catrin welz-stein

LA CARTA QUE NO LLEGÓ

Cuentan los lugareños que sus antepasados vieron muchas veces a la del Toboso subir los caminos hasta donde estaban los molinos para escucharles hablar con el suave mecer del viento vespertino y manchego. Que iba hasta allá ensimismada, zigzagueando por las esquinas de sus elucubraciones. Imaginaba cómo habría sido esa otra realidad que muchos años después alguien le leyera, esa otra vida que una vez le había sido ofertada. Cómo hubiera transcurrido todo si el tal Sancho Panza le hubiera hecho llegar aquella carta, si se hubiera subido a la grupa de aquel desconocido Alonso Quijano, que entonces parecía estar en boca de todos, con el fin de perderse por donde se pierde el horizonte, ese mismo que pausadamente miraba alejarse en aquellas tardes. Cómo hubiera sido salir en busca de gigantes y de entuertos que deshacer (aunque reconociese siempre la propia Dulcinea que nunca supo qué significaba aquello de deshacer entuertos).

 

LA LISTA

Tras comprobar en la lista que había tachado ya gafas de sol ray-ban y diez litros de bebidas energéticas de una reconocida marca, Ícaro entró a la farmacia a comprar protección solar Factor Plus 50, convencido de que esta vez no le fallaría a su padre.

 

LA NOTA

El cazador de fantasmas, con más de un cuarto de siglo de experiencia en ese terreno, dejó una nota de suicidio explicando que su decisión había sido tomada sucintamente tras percibir que las inquietantes psicofonías que había soportado en su apartamento durante meses, impidiéndole conciliar el sueño, eran, en realidad, los ronquidos de los nuevos inquilinos del tercero.

 

Ilustración: catrin welz-stein