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Allan siempre miraba hacia el cielo. Mientras los otros niños jugaban a la rayuela o andaban en bicicleta, él permanecía solo, sentado en las aceras contemplando el movimiento de las nubes. Un día, no se sabe bien cómo, aprendió a domarlas. Una mañana aparecieron flotando cumulonimbus con formas de conejo, gato y jirafa. Él les enseñó a tomar forma y con el tiempo se hizo más ducho en aquel arte: fue famosa su representación de la última cena, una serie de retratos de celebridades locales y el pensador de Rodin. Ya entrando en su adolescencia experimentó con las precipitaciones; comenzó con bromas prácticas a sus amigos haciendo llover sobre sus cabezas en los parques, pero luego se convirtió en el héroe de la ciudad al terminar con la racha de sequías que había diezmado los cultivos. Por un tiempo todo estuvo bien: las nubes entretenían a la gente con sus formas y los alimentos abundaban gracias a las lluvias regulares; pero Allan demandaba siempre más a las nubes: quería representar lo que el viento se llevó cuadro por cuadro y los cúmulos no lo lograban. Finalmente ocurrió el desastre. Una mañana amaneció totalmente cubierto de nubes negras y por más que Allan les ordenaba hacerse blancas ellas no obedecían; comenzó una feroz tormenta, que pronto se convirtió en huracán y casas, gentes y animales volaron por los aires. No quedó nada… De Allan no se supo el paradero, aunque hay reportes desde el Sahara afirmando que han empezado a aparecer nubes con el rostro de Clark Gable.

Alberto Sánchez Argüello 2012

Primer lugar categoría lengua castellana

IIª Convocatoria Internacional de Nanocuento Fantástico y de Ciencia-ficción «Androides y Mutantes» 2012