“We are now just three months into the year of our lord 2023, at this moment now in our civilization,
we can create cybernetic individuals who in just a few short years
will be completely indistinguishable from us […]
Which leads to an obvious conclusion. We are the gods now.»
Peter Weyland, personaje de la película Prometheus.

«Scientists from various countries in the world are already developing technology
that ensures the creation of an artificial human body prototype within the next decade.
We believe the biggest technological project of our times will become
the creation of such artificial human body and a subsequent
transfer of individual human consciousness to such a body.»
Manifiesto, Iniciativa 2045

Corre el año 2012. Un sitio de Internet difunde la cruzada científica financiada por un millonario ruso, con el objetivo de alcanzar la inmortalidad para el año 2045. Esto, que parece el guión de un cinta de ciencia ficción, al estilo de Prometheus  o Avatar es, sin embargo un proyecto real.   Inciativa 2045 . Así se denomina el proyecto patrocinado por el joven empresario ruso de las comunicaciones, Dmitri Itskov -un Peter Weiland de carne hueso-  que ya ha contratado a más de treinta científicos para llevar adelante un plan en tres etapas cuyo objetivo es extender la vida humana por medio de la tecnología cibernética. Itskov está llevando adelante una campaña de recolección de fondos entre los hombres más ricos del mundo (según la lista de Forbes) y ha conseguido el apoyo de conspicuos personajes, entre ellos, el eminente experto en inteligencia artificial, Raymond Kurzweil y Tenzin Gyatzo, décimo cuarto Dalai Lama. De hecho, es el propio Kurzweil quién ha estimado que para el 2029 será posible que los ordenadores logren superar la Prueba de Turing, lo que equivale a decir que tendrán una mente inteligente, creativa, consciente de sí misma y poseedora de los atributos emocionales que la harían indiscernible de una mente humana.

 “In the last few years, scientists now begin to show an interest about consciousness, as well as brain specialists, neuroscientists, who also begin to show interest about consciousness or mind. I feel that over the next decades modern science will become more complete,”

Dalai Lama.

Como señala la declaración de principios de la Incitativa 2045, en su sitio de Internet, su equipo humano está trabajando en “crear un centro de investigación internacional en el que destacados científicos se dediquen a la investigación y desarrollo en los campos de la robótica antropomórfica, modelado de sistemas vivos, el cerebro y la conciencia, con el objetivo de transferir una conciencia individual en un soporte artificial para alcanzar la inmortalidad cibernética.” Aunque a primera vista los objetivos de la Iniciativa 2045 puedan parecer desmesurados, lo cierto es que se trata de un esfuerzo coordinado, que cuenta con financiamiento, y el apoyo de expertos y líderes de opinión. Y esto es así porque no se trata del mero capricho de un millonario excéntrico, sino de un proyecto que se inscribe dentro del movimiento transhumanista, siendo hoy en día probablemente su expresión más espectacular, por lo menos en términos de ofensiva comunicacional. Y, aunque los plazos propuestos parezcan demasiado ambiciosos, bien vale revisar sus postulados. No vaya a ser cosa…

 El transhumanismo (H+)

Con antecedentes filosóficos en el humanismo renacentista europeo y la ilustración, el Transhumanismo, como concepto, parece haber sido acuñado por el biólogo Julian Huxley en la década del cincuenta y se ha desarrollado como movimiento cultural e intelectual orgánico y multidisciplinario a partir la década de los años ochenta, nutriéndose de las prospecciones científico tecnológicas para postular su utopía de extensión de la vida humana. Filosóficamente, el transhumanismo  es una forma de   progresismo  evolucionista, racional, cientificista y laico.  Su sello es el de un optimismo rampante, de vocación claramente prometeica. Se trata, en definitiva, de la posibilidad de intervenir consciente -o más bien deliberadamente- en el proceso biológico evolutivo y, eventualmente, hacer posible la migración de la subjetividad individual de seres humanos concretos, hacia soportes externos o virtuales creados tecnológicamente; lo que conduciría, en último término, a la abolición de la muerte. Es esta última posibilidad teórica la que plantea los mayores retos intelectuales. Quiéranlo o no, los activistas del transhumanismo deben lidiar con la critica proveniente de sectores religiosos y de aprehensiones éticas, científicas y filosóficas de diversa índole. El anhelo de trascendencia es tan antiguo como la especie humana. De hecho, desde un perspectiva materialista podría argumentarse que es el proceso mismo de la muerte biológica, con la concomitante extinción de la identidad subjetiva humana, la que gatilla la especulación religiosa y la imaginación de trasmundos que permitan conjurar tal realidad. Por otro lado, podría pensarse que las versiones más eufóricas de ese anhelo secular, como la de la Iniciativa 2045, plantean estas cuestiones desde una especie de hedonismo en fuga, como una vía de escape y una esperanza algo pueril de trascendencia individual, comparable a la criogenización, disponibles solo para quienes puedan pagar por ellas. En términos políticos o sociológicos -suponiendo que la posibilidad práctica estuviera a disposición de la especie humana- ¿por qué debería tener el Dimitri Itskov, más derecho que otro cualquiera a ser inmortal? ¿Por qué no Stephen Hawkins, o cualquier otro? Los criterios de selección frente al bien escaso de la inmortalidad presentan una paradoja que recuerda la cándida respuesta de la candidata a Miss Universo que, puesta en el trance de escoger a un solo ser humano para perpetuar la especie humana, elegiría… ¡al Papa! ¿Quién dice que los bien intencionados postulados de la iniciativa 2045 no se puedan convertir en una nueva forma de darwinismo social y en nuevas formas de eugenesia (o auto-eugenesia) por ejemplo? ¿Del mismo modo que las tecnologías psicofarmacológicas, creadas con propósitos terapéuticos, suelen ser utilizadas con fines hedonistas, y cosméticos? En tal sentido, estas «mejoras» nada tienen que ver con la indagación del ser humano en su propia comprensión o en su modo de interaccionar con el mundo de manera «consciente». Y he aquí otro concepto problemático. ¿Sabemos exactamente a qué nos referimos cuando pensamos en el descarga de la «consciencia humana» a un soporte externo? La identidad humana individual -la consciencia-  y de modo extensivo la «naturaleza humana» como especie, son cuestiones que actualmente son materia de debate, tanto filosófico como científico. Paradójicamente, en términos de debate público, estas complejidades aparecen más problematizadas en el ámbito de las ciencia ficción (Neuromante, Blade Runner, The Matix, etc) que en los optimistas folletos promocionales de proyectos como la Iniciativa 2045. La brecha existente entre la especulación futurística, basada en el progreso tecnológico, y los resultados contantes y sonantes, tiene un claro ejemplo en los proyectos de Inteligencia artificial llevados adelante en la década de los setenta. Como se sabe, en este campo, los resultados esperados no se dejaron ver y los millones invertidos en experimentación y los ríos de tinta vertidos en la problematización de sus consecuencias morales, tuvieron que ser redireccionados hacia la neurociencia y otras disciplinas, luego de que la emergencia de algo como una conciencia cibernética alojada en máquinas racionales se encontrara con serios escollos para su concreción a través del enfoque computacional. La revisión de la extensa y variada tradición de sistemas filosóficos que informan el pensamiento transhumanista, como también la crítica de su particular activismo, excede los propósitos de esta nota, pero podemos adelantar algunas,  tales como la acusación de ser una forma remozada de gnosticismo, principalmente nel oque se refiere al «desprecio del cuerpo» y en la percepción de la vida orgánica como prisión del espíritu humano, llamado a un destino de fusión con lo divino. También sería de interés revisar el  «cosmismo ruso» corriente filosófica surgida en el siglo XIX, de la cual se desprende toda una filosofía de la naturaleza y teorías sobre la posible evolución de la especie humana, basadas en el concepto de la creación como una proceso no acabado en el que el advenimento de la conciencia humana tiene un papel autotransforamador en el contexto del Universo organizado y regido por una legalidad interior, entendido como Cosmos . Así como el cosmismo ruso tuvo influencia en proyectos tan concretos como la carrera espacial soviética, sería interesante indagar cuánto hay de ella en proyectos como la Iniciativa 2045. Otro referente interesante es el pensamiento del paleontólogo y teólogo jesuita Teillard de Chardin y sus conceptos del Punto Omega al que define como “una colectividad armonizada de conciencias, que equivale a una especie de superconciencia. La Tierra cubriéndose no sólo de granos de pensamiento, contándose por miríadas, sino envolviéndose de una sola envoltura pensante hasta no formar precisamente más que un solo y amplio grano de pensamiento, a escala sideral. La pluralidad de las reflexiones individuales agrupándose y reforzándose en el acto de una sola reflexión unánime”. Definición ésta, junto con la de Noosfera, del mismo autor, que cobran particular vigencia en la era de Internet y las redes sociales. La utopía transhumanista plantea pues un escenario tan apasionante como polémico. Las objeciones a su modelo de desarrollo son también atendibles y tienen implicaciones religiosas, éticas, científicas y actualizan disputas filosfícas y si se quiere «espirituales» que nos enfrentan a lo que somos como especie, al sentido de nuestra existencia y al futuro de la humanidad. Continuará. http://youtu.be/01hbkh4hXEk