Irune-de-gabriel-moreno

Pedirás que esconda mi rostro porque te ofende, porque la luz se torna nauseabunda en su presencia. Procurarás que guarde mi boca para las conversaciones amuralladas, para los encuentros indecentes que no descalificas porque son de tu autoría. Me reservarás para los momentos en que te pones un poco humano, para el discurso con los amigos, para la hora de los plurales y los adjetivos: “Tenemos pensado vivir juntos…”, “Nos gustaría comprar un auto, sí…”, “Queremos tener un perro y ningún hijo; ella no quiere y yo la respeto…”. ¿Y yo? ¿Y tú? Yo querré salir corriendo para reírme o gritar, no sé qué sucederá primero. Pero para cuando mi voluntad florezca, el grillete de tu mirada ya habrá sometido mis piernas.

“Vámonos, mi cielo”. El nudo en mi garganta será sólo un presentimiento. En la casa, tu voz será la emperatriz de mi miedo: “Qué estabas pensando, estúpida. Querías irte de puta, maldita golfa…” ¡Noooo! ¡Por favor, no! ¡Ya no! “Calma, calma. Creo que es suficiente. No pasa nada, bonita. ¿Lo ves? Todo ha sido tu culpa”. Tu lengua mamífera delimitará mi silueta. Tu saliva disuelta con mi sangre ungirá mis senos. “Tranquila, tranquila. Ahorita se te pasa…” y hurgarás en mi sexo pero se habrá hecho polvo. Te encargarás de disolver con tu lascivia mis pensamientos.

Apenas distinguirás entre mi quejido y el escape del aliento. Pedirás que calle y querrás presumir mi silencio como alhaja de tu dominio. Tus dedos me repasarán una y otra vez para no tener duda, para memorizar las nuevas cicatrices.

Dirás, con tu boca rebozando de inventiva, que mis manos son inquilinas perfectas de una mazmorra. Decorarás la celda con cocina integral y recámara matrimonial. “Nada dúplex, todo propio”. Querrás la jaula sólo para ti y para mí. Los 40 m2 serán calabozo de día y patíbulo de noche. La pantalla de plasma será la ventana a la sociedad, a la pseudovida de los otros. Querrás que imite a tu madre frente al televisor tejiendo a gancho y aguja, que te haga una bonita bufanda o un suéter. Pero yo sólo tejo sogas y bolsas para cadáver.

Alguna tarde me sorprenderás en un pensamiento aletargado que confundirás con alguna ofensa. Aventarás los platos, voltearás la mesa, reclamarás porque creerás que mi silencio es un lenguaje entre los ladrillos y yo, que tenemos un pacto y que los orificios roídos por la humedad son un intento de túnel hacia la vida que tú “pediste” que dejara, porque te lastimaba, porque no querías que mi voz llegara a los oídos de otros y que en mi rostro descansaran las miradas; porque no tolerabas que yo fuera yo. “Escúchame, por favor…” interpelaré. Pero ipso facto, desprenderás mi boca a cinco dedos. “Es una medida de seguridad. Tú sabes: te lo mereces” dirás, porque para ti mi silencio será síntoma de la hipocresía que sólo tú reconoces en mí, de mi vileza, de la indecencia que, según tú y tu prolifera imaginación, me caracteriza. Y mientras enlistas mis defectos y me recuerdas los castigos que merezco, me pedirás que te mire a los ojos porque es así como se escucha de verdad.

Las fotografías de la sala serán testigos de la vida pasada y de la muerte presente. Las caras se desfigurarán junto con la mía; se volverán humo o nubes. El calendario en la pared, las fechas detrás escritas y el reloj habrán formado un laberinto. Desde el suelo, sólo reconoceré tu rostro. Fingiré que he perdido la memoria y te preguntaré: ¿Qué quieres para cenar? La turbulencia se confundirá con la música del vecino de arriba, con la del vecino de abajo: «rompe, rompe, rómpela…» «A ella le gusta la gasolina Dale más mala vida…» «Pobre diabla, se dice que se te ha visto por las calles vagando, llorando por un hombre que no vale un centavo, pobre diabla, llora por un pobre diablo…»

Y regreso a tus ojos. Me miras subliminalmente para no sentir como me aprietas la mano. “¿Entonces, bonita? Creo que yo soy lo mejor que te pudo haber pasado…” El anillo brilla con intensidad de sentencia.

No, no acepto.

Ilustración: Irune, de Gabriel Moreno