Por fuerza mayor al teclado de mi computador le dio por birlarme -la causa: incierta- la última media botella de vino que me quedaba: dejándole a su propio abandono, demudado, con muerte cerebral y embriagado hacia un ostracismo involuntario de letras sin palabras, ahogadas ellas mismas en el autismo con que Baco las bautizó.

Mis oraciones y letanías, ahora destinadas a Apolo, ridículamente misérrimas, pretenden ilusas, de mortal embocadura necias invocaciones, el disolver la tensión del todopoderoso encono entre aquestas deidades.

¡Oh Apolo, reconozco que te he sido infiel en mi actuar, mas mi pensar, bien dotado de tus virtudes no estará asaz estropeado como para implorarte que, aunque sólo sea para este infortunio, no permitas que sea Baco quien triunfe! Olímpicos: !Devuélvanme mis teclas, malditos rufianes¡ Escribo humillado con dentadura ajena, pero sensata de letras, para el justificar la dilación a la que me veré obligado mientras deconstruyo mi desgraciado computador y con la esperanza puesta en que el proyecto hermeneuto-ontológico de reconstrucción no sea un rotundo fracaso, como el del pobre Martín, a quien, por cierto, nadie entiende.