Extractos del «Libro del cielo y el infierno» compilado por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Editorial Sur, Colección Índice, Buenos Aires, Argentina, Segunda edición, 1970.
El Cielo
«San Luis el rey mandó a Ivo, obispo de Chartres, en embajada, y este le confirió que en el camino encontró a una matrona grave y airosa, con una antorcha en una mano y un cántaro en la otra; y notando que su aspecto era melancólico, religioso y fantástico, le preguntó qué significaban esos símbolos y qué se proponía hacer con el fuego y el agua. Replicó: el agua es para apagar el Infierno: y el fuego, para incendiar el Paraíso. Quiero que los hombres amen a Dios por el amor de Dios». Jeremy Taylor, (1613-1617).
«En el cielo me gustaría participar a veces en una guerra, en una batalla». Detlev Von Liliencron, Aus Marsch und Geest, (1904).
«Donde ella estaba, estaba el Edén». Mark Twain, Eve´s diary, (1905).
«En el día del Juicio Final, las puertas del Cielo se abrirán a los Bienaventurados. Estos penetrarán rodando, ya que habrán resucitado en la más perfecta de las formas: la esférica. Así lo ha revelado Orígenes». I. A. Ireland, Short cuts to Mysticism (1904).
«Del paraíso no puedo hablar, porque no estuve allí». Sir John Mandeville, (siglo XIV).
«Los cuervos afirman que un solo cuervo podría destruir los cielos. Indudablemente, así es, pero el hecho no prueba nada contra los cielos, porque los cielos no significan otra cosa que la imposibilidad de los cuervos». Franz Kafka, Reflexiones sobre el pecado, el dolor, la esperanza y el verdadero camino, (1917-1919).
«No bastan las metáforas para endulzar el amargo trago de la muerte. Me niego a ser llevado por la marea que suavemente conducen a la inmortalidad y me desagrada el inevitable curso del destino. Estoy enamorado de esta verde tierra; del rostro de la ciudad y del rostro del campo; de las inefables soledades rurales y de la dulce protección de las calles. Levantaría aquí mi tabernáculo. Me gustaría detenerme en la edad que tengo, perpetuarnos yo y mis amigos; no ser más jóvenes, más ricos o más apuestos. No quiero caer en la tumba como un fruto maduro. Toda alteración en este mundo mío me confunde y me desconcierta. Toda situación nueva me asusta. El sol, el cielo, la brisa, las caminatas solitarias, el verdor de los campos y los deliciosos jugos de las carnes y los amigos y la copa cordial y la luz de las velas y las conversaciones junto al fuego y las inocentes vanidades y las bromas y la ironía misma, ¿todo esto se va con la vida? ¡ Y vosotros, mis placeres de la noche, mis infolios ! ¿Habré de renunciar al intenso deleite de abrazaros?, ¿me llegará el conocimiento por un incómodo ejercicio de intuición y no ya por esta querida costumbre de la lectura». Charles Lamb, Elia, (1823).
«En el mundo celeste dispondrá de un ejército de mujeres y ni el fuego consumirá su miembro». Atharva- Veda, IV, 34, 2.
El Infierno
«El infierno existe, pero quizás está vacío». Hans Urs Von Balthazar, Tratado sobre el Infierno, (1961).
«¿Cómo sabes si la Tierra no es más que el infierno de otro planeta?». Aldous Huxley, Brave New World, (1932).
«Aterradora idea de Juana acerca del texto Per speculum in aenigmate: «Los placeres de este mundo serían los suplicios vistos al revés, en un espejo». León Bloy, Le vieux de la Montagne.
«Una anécdota cuyo protagonista es Buda declara que este sostuvo la existencia del Infierno contra un emperador chino que la negaba. La discusión fue larga y el emperador se enojó. Le causaba indignación que su interlocutor lo contradijera. Acabó por insultar a Buda. Este le dijo, sin perder la serenidad: «El Infierno existe y estás en él». Alexandra David-Neel, Le bouddhisme.
«Su cuerpo, un radiante rubí de sangre, Con noble pasión, Lucifer, de alma solar, Recorrió colosal al amanecer, rápido, oblicuo, El imbécil perímetro del Edén… Él bendijo lo que no existía con cada maldición, Y salpicó de dolor la torpe alma del buen juicio, Exhaló vida en el universo estéril, Con Amor y Conocimiento echó a la inocencia. La Clave al Goce es la desobediencia». Aleister Crowley, Himno a Lucifer.
«He pensado que algún día me llevarías a un lugar habitado por una araña del tamaño de un hombre y que pasaríamos toda la vida mirándola, aterrados». Dostoievski, Los poseídos, (1871-2).
«Después de nuestra muerte, la conciencia emerge alarmada a un vacío expectante. Poco a poco, horribles criaturas lo pueblan. Advertimos luego que estamos suministrando las formas y los actos que allí ocurren: las horribles criaturas son el producto de nuestro pavor. Para los que están en el Paraíso esa fantasmagoría- no menos real que el mundo de los vivos- es dócil. Estar en el Infierno es padecerla en ilusoria impotencia, como en los sueños. Finalmente, dejamos el tejer de los sueños, y …». E. Soames, Negations, (1889).
Del Infierno y del Cielo
El Infierno de Dios no necesita
el esplendor del fuego. Cuando el Juicio
Universal retumbe en las trompetas
y la tierra publique sus entrañas
y resurjan del polvo las naciones
para acatar la Boca inapelable,
los ojos no verán los nueve círculos
de la montaña inversa; ni la pálida
pradera de perennes asfódelos
donde la sombra del arquero sigue
la sombra de la corza, eternamente;
ni la loba de fuego que en el ínfimo
piso de los infiernos musulmanes
es anterior a Adán y a los castigos;
ni violentos metales, ni siquiera
la visible tiniebla de Juan Milton.
No oprimirá un odiado laberinto
de triple hierro y fuego doloroso
las atónitas almas de los réprobos.
Tampoco el fondo de los años guarda
un remoto jardín. Dios ni quiere
para alegrar los méritos del justo,
orbes de luz, concéntricas teorías
de tronos, potestades, querubines,
ni el espejo ilusorio de la música
n¡ las profundidades de la rosa
ni el esplendor aciago de uno solo
de Sus tigres, ni la delicadeza
de un ocaso amarillo en el desierto
ni el antiguo, natal sabor del agua.
En Su misericordia no hay jardines
ni luz de una esperanza o de un recuerdo.
En el cristal de un sueño he vislumbrado
el Cielo y el Infierno prometidos:
cuando el juicio retumbe en las trompetas
últimas y el planeta milenario
sea obliterado y bruscamente cesen
¡oh Tiempo! tus efímeras pirámides,
los colores y líneas del pasado
definirán en la tiniebla un rostro
durmiente, inmóvil, fiel, inalterable
(tal vez el de la amada, quizá el tuyo)
y la contemplación de ese inmediato
rostro incesante, intacto, incorruptible,
será para los réprobos, Infierno;
para los elegidos, Paraíso.
Jorge Luis Borges, Poemas, (1954).
Bolches yarboclos, batman