Sobre Cetrería

 

Hay un rincón/que se abre como un libro de cetrería/ y se cierra como un antifonario /en la medianoche temblequeante. dice Lezama Lima como refiriendo indistintamente a la lectura y escritura, cruzadas por una sombra común, esta es, la de la ausencia. Tanto el libro de cetrería como el antifonario carecen del espectáculo mistérico cifrado en el vuelo de las aves y la música.

Hacia el siglo XII, en la tierra que ignoraba el nombre de Irán, un poeta llamado Farid Uddin Attar compuso un canto en que todos los pájaros del mundo decidían ir a buscar a su rey, el Simurg; también se cuenta que el rey Salomón recibió de su padre, David, un anillo que le permitía hablar con las aves y los animales; las célticas historias –casi tan largas como la vitalidad de sus lenguas- nos relatan que Tristán imitaba el canto de las aves logrando comercio con ellas. En fin, hay variedad de representaciones sobre la incapacidad de comprender los niveles físicos que alegorizan las realidades espirituales. Lo alto y lo bajo, las medianías traductivas y el lenguaje, aquella sustancia angélica que media entre planos, salvo intuiciones e hiatos, sólo salvan las distancias mostrando una imagen, quizás, la que menciona Lezama en el poema “El esperado”. Ese rincón intersticial que otros han hallado en la propia lengua, tierra originaria, pueblo o las simetrías de lo inconmensurable con lo real, yo no lo encontré, más bien, fui encontrado.

Las alturas del Ande: aeropuerto de lenguas y suma de lugares sagrados quise representar, como el hombre antiguo hizo con el canto de las aves y el curso de su vuelo; mancias, evidentemente, pero artes que al hombre ignorante simulan exotismos. Nada más alejado de mi sentir, aunque probablemente la sombra que proyecté haya sido la de un fracaso. Quede aquí huella de mi más íntima devoción por la medianoche que jamás logré alumbrar.

JMSB


Cetrería

-Selección- 

A Fernando Pereyra

I

Toma a su cuidado de pequeña al águila

el curso del vuelo, entrañas frías y asesinas

dicen al augur el destino de los hombres.

 

Tensas generaciones como el arco de la arteria

al jinete revelan la herida mortal previa a la herida

y los surcos que galopará su corazón en el viento.

 

Flechas se adoran en la fragilidad de su arte:

un silbido, un ideograma repite con la pluma

hasta la caída.

 

Arde el Gobi en la sangre de la presa y la dibuja

sobre el guante de un príncipe que desciende

con el sol por la bóveda celeste.

 

 
VI

difícil la lombriz que la bandera del Ande

dibuja sobre la basura ver

quién

qué cabeza inicia o sigue

a otras cabezas en el altiplano

 

ch´allan los suyos y tuyos

nuestros

zigzagueantes frisos del wiphala

burlados por castiza tradición

 

lombrices liban la cerveza divina

vomitan

cagan

acéfalas virutas de fuego

cantos  que unen la tierra y el sol.

 
 
VII

Muere el pichón en el tocado asesino

la leve tensión de las tripas, el gratuito alimento.

 

El ala de la madre a veces se acopla a la suya

cuando cae a 300 kilómetros por hora en su peregrinaje

al momento en que Brahma nos sueña, y despierta.

 
 
VIII

Sueñas esa flor que en la isla se abre: un origen.

Siglos la piedra resiste los nombres

que le han dado tantos pueblos.

 

Una niña que dice vivir hace cinco mil años

mientras espera a su hermano dibuja soles

abrirse y soltar sus pétalos

sobre la tierra.

 
 
XVI

Juraría que vi esto en Nepal o en China, ¿sabes?

Niños tostados como el cráneo de un arquero

por siglos de sol en el desierto de Gobi.

 

Rumian la historia –esas yerbas amargas-

y a su cerebro llega lenta la sangre

años luz de un firmamento, aquí en la tierra.

 

Creo haber visto esto en Uruk o en Nippur, ¿sabes?

Una lengua de barro que las lluvias disuelven.