Era su turno para cocinar esta noche, a pesar de que nunca lo había hecho. La cita era a las 10 puntual en su casa. Julio estaba nervioso, porque Natalia era guapísima. De cabello largo y rubio, con una caída casual por el cuerpo y unos ojos celestes penetrantes como el cielo de la montaña, la asimilaban a un ángel rebelde que deambulaba por el infierno. Su cuerpo, sencillamente era espectacular. Julio estaba hipnotizado por su hermosura.

Trabajaba en el museo y, después de algunos trabajos en conjunto, Julio se animó a invitarla a salir. Natalia aceptó y en una de esas citas, dedicadas exclusivamente para que cada uno jugara a promocionase, se jactó de ser un excelente cocinero. Pero no advirtió lo que luego podría venir.

La de hoy, era casi el ingreso a la última etapa de su conquista, antes de que Julio intentara besarla. Logró materializar la invitación hasta su hogar y ahí cocinaría unos sabrosos espaguetis con salsa de camarones. Eran su especialidad, según lo que le dijo una noche después de que  tres botellas de vino inundaran su cuerpo.

Tomó la receta de una antigua revista que recordó haber guardado cuando decidió independizarse de sus padres. De eso casi 15 años. Aquella colección nunca la utilizó, porque los intentos de comida terminaron como sabroso alimento para el basurero.

El sonido repentino del timbre interrumpió la congregación de los ingredientes para la salsa. Aquello agilizó mucho más el nerviosismo de ese instante. Natalia apareció con una sonrisita de disculpa por adelantarse en el horario, pero Julio sencillamente no podía enojarse con esa belleza.

Le ofreció una cerveza y la invitó a sentarse en un piqueo, mientras preparaba la cena. Ella rechazó esa opción, porque le interesaba sobremanera comprobar cómo preparada esos exquisitos espaguetis.

Logró distraer a Natalia con algunas fotografías magnéticas estampadas en el refrigerador y aprovechó de leer la receta sin que se diera cuenta. Sacó de su lecho a los camarones y los bañó bajo el agua. Una paradoja, tomando en cuenta de que éstos no lograron resucitar bajo agua dulce. Se deslizaron divertidamente en un wok, resbalándose infantilmente en una capa de aceite de oliva. A Natalia la siguió distrayendo con conversaciones de relleno. Cortó unos champiñones, trituró a un inocente diente de ajo y agregó unos cuadritos de pimentón. Después los cubrió con una capa de crema.

El aroma era seductor. La sal y pimienta colocaron el punto final a la cocción. Los espaguetis saltaban inquietos en el agua hervida. Cuando Julio logró la presentación adecuada del plato, el beso en su boca confirmó la conquista instantánea. La quería para siempre junto a él. La copa de vino calentándose a un costado de las velas certificó el rango de cena romántica. Compartieron sueño esa noche, tratando de encontrar un momento de tranquilidad entre las sábanas alborotadas, pero era prácticamente imposible no comerse en esa pasión.

El primer rayo de sol alcanzó a despertar las inquietantes molestias en el estómago de Natalia. Arribaron algunas recriminaciones por los aliños de la cena de anoche y, concluyeron el debate pasional en el automóvil, camino al hospital.

Una vez que el equipo médico descartó la existencia de algo extraño, decidieron que era oportuno dejarla en observación. En el transcurso de la tarde, las inexistentes molestias comenzaron a ser reemplazadas por una extraña ramificación de concreto que fue cubriendo distintas partes en su cuerpo. Como Natalia dormía profundamente, pensó que se trataba de yeso. Poco a poco fue quedando inmóvil.

Cuando volvió a espabilar, su desesperación empezó a crecer. Trató de tocar el timbre para que la enfermera la ayudara, pero no alcanzó a distraer al movimiento. Después el tronco esquelético adquirió el frío tono del cemento. Cuando Julio entró en la habitación, su figura casi inmóvil no lo sorprendió.

Los ojos podían moverse con completa libertad, por eso su mirada fue de alivio al verlo entrar. Julio la miró profundo, pero en vez de ir por ayuda, se encerró con llave junto a esta estatua que se formaba ante él.

Examinó cada rincón de su cuerpo, cuidando que el cemento se expandiera de manera uniforme. Después de un silencio prolongado, Julio le preguntó cuál era su último deseo antes de convertirse en estatua. Natalia intentó un último movimiento de dignidad y pidió adoptar la mejor posición como escultura. A la medianoche, el equipo médico no logró encontrar una respuesta satisfactoria a las cínicas preocupaciones de Julio. Por eso apelaron a la última voluntad del supuesto esposo que lloraba la pérdida de su compañera de vida, ante el inexplicable mal.

Julio necesitó una camioneta para llevar la nueva escultura a su hogar. Cuando estacionó el vehículo, la bajó con cuidado. En el patio, los monumentos se desplegaban fríamente en diferentes posiciones. A Natalia, sin embargo, la colocó en su habitación. La quería junto a él para siempre. La maldita receta de los espaguetis había cobrado a su décima víctima.