Polaco Scalerandi

Recuerdo que un extraño animal suburbano se movía en los techos de las casas por la noche, lo llamaban el hombre gato, y nos tuvo aterrados a todos los del pueblo ese invierno.

Desde comienzos de Junio surgieron las primeras noticias de sus ataques a animales domésticos, muy sanguinarios y aparatosos, que en un principio creyeron sería de algún felino de la pampa, como el puma, que habitaba por esa zona hacía muchos años y al que se le fue trasladando y reduciendo su territorio hasta las sierras de Córdoba por el avance de la explotación sistemática de las ricas tierras agrícolas y ganaderas en el transcurso de los años. No era el caso, ya que ni los más viejos del pueblo recordaban haber visto alguno u oído de sus padres alguna vez acerca del puma argentino. Por ahí solo había vacas y gente como únicos habitantes. Sus características, de todas formas, eran distintas a las de un puma. Según testimonios, su cuerpo aparentaba de una envergadura muy superior a la de cualquier posible felino pampeano, se asemejaba más bien a la de un individuo desplazándose encorvado en cuatro patas. Decían que su cara y cuerpo estaban cubiertos de densos pelos negros y tenía unos bigotes de gato como cuerdas de violín que le salían de los cachetes, de donde le asomaban dos fieros colmillos inyectados de sangre. En las noches de luna nueva se confundía sagazmente con las siluetas de las sombras más oscuras de los techos de las casas, buscando algún animal domesticado del que alimentarse; cuando la policía acudía a los llamados de emergencia, se aparecían en el lugar de los hechos y ya ni rastros habían de él, solo los  estragos del ataque y los vecinos damnificados afirmando que se habían pegado el julepe de su vida cuando lo vieron comiéndose a su perro guardián o a sus gallinas ponedoras.

En la municipalidad decidieron acudir a algún medio de comunicación de la capital para que se hiciera eco de la noticia de este monstruo que tenía aterrada a esa pequeña comunidad del interior, pero obtuvieron negativas porque en la ciudad se cree que la gente de campo es muy supersticiosa y prosaica. Se sabe que de la imaginería campestre es de donde vienen todas esas ridículas historias folclóricas de centauros pampeanos y hombres de la bolsa que hablan los abuelos cuando se ponen misteriosos. “¿Un hombre gato?”. Nadie les creía. Y por otra parte, alegaban que mandar un móvil para transmitir en directo desde ese culo del mundo les costaría un dineral, era un pueblo de diez cuadras por diez cuadras que estaba ubicado a quinientos kilómetros de la capital, los cincuenta kilómetros desde el último pueblo cercano eran de carretera provincial destrozada. De todas formas, ¿a quién le podían importar todas esas historias de luces malas y mandingas que se dicen en el campo? Son puras supercherías. Ni siquiera el amarillista noticiero de canal 9 quiso mandar a su reportero estrella, el sensacionalista José de Zer, especializado en avistamientos de ovnis y de hombres larva, al que quizás le podría haber interesado seguir el tema más de cerca, para alertar a las autoridades nacionales y la opinión pública de la existencia de este monstruo asesino que andaba suelto y no era joda. Pero no se habían conocido ataques a la gente, no había muertos todavía ni mutilados, ningún medio de comunicación les prestó atención.

Mientras tanto, en el pueblo, las apariciones del hombre gato se sucedían con regularidad. Se metía en los jardines y los campos aledaños para matar a los indefensos animales y de un salto que daba se trepaba a los techos, sus uñas arañaban al escape las chapas de cinc y de otro salto que daba se confundía con los pastos altos y la noche. Yo mismo creí verlo una vez cuando volvía con mi madre del supermercado de los Di Mateo, era ya de noche, en el súper las otras madres estaban muy preocupadas hablando del tema y había oscurecido en un santiamén; de repente vi un bulto moviéndose por el terreno del deposito de agua corriente que nos quedaba de camino a casa, creí que sería el pony del viejo Sandoval, los de la municipalidad le dejaban tenerlo ahí para que se comiera los pastos. A veces el viejo lo sacaba a varear y nos dejaba a algunos pibes que lo montáramos. Era un pony viejo ya, capón, muy mansito. Hacía mucho frío y vi luz reflejada en los ojos de un animal, era amarilla y escalofriante. No era el reflejo de los ojos de un animal abatido por la decrepitud, mordiendo los pastos escarchados antes de echarse a dormir, sino el de un verdadero depredador, una bestia asesina oculta en la espesura acechando a su presa nocturna. Le pedí a mi madre que apurara el tranco porque estaba asustado, ella pareció asustarse también porque en cuestión de tres minutos completamos el último trayecto de doscientos metros hasta la puerta de casa, casi corriendo.  Ninguna de las madres del pueblo dejaban salir de la casa a sus hijos cuando oscurecía pronto y aparecían más seguido las noticias de los ataques furtivos en la radio local: «El pony del viejo Sandoval fue encontrado muerto la mañana del lunes pasado, todos los indicios apuntan que fue a causa de otro ataque de EL HOMBRE GATO».

 

En el destacamento de la policía rural el comisario Ballesteros ordenó organizar una cuadrilla de voluntarios para dar con él de una vez. Se juntaron en el salón de actos de la municipalidad porque se habían ofrecido más de los que se estimaban, unos veinte hombres de distintas edades. Sumando a los bomberos voluntarios como mi viejo, a los de defensa civil y a los agentes de policía sumaban cincuenta. Al sub comisario Guevara le fue delegada la misión de organizar y comunicar a la tropa de voluntarios su estrategia en un pizarrón que le prestaron de la consejería de Cultura, supervisado de cerca por el comisario Ballesteros y el intendente Mastroberti. Había dibujado una A en el centro de la pizarra, B eran ellos y la rodeaban por varios flancos. El sub comisario se hacía explicar con muchas flechas de tiza que aparecían y desaparecían borroneadas, el comisario asentía satisfecho y ninguno de los asistentes tuvo una sola duda ni sugerencia que exponer. Al dar por finalizada el sub comisario la trama de la operación, el comisario se levantó y sorteó las parejas y las ubicaciones estratégicas que ocuparían en el terreno. El sábado por la noche se haría la primera vigilia.

Para esa fría noche de invierno pampeano mi padre se había ofrecido con su escopeta perdicera y una linterna de campaña de cuatro pilas grandes. El vasco Larramendia había llamado por teléfono a la comisaría diciendo que lo había visto al gato cerca del gran terreno baldío alambrado con púas donde tenía los chanchos y la picadora de carne y donde preparaba los chacinados caseros que vendía en su carnicería. Hicieron sonar la sirena y todos acudieron rápidamente al destacamento de bomberos. A las órdenes del comisario Ballesteros se dispusieron por toda la zona según el protocolo estratégico de Guevara, organizados en parejas, hasta unas diez cuadras alrededor de donde lo había visto el vasco. Mi viejo iba con el gordo Cuello, el padre de Analía y del gordo Cuello, mi compañero de quinto grado, al que llamábamos Junior, el gordo Junior. Quedaron todos en encontrarse en el depósito del agua corriente en una hora. Si alguien lo veía al gato la orden era disparar al aire. Había que atraparlo si o si, pero vivo. El hombre gato no había atacado a personas todavía, pero más de uno quería dispararle en el medio de la frente y después preguntarle por su nombre de pila y por si tenía intenciones de hacerlo. El gordo Cuello (padre) era uno de ellos.

Mi viejo y él vieron algunos movimientos raros cuando se acercaron a la esquina de la pulpería de Asconape: una negra silueta amorfa sobre cuatro patas que pasó casi imperceptible de cuneta a cuneta y se fue escopeteada hacia la parte de atrás del bar, hacia el cuartito del baño que está por la cancha de bochas. La pobre luz de la esquina de la calle de tierra apenas iluminaba la parte frontal del edificio, que a plena luz del día era una estructura antigua y descuidada con techos muy altos, como las construidas a principios de siglo, levantadas con ladrillos de abobe cocido del cuarenta y con ventanales y puertas de madera altas y estrechas y con mucho terreno de fondo, donde los Asconape siempre tuvieron el almacén de ramos generales funcionando por la mañana y de noche el bar donde se jugaba al truco, se servía grappa y vino carlón y se hablaba fuerte. Mi viejo quiso disparar el tiro de aviso, pero el gordo Cuello no lo creyó conveniente, podía haber sido un perro de esos cimarrones, que suelen ser grandes y se veían muchos por ahí hurgando en las bolsas de la basura. El gordo le dijo a mi viejo que debían cerciorarse antes de avisar a los demás, para que no vinieran al pedo, por un perro de mierda, y quedaran como unos boludos y arruinaran toda la movida que tenían preparada para acorralar a EL HOMBRE GATO.

Parapetándose en la fría noche y los pastos altos, se pusieron de acuerdo en averiguar más antes de disparar al aire. Cruzaron el alambrado del fondo del bar (mi padre casi de un ágil salto por encima, el gordo quedándose atascado con la buzarda entre los alambres), cuerpo a tierra se mezclaron con todo lo negro, reptando, hasta acercarse lo suficiente al cubículo del baño del bar de Asconape, donde se podían oír algunos ruidos sospechosos en su interior, como de coyunturas torciéndose y músculos tensándose. De pronto se abrió la puerta trasera del bar, dejándose ver una figura zamba a contraluz que iba como tambaleándose del pedo, sosteniéndose en el aire antes de decidir a dar el primer paso, hablándose incoherencias a sí mismo con una voz que reconocieron como la del loco Pantalón, el borrachín del pueblo.

-Va para el baño. Tenemos que avisarle que no entre- dijo mi viejo.

-Pará, negro. Si le avisamos espantamos al gato. Cuando Pantalón abra la puerta y prenda la luz se va a pegar el cagazo de su vida aunque sea un perro. Va a ser una risa, negro, dejalo.

Pantalón tomó envión y como derrapando se alejó de la puerta, marcando unos malos pasos de ballet los cinco oscuros metros de distancia hasta que dio con la cabeza en la puerta del baño; mi viejo y el gordo pudieron verlo todo desde atrás, agazapados como estaban, cuerpo a tierra entre las humedades frías de los pastos escarchados, escopetas en mano.

-Lo que esté ahí adentro cuando lo vea a Pantalón va a salir echando putas. Tenemos que estar atenti para darle en la carrera. Vos cubrí la izquierda que yo apunto a la noche, que tengo mejor puntería- El gordo cuello era conocido en el pueblo por su buena puntería, era uno de los del club de caza y tenía ganados varios trofeos regionales de las temporadas de nutrias. La cabeza del hombre gato se vería bien colgada en el living de su casa, encima del televisor, se la mostraría a sus amigos cazadores del club y les contaría con lujo de detalles la historia de cómo él había sido el que había dado caza al monstruo que tuvo aterrorizado al pueblo. El gordo Cuello sería considerado un auténtico héroe, el protector de la comunidad. Su gesta perduraría por siempre en las historias que se contarían en las payadas de la eternidad. Su figura sería como la del gaucho Juan Moreira. Más grande que la de Moreira, porque todos saben que Moreira era un renegado, un borracho, un traidor. El gordo habría matado a un monstruo y se convertiría en un mito por tal noble epopeya.

-Pero no tenemos que matarlo, gordo.- dijo mi viejo- Tenemos que avisar para que vengan todos y lo acorralemos.

En eso Pantalón pudo empujar del picaporte, encendió la luz del baño y pegó un grito espeluznante de sorpresa y terror, que fue replicado por un rugido felino que se repitió una y otra vez mezclado con golpes de zarpazos y tumbos. Con la ropa arrancada salió Pantalón, escapándose de lo que lo había atacado ahí dentro en el baño de la pulpería de Asconape, en una carrera enloquecida hasta la calle de tierra, saltando el cerco como un poseso, disparado por los demonios que lo hicieron desaparecer en la espesura de la noche mal iluminada de luna nueva.

-No veo que haya salido, negro. Estate alerta que puede hacerlo en cualquier momento.

A mi viejo le entró el miedo.

-Voy a avisar, gordo.- Apuntó a las estrellas con su escopeta y disparó.

-No, negro, la cagaste.

De pronto una figura se asomó sigilosa por el costado del baño, el lomo negro encorvado, era EL GATO. Agacharon las cabezas de inmediato, pero dio unos pasos con las cuatro patas y se volvió mostrando los dientes cuando algunos parroquianos del bar salieron con los facones desenvainados a ver qué pasaba ahí afuera. Se encogió para agarrar envión y dio un aparatoso salto gatuno escapando hacia el alambrado de atrás, que el certero disparo de la doble caño del gordo cortó en seco, haciéndolo desplomarse abatido de muerte a unos diez metros de donde estaba el gauchaje alborotado. A los dos minutos aparecieron el comisario Ballesteros y el sub comisario Guevara con los demás voluntarios alertados por los disparos, se acercaron a donde estaban todos en círculo tomándose las cabezas y lamentándose y vieron también la terrible mancha de carne y sangre que tenía el cuerpo desnudo y sin vida de Pantalón.

Mi viejo y el gordo le contaron al comisario lo que pasó, que vieron un animal enorme metiéndose en el fondo de lo de Asconape durante el rastrillaje, que se había escondido en el baño y hacía esos ruidos raros, que Pantalón había entrado al cubículo del baño y que ellos juraban era él al que habían visto saliendo disparado hacia la calle en dos patas, después de haber sido sorprendido y atacado por el gato. Al que había matado el gordo fue al gato, no había dudas porque todos lo habían visto, a EL HOMBRE GATO. Y Pantalón no era el gato. Los parroquianos dijeron que Pantalón estuvo hinchando las pelotas para que le pagaran un vino desde temprano y había salido a echar una meada. Si Pantalón no era el gato, ¿entonces quién o qué era?

-¿Y para donde vieron que se fue?- preguntó el comisario.

-Enfiló para allá abajo- dijo mi viejo- como yendo pal pueblo.

 

Ilustración: Polaco Scalerandi