El director del departamento desapareció la tarde del 28 de abril. La última vez que lo vieron se dirigía hacia la sección más antigua de los archivos. Varios empleados habían intentado disuadirlo, pero él estaba resuelto a dar respuesta a un trámite de urgencia que venía desde el escritorio del señor ministro. Tres días después de la desaparición, el responsable de registro pidió voluntarios para una misión de rescate. Los más jóvenes, ignorantes de los peligros que acechan en los laberintos de papel, fueron los primeros en ofrecerse. El más veterano entre nosotros, conocedor de los archivos y sus vericuetos, dijo que nos acompañaría con la condición de que adelantaran su jubilación. Yo fui el último en integrarme. Partimos una mañana del 2 de mayo; llevábamos sándwiches, agua embotellada y crucifijos (no sabíamos qué podíamos encontrar). Entramos por las torres del ala sur, donde se apiñan hasta el infinito los expedientes de trámites incompletos. Atamos todas las cuerdas que pudimos encontrar y sujetamos un extremo a la mesa de reuniones. Dejamos dicho que si no regresábamos en quince días dieran parte a nuestros familiares.  De lo que siguió después sólo recuerdo fragmentos. El polvillo fino de los engargolados y los libros de actas nos enfermaron a todos. Varios desertaron y otros fueron engullidos por las extrañas criaturas que viven en los folios de los reclamos archivados. Un día, el veterano olfateó la zona y nos dijo que habíamos llegado al lugar. De repente, detrás de un archivero, surgió un ser similar a un hombre, con uniforme y un par de enormes cuernos. Sin previo aviso nos arrolló con violencia; yo fui el primero en ser alcanzado; entre gritos de dolor y suplica del resto de mis compañeros perdí el conocimiento. Cuando desperté me habían sacado del laberinto; otro grupo había usado la cuerda como guía. Me dijeron que yo era el único sobreviviente. Nunca supimos que fue lo que realmente pasó. A veces me parece recordar algo más; estoy casi seguro de haber visto el nombre del director en la ropa de aquel minotauro, pero mejor no digo nada, no quiero recibir un memo por difamación.