Me acuerdo como si fuese hoy cuando se pusieron de moda los griegos en Chile. Miles de figuras afamadas se volvieron populares de pronto y las productoras trabajaban con entusiasmo en difundir los eventos, primero dirigido a un grupo selecto y luego a las masas. Si un producto equis, un yogur por ejemplo, deseaba aumentar sus ventas, iba y se hacía unas promociones basadas en tal o cual ídolo griego. Entre estos ídolos había muchos cantantes, pero no fueron ellos los que dieron inicio al fenómeno. La cosa empezó con griegos que ya tenían una carrera formada en otras áreas del espectáculo, pero que por esos días vivían momentos de decadencia. Así tenemos al primero de ellos, al filósofo Diógenes.

 

El filósofo Diógenes [1], luego de su cuarto de hora de fama, vagaba por Grecia, olvidado y sin ningún apoyo. Hasta que su representante trató de reflotar su carrera llevándolo de gira por Sudamérica y ésta incluía Chile. Cuando anunció su venida ciertos grupos herméticos quedaron en estado de impacto. Entre ellos era conocida su afición a los barriles y al aeropuerto fueron a recibirlo con barriles de diversos tipos. Un enólogo le hizo entrega de un tonel cervecero, de aluminio, del tamaño de una casa y amueblado con confortables sillones, con cocina y baño con calefón. Diógenes no supo qué hacer con tanto artefacto. Agradeció con una tímida sonrisa la atención recibida, pero prefirió no aceptar. La reacción del enólogo fue de asombro, del mismo tipo que tuvo Alejandro con aquella historia del sol [2]. Aunque el enólogo no tenía nada de Magno, como no fuera la guata tipo sandía, que le venía por el hecho de estar constantemente probando sus fermentos.

 

Algunos le llevaron barricas del tipo clásico, marineras, con madera de roble y olor a chicha. Fueron las que más gustaron a Diógenes, quien las fue golpeando con los nudillos, uno a uno, tanteando sus uniones, añorando el contenido inicial que, le explicaron, se trataba de “la chicha, un licor hecho con manzanas o uvas, muy dulce, que se toma para la fiesta nacional del país”.

 

– La tengo que probar, dijo, si vuelvo la voy a probar- y esta declaración fue el éxtasis de sus fanáticos que lo declararon visita ilustre, en una ceremonia sencilla y poco concurrida, pues la agrupación cínica de Chile contaba poquísimos miembros.

 

Pero la mayor parte de la comunidad ciudadana estuvo muy desinformada con este viaje. Por ejemplo, algunos creyeron que venía Chespirito, representando al Chavo del Ocho, y que lo recibían con barriles por ser éste su símbolo. Lo más singular fue la gran cantidad de perros que se aglomeraron en el aeropuerto. Al parecer los perros hacían su propia ceremonia y eso llamó de inmediato la atención de periodistas que, en ese momento, cubrían la llegada de un cantante mexicano. A Diógenes los perros le movían la cola, le olisqueaban, le hacían gracias. Hubo turistas que pensaron que nos visitaba un alto dignatario de la orden franciscana y aprovecharon de sacar a las mascotas de sus jaulas de viaje (perros falderos, gatos, incluso pitones) para que Diógenes las bendijera. Él no supo qué querían.

 

– Ya pues caballero, eche la bendición al animalito. No se haga de rogar.

 

Ante la insistencia realizó con las manos simbolismos órficos, herméticos y pitagóricos; en ese orden. La gente comentó que este era un curita muy raro. “Es griego”, averiguó alguien. “Ah, debe ser por eso”, contestaron los demás.

 

Parece extraño que el fundador de la filosofía cínica haya elegido un avión como medio de transporte. Fue nada más que por razones de tiempo. Tenía muy apretada su agenda en Sudamérica; Argentina y Brasil estaban primeros. Chile iba al final de su recorrido y, dicen, fue incluido con cierto desagrado por parte de Diógenes. Cuando le nombraron Chile, el filósofo se puso sombrío, imaginó una tierra salvaje y húmeda, llena de sátiros, ninfas, espíritus de las aguas y espíritus de los árboles, en nada parecida a su Grecia natal, bella, soleada, con olivos y peces. No, Chile debía ser una tierra donde aún reinaban los pérfidos titanes.

 

La apretada agenda de Diógenes incluía entrevista y desayuno con el presidente, visita al ministro de educación y realización de una conferencia en la facultad de filosofía de la Universidad de Chile. Por contrato, tuvo que presentarse a contar chistes en un estelar de televisión, una aparición discutida e incomprendida, especialmente porque a su llegada al canal no sabían quién era él y le negaron la entrada más de una vez, hasta que comprobaron que la invitación y el pasaporte eran verdaderos.

 

A estos encuentros le exigieron tenida formal. Él era un sentimental y no pudo deshacerse de su túnica raída. Muchos personeros arrugaron la nariz pensando que cómo era posible, “cómo es que nos toca intimar con esta clase de roteques”. Cuando oyeron a hablar a Diógenes se dijeron al oído “es un representante del comunismo griego caído en desgracia”. Rieron mucho con sus anécdotas.

 

Con la llegada de Diógenes comenzó una invasión de figuras griegas en Chile. Platón, Pitágoras, Pericles, uno que otro Ptolomeo. La cosa se volvía fanatismo, los niños tenían autoadhesivos, las niñas brillo labial, las mujeres leían libros escritos por griegos, los hombres de negocios usaban sus principios para lograr el aumento de las utilidades. El gobierno, el mundo privado, el mundo eclesiástico, las empresas, el baile, la moda: todo se helenizaba. Cuando el fenómeno ya estaba tomando gran ímpetu, hizo su aparición Sísifo [3].

 

Llegó en vuelo regular, con lentes oscuros para no ser reconocido, escabulléndose de los periodistas y los curiosos. Se le ofreció una piedra nacional, toda de lapislázuli, para que realizara su eterna prueba. “Sólo son admitidas las piedras aprobadas por Zeus olímpico”, dijo rechazando el ofrecimiento sin ninguna delicadeza. Todo un divo.

 

Pidió un taxi. Sus contactos lo llevaron al centro de Santiago. Le contaron que el cerro San Cristóbal era bastante alto y también la torre de la CTC. Se detuvo en plaza Italia.

 

– Voy a comenzar por el cerro- anunció.

 

Desde la base empezó cargando la piedra. Los malpensados de siempre dijeron que se trataba de un artefacto de utilería. La verdad es que era auténtica, la misma con la que inició su tradicional castigo hace casi tres mil años. Se veía con averías en muchas partes, producto de los múltiples viajes. Fue seguido por montones de reporteros gordos que respiraban con dificultad, en tanto el griego estaba como si fuera un paseíto. Casi a punto de llegar a la cima le preguntó el periodista:

 

-¿Cómo se siente Sísifo? ¿Cree que esta vez lo va a lograr?-. La pregunta, el micrófono en su cara, los flashes, todo desconcertó al héroe. La piedra se le fue cerro abajo aplastando todo a su paso, liberando a los animales del zoológico, destruyendo enteros algunos estudios de los canales de televisión y a un poodle enano que vagaba perdido sin saber donde quedaba Vitacura [4]. El rostro de Sísifo estaba furibundo.

 

– ¡Es usted un desconsiderado!- Le gritó al periodista- ¡un estúpido, un ignorante!

 

Se sentó cabizbajo, rumiando su tristeza. Pensaron que iba a llorar, pero no, fue solo un momento de debilidad.

 

– Intentaré con la torre.

 

Allá lo llevó su contacto. “Vamos hombre”, le decía, “no hay por qué desanimarse”. Los de la CTC [5] cuando se enteraron de las intenciones de Sísifo le dijeron que le daban un contrato publicitario si aceptaba ponerse una polera con unos osos. El se negó. “El oso es una divinidad bárbara”, fue la justificación del héroe. Los de la CTC le contestaron, en una breve misiva, que le quitaban el permiso para subir. Su contacto lo convenció del error en que estaba incurriendo. “Hombre, en serio, si lo hacen nada más que para burlarse de los bárbaros”. De todas maneras Sísifo lucía ofendido la polera cuando inició la prueba. Esta se ejecutó por las escaleras. Algunos le recomendaron que usara el ascensor cuando no hubiera cámaras. Pero Sísifo era un hombre incorruptible. Nada le haría hacer trampa. Especialmente porque Zeus vigilaba cada uno de sus actos.

 

Fue duro. Lo hubiera logrado esta vez si no fuera por una ventana abierta al final de un pasillo, de un helicóptero de carabineros arrendado por la defensa civil que trataba de evitarle la deshidratación con agua isotónica que él no aceptaba. La ventana abierta, un momento de descuido y la piedra cayó pesada dejando tres desaparecidos y un hoyo en el pavimento de Providencia. Esta vez Sísifo sí lloró, como un niño, desconsolado.

 

– Cuando faltaba solo un piso – se lamentaba.

 

Incluso acudió el gerente general de la firma, que tenía la oficina en todo el último piso, le daba de palmaditas en la espalda.

 

– No llore hombre, incluiremos un celular en su contrato, uno de última generación, podrá conectarse a internet, chatear, enviar mensajes de video, ¡no se ponga así! ¡Tranquilícese le digo!

 

El griego vio al hombre de negocios y le dijo que perdonara, que se iría, que se olvidaran de él.

 

– Mire –le dijo el ejecutivo para consolarlo- aquí en Chile también tenemos un forzudo famoso. Y terminó bastante mal le diré.

– ¡Cómo! ¿Quién?

– Se llamaba Caupolicán. Lo sentaron en una lanza.

– ¿En una lanza? ¿Quiénes fueron esos?

– Mire, no le vaya a contar a nadie que yo le dije, pero fueron los mismos que construyeron esta torre: españoles.

 

Sísifo lo miró. Después de todo estar por los siglos de los siglos sentado en una lanza era más difícil que estar por los siglos de los siglos cargando una piedra. «Valor», se dijo y lo tuvo de nuevo. Se le veía sonriente y borracho de pipeño cuando despegó el avión que lo llevó de vuelta a Grecia. Llevaba puestos sus lentes oscuros.

 

 

***

 

 

Para finalizar esta nota debo decir que esto de los griegos es una moda que se haya en retirada, aunque todavía siguen llegando griegos a Chile. Lo último que se supo es que vendrán las Moiras, ahora dedicadas al heavy metal y, también, las Erinias, que han formado un estupendo conjunto de baladas románticas, conjunto que se presentará de un teatro de barrio antes que sea vendido a una iglesia evangélica. Un movimiento en decadencia sin duda, porque la invasión que se nos viene ahora es de figuras romanas.

 

 

 

 

 

Notas

 

[1] Diógenes: filósofo griego, fundador de la escuela cínica (cinus: perro). Vivía pobremente en la calle, en un barril, acompañado solo de un perro.

[2] Historia del Sol: Alejandro Magno sabía de Diógenes, el hombre más sabio de su tiempo, y decidió visitarlo. Cuando llegó a su morada, que era la calle misma, no pudo creer la miseria del filósofo. Asombrado le preguntó si acaso no necesitaba alguna cosa. “Sí, que te corras del sol porque me lo estás tapando”, dicen que dijo este.

[3] Sísifo: Griego mitológico, castigado por Zeus a llevar una piedra hasta la cumbre de una colina. El resultado era siempre el mismo: a punto de llegar, la piedra rodaba al punto de partida, transformando el castigo en infinito.

[4] Uno de los barrios más acomodados de la ciudad de Santiago.

[5] CTC era la antigua Compañía de Teléfonos de Chile y una de sus publicidades era referida al 188, donde cada ocho (¡qué alarde de ingenio!) era un oso.

 

en El año de las vacas flacas, 2011