No sé si quería un libro tan corto, pero sí uno que fuera compacto como una pequeña piedra en la mano de alguien. Un libro escrito solo en presente, con cierta urgencia por el aquí y ahora de personas que sólo pueden ser identificadas por el oficio que desempeñan, por el espacio que ocupan en la casa o en el trabajo. Nunca por lo que piensan, sienten o dicen. Quería versos cortos y después largos, algo que fuera intensificándose, pero al final hubo una monotonía de la que no me pude deshacer. Quería una intermitencia de imágenes luminosas y opacas, como al examinar un cristal en bruto a la luz del sol. No me interesaba extenderme en cómo ni por qué llegué a esas imágenes, pero sí que se vislumbraran las razones biográficas para juntarlas todas en un poema que, a su vez, podía dividirse en veinte poemas.
Juan Santander Leal
Poemas
Cuando llega el otoño
me detengo a mirar
a través de la jaqueca.
Hay pestañas en la taza
y nudos que la sal deshace.
El gato quiere lamer
las cáscaras del techo.
El aire de la madrugada
cubre los dormitorios
con su gasa interminable.
Si durmiera un poco menos,
no podría entrar en la vigilia.
Una somera orden,
algunos fósiles,
la miel está contaminada,
los árboles han dejado de regarse.
Por exceso de calcio
la hija es enviada al sanatorio
con su ortografía de arenisca.
La narrativa debe continuar
como una enfermedad y su remedio.
La piel está despoblada al amanecer,
se abre la boca de los peatonales,
las clavículas son caminos cortados,
el pelo negro tapa los derrumbes,
la dentadura es tan difícil de olvidar.
Detrás de la persiana alguien muestra
el cuarzo por primera vez a un niño.
La prosa golpea los muros,
en la mesa hay una negra coliflor
que todavía parece comestible.
Cada siesta es un ejemplo,
Cada hora de trabajo es un ejemplo.
El carpintero espera que su oficio
sea necesario nuevamente
y dos ancianos comparan sus manos
como si fuesen de un metal rayado.
Existen diferentes tipos de cuarzo.
El citrino, variedad que homenajea a los artistas del trapecio.
El cuarzo azul es un triste adorno en las casas de los jubilados.
La venturina simula un cuerpo desnudo antes de entrar al agua.
El cristal de roca es usado para calmar la ansiedad de los animales.
El cuarzo límpido es un hombre acariciando la cabeza de su primer hijo.
El cuarzo crepita de vez en cuando, el cuarzo encandila de vez en cuando.
Ella me pregunta si sé cocinar, si quiero ir de viaje.
Me habla de los balnearios que dan forma al ceceo que calma su cerebro.
Ella me indica la maleza llamándola mostaza, llamándola vida conyugal bajo un techo de zinc.
Yo hago lo posible por parecer un empleado de banco, una cría de animal atrapado en los alambres del antejardín.
Ella me regala unos lápices de arquitecto como si yo supiera dibujar.
Cuando llega tarde escribe una novela llena de lugares comunes: los grillos, los nísperos, la luna llena, los embalses que se han vaciado en su tierra natal.
La prosa anega con sus diálogoslas horas de sueño que me van quedando.
Los fotógrafos buscan la elocuencia entre los objetos que brillan a comienzos de septiembre.
Los conejos se mueven lento para hacer del ocaso una imagen del apetito.
Las gallinas esparcen sus plumas a un costado de los damascos y en las escaleras el musgo no deja de crecer.
Hay una cadencia en la sala de butacas azules cuando los estudiantes entran a rehabilitarse.
Hay minerales que no nos dejan tranquilos ni en la hora del orgasmo.
El tabaco está escondido y el agua disuelve las cenizas de los párpados.
El calor del techo retuerce los químicos que utilizamos para dormir.
En el terminal pesquero se aloja la hermosa presencia del yodo.
La costra de sal que a la hora de levantarnos protege la casa termina por inmovilizarnos.
Y como una piel de corvina gigante el cielo nos muestra a cada uno su futuro.