Lo que más sorprende, cuando uno observa fotografías de los poetas vanguardistas de hace un siglo, es que ocuparan corbata. Kurt Schwitters, por ejemplo, gritó y gesticuló llevando puesta una corbata. A veces pienso que el gran problema de la mayoría de los poetas contemporáneos es que creyeron que, para ser contemporáneos, bastaba con quitarse la corbata. Martín Gubbins no lo ha necesitado. Es más, lo he visto emitir sonidos muy extraños sin quitarse la corbata.

 

El inicio de su historia es bastante tardío. Su historia no es la de un joven romántico que lentamente fue sublimando sus sentimientos hasta convertirlos en poemas. Su historia recién comienza cuando deja de ser ese joven. Ese quiebre se produce mientras vive en Londres, estudiando y experimentando con la escritura desde una perspectiva mucho más amplia, integrando la fotografía, el colllage, la caligrafía y las deformaciones de textos mediante un computador. Dos libros publicados recogen esas técnicas, a veces improvisadas, a veces laboriosas: London Poems y Álbum. El primero está escrito en inglés, con varios poemas referidos a su ciudad de residencia pero también a Chile, y el segundo está escrito en castellano y resulta ser una bitácora de un largo viaje por Europa. Ahora que lo apunto, me resulta extraño decir que uno está escrito en inglés y el otro en castellano. Es cierto, pero no es menos cierto que ambos están escritos en una misma lengua, extremadamente flexible y plástica, cuyas palabras se superponen o se vuelven ondulantes. A veces también se alinean en flujos viales, replican tramas urbanas o dibujan estructuras arquitectónicas. Los paisajes visitados saltan de la página como los pop-ups de un libro infantil. Pero más que un catálogo de lugares y eventos, ambos libros registran una infinita gama de miradas posibles, las miradas con que esos lugares y esos eventos proponen ser descritos. El sujeto que dibuja en la croquera o toma la foto se deja impresionar, literalmente, para que su referente sea el que determine la modalidad de representación. Podríamos llamarlo un objetivismo ecléctico.

De vuelta al país natal, la actividad poética de Martín no sólo se multiplica en formatos diversos (libros, cd’s, poemas visuales, instalaciones y performances), sino que además se amplía hacia proyectos colectivos. Inspirado en el Writers Forum de Bob Cobbing, funda el Foro de Escritores, en el que reúne a poetas, artistas y músicos en torno a una mesa con cervezas en el Bar Rapa Nui. En esa mesa se han generado libros, lecturas, encuentros y discusiones. Y aunque en la vida real Martín trabaja más que cualquier otro poeta que conozca, nos ha animado a muchos con una energía, una seriedad y una generosidad que son rarísimas entre los poetas. Por eso a veces no parece poeta.

 

Paralelamente, un nuevo personaje aparece en su poesía: el turista se transmuta en oficinista. Para Fuentes del derecho, quizás su obra más arriesgada, Martín cambia la estrategia de la variación y la sorpresa por la de la insistencia y la saturación. Ya no hay imágenes ni movimientos, sólo largas listas regulares, letanías insensibles que exorcizan fragmentos de los manuales jurídicos que alguna vez tuvo que memorizar para convertirse en abogado. Como un Bartleby que le saca partido al tedio, su escritura se convierte en una máquina trituradora. No es un libro entretenido, no quisiera serlo, es imposible. Y sin embargo, estos patrones de repetición provocan un fascinante enajenamiento, casi un espejismo, un puro ritmo aturdido.

Si enfrentamos este libro con los dos anteriores, se puede descubrir una de las coordenadas que atraviesan la poética de Gubbins: así como su escritura es capaz de extremar los recursos para permitir que el lector se sitúe vívidamente al interior de una escena real, también es capaz de utilizar el lenguaje como un líquido corrosivo, disolvente. Su poesía no está constuida sobre un eje vertical ni horizontal: su eje es la profundidad, como un zoom que en sus distintos grados avanza desde la alta definición hasta la abstracción total.

 

Aunque el adjetivo experimental ya esté demasiado gastado –lo han reclamado incluso los poetas menos experimentales–, creo que esta actitud de poner constantemente a prueba los distintas capacidades de la inteligibilidad sí amerita el calificativo. Su abundante producción sonora lo confirma. Recuerdo las primeras ocasiones en que lo escuché leyendo sus poemas, donde textos más o menos discursivos tendían a ser deformados por una acentuación exagerada, alcanzando a veces un tono apretado y urgente, como si las palabras estuvieran atoradas en su garganta. Más adelante, en improvisaciones o colaboraciones con otros poetas, ha potenciado esa fragmentación, desdibujando por completo los rastros del lenguaje articulado para extender capas de ruido. Últimamente ha agregado nuevas variables: sonidos encontrados, loops musicales, pequeños sintetizadores y efectos digitales. Su efecto favorito es el delay. En sus performances extiende la duración y el espacio de sus poemas para jugar con la resistencia y la atención por parte de los espectadores. No busca que el público marque el ritmo con el pie: su apuesta es mucho más compleja. Sólo se me ocurre describir esta experiencia como una invitación a recorrer un paisaje granulado, rugoso, en el que es muy fácil perderse.

 

Este nuevo libro, Escalas, permitirá que sus nuevos lectores reconozcan varias de las facetas que he indicado. Es evidente el interés por la composición y descomposición de las palabras mediante los recursos gráficos y sonoros. A la vez, parece el libro menos desordenado de todos, pues las letras no están desparramadas, sino sujetas a una red, a una grilla simétrica que las sostiene y las encierra entre paréntesis cuadrados, incomunicadas. La primera y la última serie, además, se refieren a las estrictas métricas que determinan nuestra cotidianeidad: el abecedario y el calendario. No se trata, entonces, de un ejercicio combinatorio basado en un impulso místico, como sucede en Eduardo Scala, el homenajeado en la segunda serie. Como el mismo Martín ha señalado, este proyecto surgió a partir del intento por escribir en una planilla Excel. Ocupando herramientas tecnológicas para fines que no son los propios, desvirtuando la lógica de su utilidad, se opera así una pequeña subversión: el oficinista convierte una tabla a medio llenar, un balance no concluido, en un tablero de juegos. Hay descubrimientos y sorpresas, pero predomina un tono lacónico y neutro. No hay alarde de virtuosismo, porque no se agotan todas las posibilidades, e incluso a veces hace trampa con gracia: las soluciones correspondientes a la “ñ” o la “w” no son verbales, sino gráficas.Se trata, una vez más, de probar la resistencia de los materiales, de comprobar si estas letras son capaces de descolgarse y escapar de sus celdas. Ese esfuerzo contenido tensa cada una de las páginas de este libro, y sólo se resuelve en la versión sonora de algunos de estos poemas. Allí, las letras percuten y taladran su propia liberación, y nos dan una esperanza a todos los oficinistas que, aunque no ocupemos corbata, aún queremos convertirnos en poetas.

Felipe Cussen
(Instituto de Estudios Avanzados, Universidad de Santiago de Chile)