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…Y se rompe la película, la cortina de vitrales se quiebra sobre los cuerpos.

Tu mirada lo sabe bien, el hondo cráter que deja la última explosión. Esta cantera de exploración arqueológica se estremece. La devasta una pregunta con forma de cadenas, eslabón por eslabón, palabra por palabra se teje la opresión envuelta en redes. El signo de interrogación se cierra como un candado sobre sus manos. Sujeta firme su corazón. Esquirlas de vidrio no dejan de caer y rebotar por la anatomía de ambos, salpican el suelo y vuelven a girar en el aire.

Él intenta reincorporarse a sí mismo, desesperadamente se pregunta si se trata de un problema consigo. Un flashback narcótico, una sórdida pesadilla, una mala broma de sus ojos y las dioptrías faltantes en ellos.
Lanza una moneda al aire, esperando que el círculo plateado quede girando ingrávido; más todo es cierto: sus ojos están bien, y definitivamente no está soñando.

Las cadenas, aunque intangibles muerden los tobillos y muñecas de ella como trampas para osos.

¿Quién convertiría a una mariposa de ágata en una concha de latón? Ilusiones sostenidas. Su maletica de estrellas reducida a una caja de zapatos con roca volcánica. Fósiles de aquellas tardes bajo los árboles y la sombrilla de estrellas.

Merodean las madrugadas mientras su corazón está revuelto como el mar. Él los puede ver trepando las paredes: los recuerdos, de morfología lóbrega y crepuscular. Cada uno con su historia, con su aliento vociferante colmando las calles de esa ciudad rota, ahogando las ganas de respirar.

Hoy no hay sierras donde refugiarse, ni ningún árbol que comparta sus raíces para tener algo de firmeza, ni su sombra para poder escudarse del sol, el astro quimérico que calcina la pintura de los automóviles y los edificios. Hoy solo hay edificios, solo cercas eléctricas y cables de alta tensión. La quimera abalanza sus garras sobre su espalda, las calles rozando el punto de ebullición, su mente en llamas, pinturas que arden, flamas tornasol.

Quedando solo cenizas, grises y negras cenizas, abrumadas por el viento, quedando una de ellas atrapada por las gotas que por su rostro descendían, absorbiendo la salina precipitación, hinchándose como musgo al rehidratarse, luego solo manchas teñidas de negro, hollín de tiempos mejores.

Camina por el viejo boulevard, carente de apamates, el ciprés y los tulipanes africanos. El antiguo teatro y su sombrero de tejas, los balcones en donde algunas noches cantó para su escorpión, son ahora solo fantasmas, una sombra de lo real.

Ya no hay escaleras en espiral, ni salidas de emergencia, nada ni nadie vendrán a salvar la flor del cactus. El murciélago no polinizará otro gineceo, ahora sus ansias son solo de un infinito sueño, de volar tan lejos y tan alto hasta perderse en algún páramo y quedarse bajo la nieve, extinguiendo el de estrella que lleva clavado en su pecho.

Ilustración: Amargo Trago, por Bruno Miranda.