Lo que viene a continuación no es ni de cerca un sumario exhaustivo de la cartelera cinematográfica del año que recién acabó. Ni siquiera alcanza a ser una antología de sus mejores películas . Apenas es una suerte de complaciente resumen personal gobernado por el arbitrio (casi siempre gozoso) que implica recoger algunos films que formaron parte de un particular paisaje mental alimentado de ciertas imágenes que tal vez quedarán en la memoria o simplemente acabarán como artificiosos momentos apagados lentamente en el olvido transitorio que toda obra de arte acarrea como creación inscrita en el tiempo. Ya vendrán otros a decidir cuáles son las que merecen la eternidad canónica y cuáles tienen el singular honor del repudio y el desprecio. Esto es algo mucho más modesto. A fin de cuentas, a tientas relato lo que me dejaron 5 películas del 2012, ejerciendo en cada una de ellas la búsqueda, a veces frustrante, del íntimo milagro de hallar una revelación genuina o, al menos, el presagio de una eventual germinación inédita y privada.
“Shame” (Steve McQueen): Tal vez no sea del todo coincidente que dentro del espíritu cultural de nuestro tiempo ciertos escritores, científicos y ensayistas (Vargas Llosa, Caponni, Lipovetsky, entre otros) hayan utilizado parte importante de sus últimos esfuerzos intelectuales en desentrañar el lugar que ha adquirido el sexo en una sociedad que alienta cierta sobre-exposición desenfrenada de ciertos prejuicios sexuales que hasta hace poco estaban limitados a un autocontrol privado y secreto. “Shame” vendría a ser una especie de relato lúgubre sobre el lugar del sexo en nuestra sociedad, las nuevas soledades que aquejan al hombre contemporáneo y de cómo éstas desencadenan adicciones que sirven de paliativo pasajero a ese estado de vacío de sentido. En este caso, es la historia de un hombre exitoso (Brando) en el ámbito profesional pero que poco a poco va transgrediendo las prácticas normales de su sexualidad convirtiéndolas en una acción neurótica, desquilibrada y frustrante para satisfacer su mundo interior y el fracaso de esta adicción como vía de escape para no enfrentar ciertos dilemas traumáticos que lo acompañan desde su niñez. Es una película triste e incómoda, tanto por la historia en sí como por lo reflejos que proyecta sobre el espectador. Para el recuerdo hay dos escenas memorables: Brando tratando de flirtear en un vagón de metro con una desconocida. Brando escuchando cantar a su hermana “New York, New York” bajo el susurro taciturno y perdido de su interpretación. Joyas oscuras difícilmente olvidables.
“Carnage” (Roman Polanski): La incluyo en este resumen porque significó una confirmación un tanto dolorosa pero no del todo irreparable: Polanski está viviendo un llano creativo en su carrera. No es que realice malas películas. Nadie se aburrió con ese thriller político llamado “El escritor fantasma” y probablemente nadie lo hará con este tour de force en donde cuatro personas encerradas en una habitación discuten sobre un hecho nimio que poco a poco los va llevando a ciertos niveles de violencia y absurdo que rozan la agresión y el ensañamiento. Nada alejado del mundo de Polanski. Pero hay cierto tufillo de encargo en esta película, cierto descrédito por lo absurdo de algunas escenas y decisiones de guión, cierta atmósfera de restricción tal vez atribuible a un exceso de fidelidad con la obra de teatro que da origen a esta película. Si quiero ver teatro voy al teatro, si quiero ver cine voy a una sala de cine. En “Carnage” Polanski no supo trasladar un guión creado para ser encarnado en las tablas de un escenario para convertirlo en una esencia distinta llamado Cine. Algo parecido le pasó con “Death and the Maiden” pero aquí las costuras de la ineficacia son más evidentes. Con este panorama un tanto desolador, cada vez más lejos se ve su última obra maestra, “Bitter Moon” (1992). Polanski sigue siendo uno de los pocos grandes maestros del cine mundial, pero parece que su encierro en Suiza no le ha dado nuevos aires inspiradores sino que ha trasladado ese enclaustramiento forzoso a sus últimas películas, y no de la mejor manera. Seguiremos esperando.
“Tinker, tailor, soldier, spy” (Tomas Alfredson): Casualmente estrenada el mismo año que “Skyfall”, la última y alabada película de James Bond, esta circunstancia extra-cinematográfica sirve como contrapunto para exponer los intereses y premisas que mueven a esta extraña película sobre espías. Si James Bond, más allá de las complejidades que le han sido conferidas a sus nuevas actualizaciones, es el prototipo del agente secreto que no puede morir pero que sí puede matar a quien desea, un hombre con estilo, dinero, gadgets, mujeres espléndidas que caen rendidas a sus pies, suerte y siempre con nuevas oportunidades de aprendizaje (si es que necesita alguna), los personajes de la película de Alfredson (director de la muy estimable “Let the right on in”) son espías británicos que acarrean culpas, remordimientos y una cierta forma de agobio intransferible en sus vidas desprovistas de glamour y encanto. Son, en general, personajes que no le deben nada a la vida porque de ella han aprendido el arte de la trampa y el ardid, el engaño y el pragmatismo funcional a las tareas de la que son requeridos por el Estado. De ese modo de existencia brota una forma de daño irreparable y recóndito, una desconfianza natural por la raza humana. Este es el mundo de “Tinker, tailor, soldier, spy”, basada en una novela de John le Carré, alguien que sí fue espía en la vida real y supo transferir en sus relatos el lado menos seductor de la labor de un agente de la corona británica. Vaya a saber uno si James Bond tiene cierto asidero en la realidad pero si de algo sirve la película de Alfredson es para corregir cierta mirada complaciente con respecto al verdadero rol de los espías durante la “guerra fría” y formular el reverso oscuro del mito arrogante y fantástico de 007 y su larga y, a veces, espuria descendencia.
Moonrise Kingdom (Wes Anderson): ¿Es posible aún observar las cosas que conforman el mundo desde la ingenuidad que define la mirada prístina de la infancia? Probablemente para un niño esa pregunta ni siquiera tenga sentido. Su vida, más allá de algunas señales que alarman sobre una incierta precocidad propia de la turbiedad de nuestro tiempo, está constituida desde la perspectiva natural y propia, valga la redundancia, de la niñez: la genuina cordura de no reconocer malas intenciones en nadie, la cándida lucidez de alguien que al mirar al cielo no sufre la angustia pascaliana de la insignificancia humana sino que contempla ese cielo como un sano misterio que alimenta su imaginación y fantasía. Pero Wes Anderson estira un poco más la apuesta y propone realizar esa mirada clara e inocente no ya desde la edénica ignorancia del niño sino desde la tormentosa adultez. De ahí que “Moonrise Kingdom” realice una pregunta y una invitación que en la superficie demanda aceptar un manierismo excesivo y desbordante, pero que más profundamente nos exhorta a un compromiso moral: ¿puedes, tú, adulto, que llevas las pesadas mochilas del desencanto, ingresar a este reino habitado por seres desprovistos de maldad sin perder con ello una cuota sana de ironía y distancia? El mismo Anderson respondió esa pregunta en su obra maestra «Rushmore» (1998): era posible transitar entre la mordacidad del sin sentido y, al mismo tiempo, convivir con la ternura auténtica, no impostada. Sin embargo, en «Moonrise…» se siente que la forma erosiona las ideas de la película y que la fábula moral que subyace en las imágenes, nunca desborda del todo la belleza artificial de la puesta en escena. Al contrario, el manierismo de las imágenes inunda la pantalla de una forma tan rotunda que el espectador se siente obligado a una decisión definitiva: o se ingresa a ese mundo fascinante y asombroso, o te sientes expulsado de esa fiesta de colores, formas y criterios insólitos y ajenos a la vida real de los espectadores. Depende de la decisión que cada persona realice frente a la película la que determinará el nivel de alegría o indiferencia que se podrá experimentar frente a «Moonrise Kingdom».
Margaret (Kenneth Lonergan): Cualquiera que haya intentado seguir de manera fiel los estrenos de la cartelera del pasado año se estará preguntando si esta película escapó de sus radares por culpa del maldito trabajo y la falta de tiempo. La verdad es más lamentable: “Margaret” no se estrenó en los cines nacionales pero, era que no, está disponible en plataformas virtuales. ¿Por qué elegir de la masa ingente de películas que se realizan año a año, y que no llegan a nuestras salas de cine, precisamente esta? Primero porque lleva consigo una especie de malditismo que vale la pena reseñar. “Margaret” fue rodada el 2005 pero recién el 2011 pudo tener un indecoroso entreno en cines norteamericanos (sólo en dos salas de NY y LA y sin ningún tipo de promoción). Para más desgracia, fue mutilada por diversos productores que redujeron notablemente su metraje. Ni siquiera la ayuda de Martin Scorsese en el montaje la salvo de la reprobación de la FOX al considerar insatisfactorio y “oscuro” el trabajo final de Lonergan. Al final la película fue estrenada para ser arrojada a un destino prefijado y espurio: transitar como un fracaso comercial gracias al repudio original que desde el inicio tuvieron sus productores. ¿Y la película? Grandiosa, desequilibrada e inasible. Cuenta la historia de Lisa, una joven que a partir de un aciago suceso experimenta el doloroso término de la inocencia. En una escena de la película, Lisa asiste a una clase de literatura de su escuela y escucha a un compañero recitar un poema de Gerard Manley Hopkins: Margaret, ¿sientes congoja ante Goldengrove ya sin hojas? / La caída, ese asunto humano, / ¿con tu juventud, te atañe, acaso? / Ah, el corazón al envejecer, / tales cosas no teme ver. / Con el tiempo, ni un sollozo por la pálida fronda sin embozo, / pues con el saber cesa el llorar. / Nombre aún no has de dar, / al manantial del pesar. / Ni boca ni mente / sienten ni presienten. / Es nuestra terrena lástima. / Por ti, Margaret, son las lágrimas. Y aparece en el espectador ese nudo en la garganta que delatan las películas que resuenan por largo tiempo en nuestra memoria.