Parece que la luz tarda en llegar, aunque la velocidad del tren hace que pronto aparezca al aproximarse a la estación en la que la mujer tiene que bajar. Ella viaja sentada sin nadie al lado. El convoy no disminuye la velocidad al acercarse a la luz y cuando llega tampoco frena para que baje o suba algún pasajero.
La mujer decide continuar en su asiento y fijar la vista en la ventanilla para ir viendo como se acerca el tren a la luz siguiente. Otra vez tarda en llegar. Igual prefiere seguir sentada, aunque por la ventanilla sólo ve y siente la oscuridad. Adentro del tren también reina la oscuridad. Las bombillas iluminan de manera tenue el espacio angosto y las figuras de los pasajeros.
Un hombre delgadísimo y alto camina por el vagón tomándose de los asientos, trastabilla y vuelve a agarrarse con fuerza del asiento que ocupa la mujer. Ella con un gesto lo invita a sentarse a su lado pero no obtiene respuesta. El hombre sigue su camino; ella vuelve la cabeza y lo observa mientras va cruzando al vagón siguiente. En ese momento el convoy frena abruptamente; la mujer con el cuerpo inclinado para adelante clava los ojos en el piso. Y golpea la frente en el respaldo del asiento de adelante. Algunos paquetes y bolsos caen sobre su cabeza y la de los otros pasajeros, de manera desordenada entre los asientos Dos de ellos que aparentemente habían decidido viajar de pie se echan para atrás para protegerse pero sorpresivamente los azota el equipaje proveniente de la fila de al lado. Rápidamente comienzan a recoger todo lo caído al suelo y lo vuelven a su lugar.
El tren reanuda su marcha, esta vez lentamente. La mujer decide dejar el asiento. Sólo lleva un bolso de mano marrón. A su tapado de paño verde se le ha salido un botón. Busca en el lugar que acaba de dejar, en el piso y en el pasillo, pero no lo encuentra. Piensa que tendrá que reponerlos todos porque no le queda ninguno igual en casa y que seguramente le van a salir caros.
Se toma del asiento afirmándose muy bien para asegurarse. Por algunos reflejos que se filtran por los vidrios de las ventanillas puede avizorar la luz que viene. La mujer imagina los brillos de la estación, los carteles de propagandas, las boleterías y los bancos llenos de gente esperando aunque también esta vez, a alta velocidad, el tren sigue de largo. Entonces se anima a andar unos pasos con la intención de transitar los vagones necesarios para alcanzar al primero y preguntarle al conductor que es lo que está sucediendo; pero una frenada sorpresiva la vuelve para atrás. Esta vez cae sobre su cabeza y espalda mochilas, bolsas y una caja de cartón grande y pesada. Se recompone un poco y, con la ayuda de algunas personas, reacomoda las mochilas, bolsas y la caja de cartón en los estantes situados sobre las filas de los asientos. Luego, intenta continuar su camino hacia adelante pero nuevamente el convoy alcanza velocidad y, como impulsada por una fuerza que le es ajena, sale disparada hacia atrás volviendo al sitio de partida.
El respaldo del asiento al que se aferra está ocupado por el hombre delgado y alto, por lo tanto se sienta en el de al lado a esperar pacientemente la llegada de otra luz. Sin cruzar ninguna palabra con su compañero de viaje, esperó tener otra oportunidad.
El tren tomó una curva estrecha despacio y a continuación comenzó su circulación a alta velocidad. También a alta velocidad pasó por una estación dejándola atrás en pocos segundos. Esperó unos minutos. Se volvió a levantar y caminó unos metros hasta la intersección con el vagón más cercano. Lo atravesó de un salto y se pegó a la puerta que daba al exterior. La frenada siguiente la encontró con la mano en el picaporte. Lo presionó hacia abajo y alcanzó a recorrer los tres escalones hasta el piso de tierra. Apretó su bolso de mano contra su pecho y sin volver la vista atrás echó a andar hasta encontrar la próxima luz de cualquier estación.
Ilustración: Gayle on the F train, de Edward Hopper