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No es coincidencia que mágico y lógico tengan el mismo sufijo, y aun si no nos percatemos. Esta es la historia de Ma y Lo, dos grandes amigos antónimos. Ambos siempre beligerantes discutían sus diferencias intentado persuadirse mutuamente. Mientras Lo pronosticaba las causas de las consecuencias, Ma se lanzaba sin impedimento a vivirlas independiente de los resultados, y mientras Ma disfrutaba de ello y de las percepciones y disfrutes de sus sentidos, Lo le apelaba – “¡Hey despierta! ¡No hay espacio para sueños!”- Así vivían entre las disputas creyendo que no había situación en el universo que los persuadiera el uno del otro, ni espacio en el mundo que los uniera.

Cansado de las nefastas anomalías de Ma, Lo decidió escapar a un lugar donde la fantasía se ausentara por completo. Así lejos de Ma, calculó cada proyecto y paso de su vida, tan sólo considerando de la causa, un par de consecuencias. Al comienzo disfrutaba de los resultados exactos de sus premoniciones; Se sentía un pequeño dios y concluía que si el autor de una novela podía crear un mundo tan extenso sin la ayuda divida, entonces él podía hacer lo que se le antojara en su pequeño universo de probabilidades. Sin embargo desconocía que hasta los personajes de una novela, respiraban porque el autor no pensaba otra cosa que lo que dios quería que pensara, de ese modo, autor, obra, y personajes eran un mismo mundo narrativo, movidos por otro autor mayor. No era que Lo no supiera dirigir su vida, sino más bien que los excesos de sus matemáticas lo hacían apreciar tan sólo un par de resultados de los millones que el universo realmente le aguardaba. Él creía que si movía mal una pieza del rompecabezas, los efectos serían desastrosos, pero lo que no sabía, era que hasta un error por más grande que fuese, podía mover la jugada más hermosa que Lo jamás haya hecho, por eso el temor a la inseguridad lo acechaba la mayoría del tiempo. Tampoco sabía que las decisiones acarreaban infinitos e ilógicos resultados que incluso dependían de actos ancestrales o de vidas pasadas. También desconocía que las piezas en el Universo estaban perfectamente instaladas, pero que cada una tenía una serie de mecanismos que acarreaban una infinidad de ventajas y desventajas, sucesos positivos y negativos, o simplemente sucesos. De ese modo cuando algo era erróneamente pronosticado, Lo sufría enormemente y se desesperaba tan sólo pensar en un fatal destino. No quería ni imaginar que la vida podía ser una caja de sorpresas y que de ella se desprendiera todo, menos lo que Lo deseara. Así el desdichado vivía en un constante subir y bajar de emociones, que algunas veces lo hacían caer en hondos precipicios de los cuales en muchas ocasiones pensaba jamás poder salir.

Por otro lado Ma, no meditaba en el presente, ni el mañana, tan solo vivía por vivir, dejando arrastrarse como un barquito por las agitadas olas de un tempestuoso mar. No era que tuviera una visión ascética de la vida, sino tan sólo de mágica indiferencia, pues todo era fantasía para él. Lo bueno o lo malo incluso carecían de sentido. Un sentimiento tan hermoso como la magia, se transformaba en rutina, y sus días no eran más que para esconderse así mismo. Por ello y sin darse cuenta, la magia se transformó en una desgracia sin sabor, sin objetivo, en un vacío, y en el peor de todos; dejar que el tiempo pase sin entender por qué la vida es vida. Ma, pensaba que las cosas lo movían, y no que él movía las cosas, así de apoco su encantamiento se fue desgastando hasta caer en lo que tanto temía, la rutina.

De pronto entre tanta desilusión en la vida de ambos, el universo hizo la jugada más hermosa: al mismo tiempo los enemigos comenzaron a sentir un loco e irracional deseo de encontrarse. Ló pensó que su vida tendría más belleza si algo de magia se presentaba en ella y meditó -Quizá mis días serán más hermosos si espero simplemente de cada proyecto, la maravilla de la sorpresa y con ello el asombro-. Por otro lado Má reflexionó -Ló podría ordenar mi vida para despertarme de este fatídico letargo-. Entonces ambos dejaron sus deberes para correr hasta encontrarse, y así fue como al verse se abalanzaron en un abrazo tan fuerte y apretado, que se fundieron perfectamente el uno al otro. Desde entonces decidieron alargar sus nombres, y como un pacto de eterno amor, pusieron los mismos sufijos “gico”, junto a un pequeño tilde sobre sus cabezas. Así Lo se convirtió en Lógico con su hermosa esencia de lo racional y Ma en Mágico, con su hermosa esencia de la magia, e imaginaron que al pronunciarlos, nadie se percataría de su eterna y oculta unión. Uno era lo sólido y el otro lo intangible, uno era aire y el otro el fuego, uno era el día y el otro la noche, uno era la fantasía y el otro la lógica, formando una perfecta armonía. Ambos poseían la ciencia que esconde finalmente algo enigmático e incomprensible, pero jamás azaroso.

De ese modo Mágico tuvo algo de Lógico, y Lógico algo de Mágico, por eso no es coincidencia que la vida aparente un premeditado juego de azar, con el fin de hallar en la lógica de todos los días, la magia de la existencia. Ambos diluidos formaron un equilibrio perfecto.