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Juan Podestá realiza un salto cualitativo desde la poesía (Novela Negra, Cinosargo 2010) a la narrativa, con su libro “El tema es complicado” (Narrativa Punto Aparte, 2013). Colección de cuentos que alcanza su punto más alto al indagar en la intrahistoria, las tensiones familiares y las relaciones carcomidas por el tiempo, siempre al alero de silencios incómodos, atmósferas enrarecidas y el asomo de una violencia descarnada que subyace en las buenas intenciones, las contradicciones del amor y la amistad.

Relatos con finales anticlimáticos, prosa abierta y dialógica que alimenta el suspenso a través declímax implosivos que llegan al lector a través de una prosa clara y libre de adornos innecesarios. Destaco los cuentos Década y Hambre, además de A propósito de Helena. Los tres textos aludidos, exponen vidas que en su deambular nos obligan a mirar cómo la distancia trastorna los paisajes y nos enajena, al punto de ser espectadores de nuestro propio devenir, disociado de aquellos que dijimos querer. Leí por ahí que: “El viaje es un cambio de escenario que corrobora la persistencia del sujeto que viaja”

El cuento Década es emblemático en ese sentido, pues indaga la pena de extrañamiento, la memoria en oxido y el tedio. Un hijo se va del país por dos décadas, a su retorno todo ha mutado, su padre y tío son dos perfectos desconocidos inmersos en un desierto de aburrimiento e infidelidad, en otro de sus relatos,una mujer hastiada por el engaño se vuelca onírica y autodestructivamente sobre su arte y el vagabundeo, en Fade Out. un grupo de amigos escrutan sobre la realidad de sus nexos fraternales, mientras los códigos internos de antaño se desmoronan como una entelequia aplastada por el fantasma de la madurez y la rutina.Podestá no abandona en todo caso su derrotero metatextual, en que los puentes subterráneos entre arte y mal, literatura y navaja susurran. Asoma el cronista policial, el detective escritor encerrado con su máquina de la memoriadisparando sobre el propio oficio y la vanidad. El libro develala obra de un prometedor narrador chileno del norte.

Daniel Rojas Pachas

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De Hambre

ELLA LO MATÓ DE HAMBRE. Lo encerró en el sótano de la casa y lo tuvo preso por una semana hasta que él ya vomitaba bilis, deliraba y orientaba la mirada extraviada hacia cualquier parte. ¿Si ella era una mujer perturbada? No cabe duda. Pero ¿él? Lo más probable es que también. La mujer, no se sabe si por locura temporal o permanente, por abusos físicos o por intereses propios o ajenos, hizo morir de inanición a un tipo de apellido Auger.

Auger contaba que ya no se acordaba del momento en que había dejado de amar a Estela. Ni tampoco del momento en que había empezado a amarla. Al final sólo recordaba gritos, arañazos, alcohol, platos en la pared, rabia, miradas cargadas de un odio que no había experimentado nunca.

Él se paseaba por el patio, obviando la vista al mar, y ella lo espiaba desde una ventana de la casona. Sabía que alguna vez lo mataría. Ya había intentado asfixiarlo una noche con una almohada descomunal. Nunca supo por qué siguió con ella. A los amigos les dijo que la amaba demasiado como para dejarla. Y que estar con ella era un acto de valentía. Creo que, en su caso, era un acto de cobardía continuar al lado de una mujer así. Un acto suicida de cualquier manera, para nada heroico. Pero cada quien sabe cómo justificar sus acciones para quedar bien consigo mismo. Y Auger sí sabía cómo quedar bien consigo mismo. Nunca contó que a Estela la quiso botar barranco abajo en un viaje al sur.

Lo encontraron tres días después. Fue la propia Estela quien llamó a Investigaciones. No a Carabineros. Eso llamó la atención de algunos. Pero no lo suficiente como para iniciar pesquisas. Se lo estaban comiendo unos ratones. El sótano hedía a mierda, vómito, podredumbre. Era peor que un jardín de leprosos muertos. Peor que la vida misma que llevaron Auger y Estela. En el Servicio Médico Legal de Valparaíso se certificó que la causa precisa de la muerte de Auger fue una anemia aguda. Pero había, cómo no, causas secundarias: deshidratación profunda, cuadro infeccioso múltiple, compromiso hepático, renal y cardiovascular, y muchas otras precisiones médicas. Auger ya estaba muerto desde el día en que lo supo. O quizás mucho antes.

Ella lo vio por primera vez en una fiesta de la escuela de Castellano, en la Upla. Él había recitado unos poemas hórridos sobre muerte, soledad, pájaros negros, soles oscuros, lunas verdes, campos azules de éxtasis alcohólico y delirio de muchedumbres cuyos cuerpos se difuminaban por la penumbra como lobos hambrientos de cabezas rotas… Estela se enamoró de inmediato. Él, borracho como estaba, no se percató de que la mujer de los ojos saltones lo miró toda la noche.

La primera vez que él la vio fue en un remate de libros. Ella se llevó el que él quería. Los ojos saltones le impresionaron. Gratamente, eso sí. La siguió y le pidió el libro. De ahí se fueron a tomar y terminaron follando en el departamento de Estela. Porque Auger vivía con cinco compañeros más en una pieza y se hacía imposible cualquier tentativa amorosa en esas condiciones.

Nadie se querelló contra Estela, nadie reclamó el cuerpo de Auger y el abogado que la representaba alegó locura temporal. El juez le encontró la razón y estimó que Estela debía estar internada en una clínica siquiátrica por un lapso no menor a los dos años y no superior a los tres. Salió mucho antes.

Ella escuchaba todo el día la radio evangélica. Auger la miraba, sólo la miraba.

Estela se obsesionó con la idea de que Auger la engañaba. Lo seguía, se escondía para escuchar sus conversaciones y revisaba sus papeles para saber si le estaba escribiendo poemas a alguna mujer. Nunca encontró nada. Nunca se enteró del breve romance que tuvo Auger con una profesora de inglés.

La casa del cerro Alegre en la que vivían se las regaló el padre de Estela, un militar retirado que estuvo preso seis meses por violación a los derechos humanos en la dictadura. Auger siempre lo había odiado, hasta ese momento. El militar retirado nunca había odiado a Auger, a pesar de su aspecto izquierdoso.

Un día Estela golpeó a Auger con un palo de tres cuartos. Auger comía unos huevos revueltos con arroz (su última comida) y Estela, acercándose por atrás, le pegó tan fuerte que Auger cayó al piso de inmediato. De ahí lo arrastró al sótano. Esa noche Estela hizo una cena para celebrar lo que supuestamente era un nuevo trabajo que Auger había encontrado en Santiago y en el que iba a recibir un muy buen sueldo. A la comida fueron cerca de veinte personas. Nadie escuchó los gritos de Auger porque éste nunca los emitió. Estela, durante la tarde, la había dado el único vaso de agua que él iba a recibir durante su encierro. En el vaso iban molidos tres Alprazolam de dos miligramos.

Ella empezó a ver al rati un año antes de lo sucedido. Auger se enteraría poco tiempo después.

Después de la primera vez que estuvieron juntos, empezó un romance tormentoso, pero el que ambos, obstinadamente, nunca decidían terminar. No era raro verlos llegar moreteados a la escuela de castellano. A ella, los compañeros le decían secretamente: “Éste la recibe”. A él: “Éste la boxea”. Lo cierto es que ambos se pegaban con ahínco cuando se proponían hacerlo.

Cuando Auger se enteró no hizo nada. Nunca le dijo algo a Estela. Llegaba a la casa, comía y se encerraba a revisar pruebas y escribir, si es que le alcanzaba el tiempo y no estaba tan cansado. Estela tampoco decía mucho. Escuchaba sus programas religiosos y se paseaba por la casa, casi siempre tratando de descubrir algo que delatara a Auger.

Antes de vivir en cerro Alegre, los dos arrendaban un departamento en el plan. Era modesto pero espacioso.

Auger no se enteró por terceras personas. Vio salir a Estela del brazo del detective de la Brigada de Homicidios. Lloró un poco. Luego se fue a tomar.

Un día Estela, mientras Auger se bañaba, le gritó desde la pieza: “Auger, te amo”. Él respondió: “Estela, yo no”.

Los días posteriores a la comida que realizó Estela en celebración por el nuevo trabajo de Auger, se dedicó a pasarlos con el de Investigaciones. No volvió a su casa hasta dos días antes de la muerte de Auger. Estela tuvo que acercarse bastante al sótano para escuchar unos gritos que, en un principio, debían haber sido macabros, pero que en ese momento eran un fuego a punto de extinguirse, como una sombra que se desvanece cuando la madrugada va ocupando los espacios. “Estela”, “Estela”, “Estela” decía, para luego callar y volver a gritar minutos más tarde.

El casamiento fue modesto. Poca gente por parte de ella, aún menos gente por parte de él (sólo amigos y un primo muy lejano). La comida fue en una marisquería de Viña del Mar.

Desde la época en que vivían juntos en el departamento, Auger pensaba que Estela alguna vez debía recibir un tratamiento siquiátrico serio, no con puras pastillas. Lo conversaron un par de veces, incluso con el padre de ella, pero nunca se llegó a nada. Por lo demás, Auger también tomaba pastillas y también estuvo dispuesto a someterse a un tratamiento.

Auger los vio varias veces en el centro de Valparaíso. Cruzaba la calle, doblaba la esquina o tomaba un taxi. Pensaba que eran unos descarados.

Estela nunca hizo clases, pues Auger siempre prefirió que ella se quedara en la casa; pero siempre recibieron ayuda del padre de ella.

El libro de poemas (no tan malos como los que escribía en sus inicios, pero tampoco nada brillantes) que Auger publicó en el último año de universidad se llamó “Aposentos de lo oscuro”. Fue financiado por una pequeña beca regional. El otro libro de Auger, y que publicó con mucho esfuerzo en el tercero de los cinco años de matrimonio con Estela, se intitulaba “La gula de lo castellano”. Le costó mucho escribirlo, pues la convivencia entre ambos era francamente mala y las clases le quitaban mucho tiempo.

Estela bebió pisco y escuchó una radio evangélica, murmurando frases que no se entendían.

Los detectives sacaron el cuerpo putrefacto de Auger y un rati observó a Estela como diciendo: “Qué se le va a hacer, Estela, las cosas son como son y no como uno quiere que sean”. El mismo rati la llevó a la brigada, detenida. El mismo detective le hizo los interrogatorios. El mismo tira la fue a dejar a la casa de sus padres, donde se quedaría mientras durara la investigación.

Al funeral de Auger fueron los mismos amigos y el primo lejano que estuvieron en el matrimonio.

Juan Jóse Podestá