¿Michelle Bachelet? No, es la eterna Marilyn a punto de golpear un balón de fútbol en Inglaterra.

Cine y fútbol. Qué pareja. Cuando me pidieron un artículo que reseñara algún tipo de relación entre estos dos ámbitos tan populares ynominalmente tan distantes entre sí, sentí una suerte de fastidio. No voy a caer en el cliché sobre los efectos nocivos que nos ha traído “el deporte más bello del mundo”, suerte de opio del pueblo que acude a los televisores de los hogares de cada familia como el evento liberador de nuestros tediosos ritmos laborales. Ese discurso lo conocemos todos y no por ser repetido deja de detentar cierta verdad indisputable. Después de todo, cualquier deporte o actividad llevada a niveles intolerables de abuso, puede convertirse en algo alienante o dañino. Pero no deja de ser ilustrativo que el vínculo artístico entre el “deporte rey” y el “séptimo arte”, visto desde una perspectiva amplia, se caracteriza por la dependencia evidente del primero con el segundo o, siendo más severos, una suerte de vínculo bastardo en donde el interés de uno y otro se subordina a capitalizar los aspectos más superfluos de una y otra expresión.

El cine puede hacer maravillas: reunir a Stallone, Michael Caine y Pelé. ¿Qué salió de eso? Tal vez la peor película de John Huston. Y trataba sobre fútbol.

El cine, más que explorar la naturaleza del fútbol como pasión que mueve masas incandescentes e irracionales, más que profundizar en las permanentes relaciones socioculturales que activa en las personas como estructura de poder y comercial que entretiene, identifica y desarrolla en su intento de difusión descomunal para buscar la empatía en base a la persistencia de una imagen que de tan ubicua se es imposible escapar, el cine, decimos, se ha convertido por sobre todo en una especie de  propaganda del fútbol como deporte y espectáculo irresistible, soberano e inclusivo. Porque en el fútbol, he ahí una de sus encantos definitivos, nadie sobra.

Por supuesto que el cine tampoco tiene que reemplazar el papel que realiza la sociología o la antropología, pero no estaría de más que de una vez por todas se atreviera a ver en el fútbol algún tipo de fenómeno como, por ejemplo, una estética de la pobreza y la marginación, su abrumador poderío en tanto espacio sublimador de las tristezas y los cansancios cotidianos. No tenemos (o al menos no conozco) un corpus poderoso de películas en donde cine y fútbol supere la mera divulgación y se vuelva espacio reflexivo, problemático, perturbador o, al menos, sea el lugar en donde se revele la fascinación autoconsciente de las riquezas que supone hurgar en los límites que un deporte como el fútbol entraña: la violencia, la victoria, la derrota, la estrategia, la injusticia, el sudor, el abrazo postrero, alguna de las tantas coordenadas que como fenómeno de masas lo vuelve hipnótico y tan cuestionable a la vez.

Tal vez soy muy duro con mi juicio respecto al valor artístico que el cine le ha conferido al fútbol como lugar desde el cual describir las transformaciones de una cultura pero, con la mano en el corazón, ¿alguien duda todavía que aún no tenemos una obra maestra en donde el fútbol sea, sino protagonista, al menos telón de fondo de un argumento que indague con sus imágenes en una exploración lo suficientemente poderosa como para sostenerse por sus propios méritos cinematográficos? ¿De quién es la culpa? ¿Hay necesarios culpables en el vacío que describimos? Por de pronto el mismo cine ha demostrado que cuando los valores buscados no son la publicidad sino que las imágenes se subordinan a la exploración de los ámbitos más vacilantes y claroscuros de la condición humana, es capaz de erigir obras maestras. Ejemplo de ello son algunas películas dedicadas al boxeo como “Racing Bull” (Scorsese, 1980), “The Harder They Fall” (Robson, 1956) o “Rocky” (Avildsen, 1976); al fútbol americano como “Any Given Sunday” (Stone, 1999) o “Moneyball” (Miller, 2011); al pool como “The Hustler” (Rossen, 1961) o “The Color Of Money” (Scorsese, 1986); al baloncesto con esa joya desconocida titulada “Hoop Dreams” (James, 1994), a las carreras de autos y esa maravilla de “Red Line 7000”(Hawks, 1965) y, por último, películas basadas en el ahora tan popular acto de correr por las calles con “The Loneliness Of The Long Distance Runner” (Richardson, 1962) o “Marathon Man” (Schlesinger, 1976).

La mejor película de Oliver Stone no trata de soldados heridos ni oscuros presidentes, sino de la urdimbre neurótica que delínea al futbol americano. Escena de «Any Given Sunday».

Imagino que faltan muchas más por nombrar. Es una lista hecha al pasar y delata un anglocentrismo extremo, pero dudo mucho que ese defecto no lo compartan muchos de los que ahora mismo leen este artículo. Como defensa debo decir que me cuesta recordar películas en español que hayan utilizado al deporte, y más específicamente el fútbol, como intentos convincentes de cine perdurable más allá de las modas del momento. Tibios intentos, aunque no del todo vanos, han sido películas como “Historias de Fútbol” (Wood, 1997) y “Rudo y Cursi” (Cuarón, 2008). Obras interesantes, son valorables porque se atreven a abrir ciertas discusiones sobre la naturaleza propia del deporte y por su capacidad de meditar en torno a las realidades que comporta vivir en este lugar del mundo llamado Latinoamérica.

Sí. Si se trata de buscar, de seguro seguiremos encontrando cautivantes películas que tengan como motivo central o secundario al deporte y sus variantes emotivas. Pero tengo la triste certeza de que todavía no se realiza un “obra maestra” que tenga como fundamento argumental o como horizonte visual al fútbol y que logre penetrar en sus representaciones, dinámicas y formas simbólicas. Aún el cine nos debe una película que esté a la altura de lo que fútbol representa, que visualice sus extremos y señale sus límites, que evidencie sus favores con el poder y que revele su increíble capacidad de diluirse en la conciencia colectiva como una nueva religión, y de cómo ese imaginario que se apodera de nosotros acarrea una (in)cierta constelación de valores que exacerban la conducta de muchos, aún sin saberlo. Necesitamos algo así como un “Amores Perros” en donde las peleas de canes sean reemplazadas por un cancha de futbol. Qué fácil es decirlo, qué difícil parece llevarlo a cabo.

Paradojas de la vida: la mejor película dedicada al fútbol no es una película sino un documental. Y la protagoniza Zidane. Un crack.

Postdata: Poco después de terminar de escribir este artículo, vi por casualidad el documental «A Twenty Century Portrait», dedicado a la figura de Zidane y su partido frente al Deportivo La Coruña en el Santiago Bernabeu. Impactante. Al parecer la esperanza del fútbol y su posible reconciliación con el cine va a venir de la mano con un género lateral a este pero no menos importante, el documental. Agradable sorpresa, y de las grandes.

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