Do-in), así como en cada una de las disciplinas conocidas globalmente como artes marciales.
Todos los dedos de las manos (y de los pies) están estrechamente unidos a vectores de fuerza de la completa constitución humana y este simbolismo de la semiótica escondida no era ignorado por los antiguos. La quirosofía, la quirología (y el estudio de las plantas de los pies) muestran como en ellas se patentizan, se cristalizan las tendencias ancestrales y los karmas de cada nativo, sufriendo expresivas modificaciones a lo largo de toda la existencia.
Dentro de los trabajos de los curadores espirituales, la imposición de las manos ocupa un lugar central, al constituir ellas el instrumento más inmediato y práctico para la magnetización, el final del circuito alma/cuerpo, en los trabajos de curación. En análogo sentido, en tanto instrumento apto para la magnetización, en el curso de los oficios sacramentales, las manos sirven igualmente para la bendición y la consagración (del pan, del vino, del templo, de la morada) y para los exorcismos. La plena comprensión de esta realidad fue conocida por Mesmer en su tan groseramente incomprendida como injustamente denostada ciencia de la aplicación del fluido magnético (Mesmerización).
Los primeros inventos humanos fueron simples proyecciones o extensiones de las manos, y en última instancia, toda la robótica se funda en aquellas invenciones instrumentales a partir de la prolongación de las manos. El cuerpo humano (y por extensión la mente humana) son los modelos robotizados ampliamente, no sólo mecánicamente, también a través de la informática. Las fraternidades antiguas, como los grupos masónicos, carbonarios, etc., han empleado las manos para la transmisión de mensajes y para la comunicación y el reconocimiento de los Hermanos, oficiando estos miembros del cuerpo como puertas de acceso a las profundidades de la relación de fraternidad en la logia.
Las manos y las espadas están íntimamente asociadas en toda la iconografía religiosa y la soteriológica de los antiguos, demostrando la implícita conexión entre los mecanismos de defensa tradicionales: las armas y las manos humanas, elementos básicos para estos menesteres. También indican gráficamente la precesión en el mando, el porte y la compostura, particularmente en la forma cómo se ubica la espada entre las manos. De una forma sinóptica y muy acotada, esta exposición preliminar sobre las manos y la vida oculta no pretende sino llamar la atención sobre el valor indiscutible que estos órganos del cuerpo tienen y han tenido para la edificación de las civilizaciones y para la materialización de las voluntades de los seres humanos, y, por extensión, de las mismas fuerzas creadoras del universo.