Nuestro mayor pecado
Estriba en buscar sin pudor la verdad hasta en los cajones más secretos
¿A dónde puede ir un hombre con los zapatos rotos?
Caminar por ahí probando las aguas de los charcos
Con sabor a muerte, a rabia y a desdicha
Sabor a desempleo, a corta plumas, a saliva vieja.
Cuando golpeamos nuestro rostro de impotencia
Nuestro enemigo se burla como un clown que salta de una caja de sorpresas
Nos escupe a la cara
Enrojecemos
Queremos morir en ese instante
Como si la muerte fuera la única escapatoria
Y después de todo
A dónde vamos al morir
Cuando lo creemos todo
Cuando no creemos nada
Los zapatos lucen mejor
colgados
de
los
postes
de la luz.
II
No he podido recuperar la salud
son veinte días que agonizo
que me desvanezco como sangre en el excusado
Los recibos se acumulan uno encima de otro
fornicando a deshoras como las moscas
¿Son mis gritos los de un mudo que nadie escucha?
¿O son las canales de la lluvia que los funden
llevándolos calle abajo?
Una araña gigante muerde mi pecho
Succionándome la poca vida que me queda
¡Margaret! — grito a mi mujer —¡Margaret!
Pero ella se ha ido.
III
La muerte junta nuestras manos
Mientras yacemos podridos en estas camas de hospital
¿Cómo venimos a parar aquí?
La muerte es nuestra enfermera
—Margaret…
Mi voz ya no se escucha
Esta cosa mala que me come desde el hígado hasta la garganta
Este dolor que es una lanza caliente que traspasa mi cuerpo humeante
Intento decir:
—Señorita otro parche,
otro parche—
Ella sonríe con la blancura de sus hermosos dientes de bestia
Sus mejillas descarnadas me hacen recordar que estamos solos
—Margaret, hay luz en la ventana, levántate.
Ilustración: El Vigía de Tomasz-Mro