Ilustración: Abedules en otoño, de Margarita Schultz

La palabra, que es la que en realidad hace del concepto un individuo en el mundo de los pensamientos, le agrega muchas cosas suyas significativas; y la idea, al recibir nitidez de la palabra, queda al mismo tiempo encerrada dentro de ciertos límites.

Wilhelm von Humboldt (1767-1835).

Si me preguntáis en dónde he estado

debo decir «Sucede».

Debo de hablar del suelo que oscurecen las piedras,

del río que durando se destruye:

no sé sino las cosas que los pájaros pierden,

el mar dejado atrás, o mi hermana llorando.

Pablo Neruda (1904-1973).

El título que aquí se reseña no es antojadizo ni incidencial: Odas contra el olvido (2018), la última obra de Margarita Schultz (Buenos Aires), agita a nivel poético y existencial la fuerza de una utopía de la Memoria que la autora acoge como misión imperativa –la operación de rescatar aquello que, por circunstancias de lejanía, ajenidad o efecto de la temporalidad, ha quedado relegado a ser una existencia sin presencia–. Al mismo tiempo se trata del reconocimiento negativo (aunque no se vuelva tácito) de su impulso por orillar esa potencia sepultada: la abismal certidumbre que en todo ser-humano hay un lugar posible para el fondo del olvido; y, con ello, el caer en cuenta que, en ese hecho irrevocable de prescribir, en alguna medida, algo va quedando abolido del mundo.

El poemario, estructurado con un Prólogo y veintinueve poemas que se intercalan con tres obras en acuarela de la autora, formula el fenómeno de la Memoria como un dispositivo existencial y problemático (como indagatoria que no puede ser, sino inacabada). Por una parte, la propuesta de Margarita Schultz tiene un carácter liminal (entre los límites de lo que concurre como novedad y lo que se repite y multiplica con efecto de ausencia), en la medida que el resistirse al olvido es poner a la palestra el sentido de lo que nos sucede. Esto es un conflicto que la autora desarrolla dentro de los términos de la poesía: la voluntad de rescate que se despliega como proyecto, ¿es traer de vuelta el sentido que alguna vez tuvo lo olvidado, es decir, la forma de una experiencia pretérita que se invoca inalterable, fija, universal? ¿O será, acaso, una forma de redescubrimiento de los objetos del olvido, en tanto que potencias inagotables para un decir poético? Tal vez, el planteamiento de la autora no es lo uno ni lo otro. Quizás es, antes bien, un modo de aprendizaje o ilimitación: no un mero recuerdo de lo clausurado, no una pura restauración, sino una con-formación. De otra parte, la conciencia del olvido es también la huella de un exilio en lo sensible del lenguaje, de otro modo, el aplazamiento de una información, su investidura de rechazo o el carácter de una inutilidad. En esa doble dimensión, la posición de Margarita Schultz es de una riqueza fina, sagaz, y de un ánimo conciliador. Así, pues, en el prólogo se afirma, como puerto de partida, que existen “ciertas cosas que, aun ante la vista, son descuidadas en su singularidad”, indicando que el exilio –el olvido– no es simplemente instrumental (se suprime lo innecesario) o contextual (el puro fenómeno de la temporalidad), sino de la distinción de una falta de estímulo, de reacción al acontecimiento y la evocación. Estos aspectos, la fuerza del acontecimiento y la capacidad de evocación, son los dos grandes materiales que nutren las odas.

Por de pronto, un lector atento percibirá en esta obra una puesta en escena que va más allá de la apología hacia las cosas cotidianas (la oda al vaso de agua, el paraguas, la mano) o una concatenación de conjuraciones sobre emociones, sentimientos o recuerdos (Oda a la esperanza, la confianza, la paciencia). Desde la consideración de la destacada trayectoria que posee la autora en las disciplinas de la Filosofía, la Estética y la Teoría del Arte (entre otras), además de sus incursiones variadas con la praxis artística misma, es inadmisible no atribuir al poemario una apertura y carga dialogante –al menos un asomo– con su pensamiento más académico o crítico. Me parece advertir ese estallido de su pensatividad en el título del libro, que envuelve varias trazas indagadoras y tensionantes: lo que atañe al formato de su trabajo –las odas–, el proyecto de escudriñar en los detalles superlativos como resistencia y, por último, los diversos niveles de aproximación al sentido del olvido. Mi indicación a esta obra debe cruzar, por necesidad, cada una de estas aristas.

En Odas contra el olvido la autora bonaerense deja entrever, para empezar, que el acto de olvidar oculta una suerte de extinción del sentido, esto es, que la existencia de algo, llegado a un punto muerto, no permite generar una donación o dotación de significación en nuestra experiencia de mundo, ya sea por extremo alejamiento de ese acontecimiento –que media como el fenómeno del recuerdo– o debido a la superlativa familiaridad de sus atributos con nuestra cotidianeidad –la repetitividad de una almohada, ola o sombra –. El recurso de la oda (esa posibilidad infinita de tributar) es la estrategia de la autora para enfrentar el exilio de ciertas cosas descontinuadas de interés que, en su operación poética, regresan dentro de los límites del mundo extrañas (acaso no naturales, definidas o cartografiadas); en otras palabras, en una perpetua instancia –ya lo indiqué– de con-formación. ¿No es ésa, por otra parte, la primera imagen que asumimos de alguien que, por fin, retorna de su ausencia o destierro? La experimentación de Margarita Schultz con el formato de la Oda constituye una amplificación y oscilación de registros, desde la referencia más cotidiana y en detalle, como sus poemas “Al vaso de agua”, “Al brote” o “A la mano”, hasta espacios huidizos y sugestivos, acaso volátiles y suprasensibles, por ejemplo, “A la lengua materna”, “A la paciencia” o “A la casualidad”. Este repertorio de motivos queda perfectamente explicitado en el poema “Al olvido”, que desarrolla no sólo el objeto extirpado de la memoria –el carácter de la sustancia o naturaleza de lo que nos arrebatamos u ocultamos–, sino que, además, su ineludible peso en el ser-humano:

no hay que acusar al olvido

de las perdidas memorias

ni del vacío

que nos hace vulnerables

porque este precio pagamos

–el de las buenas cosas olvidadas–

por borrar de la pizarra

del dolor

aquello amado irrecuperable

esa palabra agresora

 

El tratamiento del olvido, entonces, en el poemario adopta la decisiva dimensión de un modo de ser; a saber, la localidad de una experimentación con el Sentido. En el Prólogo, la poeta coloca en asociación (o contradicción) la susodicha propuesta de la Memoria desde tres enlaces: la extrañeza, el testimonio y la singularidad. De la extrañeza (que es el efecto resultante de la resistencia al olvido), el testimonio (la redención de la capacidad de representación del objeto que ha caído en el olvido) y la singularidad (el lugar del sentido, en la medida de la resignificación de lo exiliado por la memoria), el poemario los desarrolla como una singular imaginalización: la agitación de los detalles superlativos de las cosas. Pero, habrá que advertir que la preposición “contra” –presente en el título de la obra y en que se testifica la tarea de rescate del olvido–, no conlleva la reactivación de una suerte de registro de lo olvidado (volver a instalar en la experiencia un archivo extemporáneo); más bien, es intentar, a través de una actitud introspectiva, re-presentar el objeto desterrado como una deslimitación de su Sentido primerizo. El detalle superlativo es la particularidad que adoptan esas cosas o lugares, en tanto que nuevas imágenes poéticas. Y este hecho me parece crucial con todas las resonancias que conlleva: la tentativa de reivindicación ante el olvido no es un estado de testimonialidad de las cosas –volverlas atemporales, fijas–, sino un acto de tratarlas como actualizables, en cuanto la infinita capacidad de someterlas a nuevas resignificaciones y, con ello, generar originales formas de apropiación y exposición de su inherente naturaleza discontinua.

La fórmula “Odas contra” es un equivalente a nuevas imágenes sin retorno, esto es, que el objeto abolido siempre reaparece en el trabajo de la autora como una actualidad de su existencia, pero, al mismo tiempo, es fugaz, plástico y en pertinencia con su inagotabilidad. La atención hacia estas existencias colinda, hasta cierto punto, con formas poéticas que citan el instante. Bajo esa calibración, la poesía de Margarita Schultz no es realista ni estrictamente descriptiva. Odas contra el Olvido es una poesía de estímulos, golpeteos; un conjunto de obras –lo diré así– que trascienden el propio abismo de imposibilidad (el forcejear, redimir u olvidar, en cuanto tal). Dos ejemplos de esta poética del estímulo. En el poema “A la nube viajera” (una oda dirigida al acontecimiento) se expresa, de manera muy encantadora, la resistencia al olvido, a través de un doble juego de imágenes concretas-existenciales; de una orilla, la propia volatilidad de la nube –su consistencia espontánea, lúdica, de carencia de un sentido que se extralimite su inmanencia cotidiana–, provoca una imaginalización que golpea en el sujeto de la afectación:

desde qué remotos lugares

viene a buscar

nuestra mirada

y se aleja quién sabe hacia dónde

sin dejar huella

ni recuerdo

más íntimo que la nostalgia

 

Mientras que, en la oda titulada “A la nostalgia”, de gesto evocativo, la conjuración de la emoción nostálgica configura un proceso inverso: la rememoración solidifica imágenes concretas, matéricas o físicas en el cuerpo en estado introspectivo:

memoria de momentos

que fueron felices

o casi

presencia de lo pasado

y amado

respiración dificultosa

y visiones recobradas

 

La última apostilla sobre Odas contra al olvido atañe al Sentido, asunto que auspicia la valoración que la autora otorga a su propio programa poético y el rendimiento abierto que propone al lector. Y, con ello, precisamente quiero cerrar esta brevísima reseña.

A lo largo de este texto se puede insinuar que los poemas de Margarita Schultz están animados por un sentido (una coordenada) pesimista o de crítica reserva en el trato dado a los materiales y problemática que entrelaza tan decisivamente. La razón principal ya ha sido expuesta: abordar la insondable situación que las cosas en el mundo oscurecen, son relegadas o padecen la profunda temporalidad de quien las dota de sentido (o sinsentido). Pero, la poeta, a través de todo su proceso de experimentación en esta obra, se encarga repetidamente de pregonar una suerte de ánimo de descubrimiento y nueva habitabilidad de aquellas cosas en el mundo. El carácter del Sentido que acompaña a todo este trabajo aúna un componente crítico y un provecho poético enjundioso, apasionado y exquisito. Lo expongo, a modo de síntesis, a partir de una paradoja tan elegante e inquietante: el sentido de la experiencia del mundo –condicionada por la demarcación de nuestro ser y la perpetua reconfiguración de sus fenómenos– acarrea ineluctablemente una forma de pérdida, un interdicto, que lleva por nombre “olvido”; pero, esa misma constatación de no conservación de la unicidad de lo que experimentamos o vivimos, es lo que permite al ser humano asumirse como un ser de sentido, de no agotar el mundo, de ilimitar lo real, y orillar una metafísica de las cosas desde una perspectiva optimista. En el poema “A los ojos”, Margarita Schultz establecerá esta paradoja en su ecuación más irreductible y delicada:

Con una fuerza

admirable

hacen y deshacen el mundo

solo al mirar

u omitir

la multitud de las formas

Gonzalo Maire

Gonzalo Maire

Doctor (PhD) en Filosofía mención Estética y Teoría del Arte (UCh), docente en la Facultad de Artes Liberales de la Universidad Adolfo Ibáñez (UAI) y en la Facultad de Ciencias Sociales e Historia de la Universidad Diego Portales (UDP), donde realiza cátedras de Historia, Cultura y Geopolítica de Asia. Además, es el actual Presidente de ALADAA CHILE (Asociación Latinoamericana de Estudios de Asia y África) y poeta.