lemmy_arnaud_gomet

Íbamos caminando por ahí, haciendo tiempo mientras llegaba la hora de tomar el autobús que nos llevase al puerto para embarcarnos en el ferry de la próxima isla. Nos habíamos levantado tarde y devolvimos el coche de alquiler hacía un momento, así que decidimos darnos un paseo por una de las tantas megas instalaciones vacacionales que tanto proliferaron en la época infame de aquella versión española del americandream, que ahora, tan solo es el sueño húmedo que aún entibia las sábanas de algunos penosos desahuciados y apaleados que todavía siguen creyendo en el estado de derecho occidental moderno y en una Europa integrista, unánime y pujante, la del sueño europeo para todos.

Pensamosque habría alguna playa interesante y artificial que nos entretuviese mientras tanto, sabiendo de antemano que si existía unaestaría a reventar de sombrillas y tumbonas, pero igual nos aventuramos, de tripas hicimos corazón y encaramos el tinglado. Como decía, nos dimos un buen paseo por aquella rambla marina buscando una playa que no existe, pero mientras tanto, no dejamos de sorprendernos al ver toda la estúpida parafernalia que tienen montada en estos complejos, de los cuales, ninguno de sus huéspedes parece con ánimos de querer soltarse de sus alucinógenas fauces para ver qué otra cosa, aparte de agarrarse una cogorza padre a las 12 del mediodía, les ofrecen estos parajes de ensueño mediterráneo. No se aventuran siquiera a traspasar el radio de 4 o 5 calles por su cuenta, las cuales están atiborradas de shops y bares temáticos y casas de playa adosadas pintadas de color pastel, aquello todo montado como Legos de la nouvellearchitecturemediterránea de principio de siglo XXI.

Fuimos y regresamos completando un trayecto que me pareció ser de más de 5 kilómetros por esta rambla que comunicaba a todos los complejos y los hoteles. Por todos lados se ofrecían servicios de spa, footmassage, aroma therapy, chota massage, upite wax,lowfat free tax, etc. No paramos de reírnos. No nos va todo eso ni a mi chica y a mí, por suerte, así que nos despachamos de lo lindo con lo que se nos cruzaba. Irónicamente, por supuesto, sin mucha malicia.

Es muy curioso que me pasase, pero en un determinado momento del paseo me detuve a pensar en aquel padre de familia que vive solo para trabajar a las órdenes de un jefe hincha pelotas que le dice lo que tiene que hacer y como todo el tiempo. En su histérica mujer, madre de dos hijos, que no puede lidiar más con las secuelas de los embarazos, las psíquicas y las físicas, ni con reducir las dosis de drogas prescriptas que se manduca diariamente, por no hablar de los suplementos vitamínicos para bajar de peso que traga acompañados de un Green Tea. Pensé en sus pequeños vástagos pre adolescentes que los vuelven locos, pecosos y mortecinamente blancos por las prolongadas encerronas frente a la pantalla del ordenador o de la tele, que desean ser de grandes un médico como House, un cana como el Rick de los WalkingDead, un pimp como los de GTA o un lifer como los de Jersey Shore. Por ese lado los entiendo alos padres, necesitan algo de paz y cordura etílica. O simplemente echar un polvo como dios manda sin los críos hinchando las pelotas(entretenidos con las salidas a los parques acuáticos organizadas por las guarderías de los hoteles), ir de compras al tax free, montarla en el karaoke… Un poco mambo, sabes.

¿Y los pibes de 20? ¿Los abueletes? Hay paquetes all-included para todos los gustos, amigos. Y a ellos también los entiendo. Los pibes y las pibas quieren mojar, cagarse a trompadas y agarrarse curdas antológicas en un lugar donde les permitan hacer lo que quieran sin que les chisten. Yo también fui tan joven como ellos y guardo gratos recuerdos de aquella disipada etapa de mi vida, pero con los abuelos es con quienes más empatizo quizás, al imaginarme a mí, ya arrugado y reseco, abatido por los muchos años de explotación y decepciones, buscando un destino más soleado y menos húmedo donde rascarme las atrofiadas pelotas por el resto de mis días, con un fisioterapeuta a tiro de piedra que hable mi idioma y posea unas manos mágicas que me alivianen la rampante artrosis. Los entiendo a todos y los respeto. Pero lo que no me cabe en la cabezota es que sigan todo aquel juego del borrego. Algún día, posarán sus malogrados culos en una silla y pensarán en lo que han hecho con sus vidas, quizás, solo quizás. Y si las analizan detenidamente, minuto a minuto, recuerdo por recuerdo, se darán cuenta de que lo único que han hecho en el transcurso de las mismas fue seguir órdenes: las del jefe hinchapelotas, las de las revistas femeninas de tendencias, la de los cánones de la sociedad moderna y exitista, la de los guías turísticos que no quieren que se aparten mucho del punto de encuentro después de darles 20 minutos para recorrer algunas calles y que compren suvenires locales sin realmente haber “estado ahí”. Pero gustos son gustos. Y para gustos, los paquetes turísticos de última hora y la manera de vivir TU vida como te salga del forro de los huevos. Pero después que no se quejen cuando por el orto les quepa un buque petrolero por haber vivido como borregos sin alma.

Al grano:

Lemmy. Lemmy Kilmister, amigos. De vacaciones en España. Salté la valla como un caballo de competencia ante la estupefacta mirada de mi mujer. “Ahora vengo, no te preocupés. No sabés lo que significa esto para mí. Es Lemmy, nena. Es Lemmy”

Al ir regresando por las mochilas de viaje me topé con una figura que reconocí casi al instante. Estaba sentado y doblado sobre sí mismo en una tumbona de la piscina que ya iba atestada de hombres y mujeres de mediana edad empapados de frozen margaritas multicolores a medio derretir y beber a esas horas del mediodía de Greenwich, cientos de rapaces chillando y un montón de viejos cascados momificándose lentamente después del baño de cloro. Vaya panorama. Llevaba la escasa melena teñida de un color negro antinatural y un poco grasiento a la luz del sol, unas gafas de leer diminutas que mantenía amarradas y colgándole desde el pecho por una fina cuerda de cuentas a modo de collar y un traje de baño tipo slip, que le ajustaba las pálidas piernas al abultado abdomen peludo. Parecía un orangután todo así doblado como un viejo cascarrabias. Un viejo y sabio orangután cascarrabias. Leía el diario.“Parece que de cerca ve bien, tal vez las gafas las use para ver de lejos”, pensé. Pero ese bigote… ese inconfundible bigote casi me engaña a la primera vista. Muchos lo llevan así, yo mismo conozco a unos cuantos. Pero ninguno de ellos, te aseguro, posee esas únicas e inimitables verrugas en la cara. Lemmy. Lemmy Kilmister, amigos. De vacaciones en España. Salté la valla como un caballo de competencia ante la estupefacta mirada de mi mujer. “Ahora vengo, no te preocupés. No sabés lo que significa esto para mí. Es Lemmy, nena. Es Lemmy”

Me acerqué a él decididamente y en un inglés tarzánico medio nervioso lo encaré.

-Lemmy… what´s up, man? Mynameis Cristian. I`m a big fan of you-

-huh…?-

-¿Que hacésaca, loco?- seguí en inglés- Sos el tipo que menos me imaginaría sentado en esta piscina de palurdos-

-huh…?- medio me gruñió

-¿Y las nenas?-

No se veía ninguna stripper del Sunset Boulevard rondando por ahí ni botellas de JD debajo de la tumbona para que no se calentasen con el sol, ni siquiera un paquete de Marlboro rojo sobre la mesita a su costado. Solo vi un vaso de tubo con un líquido anaranjado y medio aguado que parecía un extracto de jugo de naranja apoyado sobre una blonda. Un poco decepcionado seguí.

-¿Dónde tenés a las nenas?. Seguro debés tener alguna esperándote en la habitación, ¿no? Vos sí que sos un hijo de puta…-

-huh…?-

Ante su molesta indiferencia me decidí a ir a por lo que iba: una foto y un autógrafo que dejarles como único legado a mis pobres pero felices herederos. Saqué la libreta de bolsillo donde apunto mis neuras y la cámara compacta de mi mujer, que todavía desde el otro lado de la valla no asimilaba mi estupidez, frunciendo la jeta y quebrando la cadera en una pose que automáticamente identifiqué como la de “Venga, apúrate, mamón” tan típica de ella cuando me entretengo con alguna boludez que capte mi atención,quedándose ella colgada a 20 metros esperando a que se me seque la baba.

-¿Me firmás un autógrafo, capo?¿Una fotito?-

-No way, man. Leave me alone-

-Dale, una foto, papi. Sos un genio. Te sigo desde que era pibe. No me podés hacer esto-

-Fuck off, mate-

-No te cuesta nada, una firma, nada más… ¿Sabés la de veces que te fui a ver? Me buscaba laburitos para pagarme las entradas y el viaje. Te fuí a ver cada vez que fuiste a Buenos Aires… viajaba desde el culo del mundo para verte, papi, no me hagas esto…-

-No, no, no-

Miró hacia una de las entradas alternativas del recinto donde un hijoputa grande como un ropero, calvo y vestido de camiseta polo y bermudas blancas se me acercó como una mosca a la mierda ante su reclamo, y del forro de los pantalones bermudas me hizo volar por los aires, de vuelta al walk, cayendo a los pies de mi chica, que totalmente convencida me espetó “¿no ves que sos un pelotudo?” en perfecto castellano sudaca y empleando un muy logrado acento argento. Llevaba razón, en ese momento me sentí muy pelotudo. Al incorporarme, me sacudí la ropa y le dediqué al gorila y a mi “ex” ídolo a partir de ese momentoun dedo mayor que valió por todas las veces que sufrí los contratiempos de viajar en el puto transporte público de cuarta horas y horas solo para verle tocar en vivo dos horas. Las largas colas, los apretones, las corridas a la salida de los conciertos porque andaban los cerdos de la policía federal con ganas de guateque, por todo. Volvimos a por nuestras mochilas, nos las calzamos y tomamos aquel puto autobús que iba al puerto. Ya sentados, yo más calmado y mi mujer mirándome como a un niño desilusionado, toda dorada por el sol de las playas desiertas donde nos bañamos los últimos días, me sonrió por fin. Siempre lo hace. Su sonrisa es un sedante. Me tomó de la mano, la cual entrelacé con mis dedos firmemente para acotar:

-No me convencés más de matar el tiempo paseando por estos lugares de guiris chupapijas. A ver si me lo encuentro a Keith Richards…-

 

Ilustración: Arnaud Gomet