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Demetrio Macías batalla con vehemencia y armado con un fusil en su mano, aunque en cada disparo que percuta, no entiende con certeza cuál es la causa de su peregrinar revolucionario en la novela Los de Abajo, del escritor mexicano Mariano Azuela, publicada en 1916.

La historia comienza en el municipio mexicano de Juchipila, en el Estado de Zacatecas, donde el campesino Demetrio Macías mantiene conflictos con un cacique. La causa revolucionaria empieza cuando el caique utiliza federales para atacar a Macías, pero él y sus amigos resisten al ataque. De allí en adelante Demetrio Macías se convierte en un caudillo logrando conformar un numeroso séquito que recorrerá distintos puntos del país. Se les une Luis Cervantes, un médico y periodista que ve en Macías el mensaje de la revolución, aunque a medida que la relación se estrecha, el Curro (como lo denominará el ejército revolucionario) se da cuenta que esta hueste contestataria nunca entendió muy bien el porqué de la lucha.

El argumento de la clásica novela pareciera ajeno a los hechos contemporáneos, pero el libro de Azuela me hizo recordar muchísimo a lo que ocurrió el pasado jueves 15 de agosto en las inmediaciones del Museo Nacional de Bellas Artes. En su frontis se desarrollaba el concierto aniversario del grupo chileno Los Jaivas, cita que congregó a más de 60 mil personas en el Parque Forestal y calles aledañas. En ese contexto, un desconocido (o un grupo de desconocidos) ingresó al Museo de Arte Contemporáneo logrando sustraer dos obras de arte, las que –afortunadamente– ya fueron devueltas.

Hace algunos años, en la maravillosa exposición que el Museo Nacional de Bellas Artes trajo a Chile de Rodin, un estudiante de arte se robó una escultura y la dejó abandonada en las cercanías del museo. Su argumento fue enfático: demostrar la fragilidad e inseguridad en la que se encuentran las exposiciones en Chile.

No quedan muy claras las motivaciones del robo. Lo primero que pensé es que el acto obedecía más bien a una reacción eufórica tras el recital (el argumento de la novela apela al cambio de las mentalidades colectivas, el llamado efecto masa). No es de extrañar que el autor haya visto la oportunidad de ingresar al museo llevándose un buen recuerdo del recital arrastrando consigo a un séquito de seguidores que emularon su acto por el sólo hecho de estar entre la multitud. Pero después tuve la sensación (y me inclino más por este argumento) que el hecho obedece más bien a una especie de boicot contra la exposición. Debo confesar que me encuentro en el frágil terreno de las especulaciones. Así como Luis Cervantes le preguntó a un dubitativo Demetrio Mecías cuál era la causa de la lucha, me pregunto en este instante cuál fue la motivación para robar dos obras arte.

Hace algunos años, en la maravillosa exposición que el Museo Nacional de Bellas Artes trajo a Chile de Rodin, un estudiante de arte se robó una escultura y la dejó abandonada en las cercanías del museo. Su argumento fue enfático: demostrar la fragilidad e inseguridad en la que se encuentran las exposiciones en Chile. La noticia no tardó en recorrer el mundo y los organizadores franceses no deben haber quedado muy contentos con la experiencia. El hecho, en todo caso, marcó un precedente y querámoslo o no, el estudiante tenía razón.

En el caso de los cuadros de  Damián Hirst (perteneciente a la colección personal de Juan Yarur, un excéntrico millonario chileno) el robo se efectuó cuando el museo se encontraba cerrado. El análisis policial habrá que dejárselo a las policías y la justicia (si es que a estas alturas, en Chile, se le puede denominar de esa forma), pero lo que interesa  analizar son dos aristas que se abren con este caso.

El primero de ellos obedece a entender lo frágiles y precarios que son los museos en Chile. Sorprende que las muestras importantes que se traen al país se encuentren en vitrinas blindadas, con sistemas de seguridad estrafalarios que de poco y nada sirven. Esto nos habla de un nivel cultural y social que al parecer nos estamos acostumbrando y que insinúa un efecto disuasivo o, visto de otro modo, represivo en el momento de enfrentarnos a una obra de arte. En países de Europa y Estados Unidos, las obras parecieran estar al alcance de la mano y, sin embargo, a nadie se le ocurriría robárselas; pero seamos justos, esto de robar obras sucede en todas partes. Incluso en Chile. Lo cierto es que nuestros museos carecen de recursos estatales, sobre todo los regionales, así que urge encontrar alguna solución a ese tremendo problema.

Y hay otra arista no menos importante que es el del comportamiento cívico en una exposición. Está en nuestras manos educar a nuestros hijos para que se comporten cuando estamos frente a una escultura o un cuadro. Me ha tocado presenciar escenas desagradables de niños tocando imprudentemente cuadros, mientras sus padres parecen alabar tales acciones.

No quisiera ser pesimista, pero si no valoramos al arte como tal, si no nos comportamos de manera civilizada frente a las expresiones artísticas seguirán sucediendo este tipo de situaciones; continuarán robándose obras de arte desde nuestros precarios museos; ocurrirán más boicots en contra de excéntrico millonarios que desean compartir sus colecciones personales con el pueblo y, lo peor de todo, no sabremos cuál era la causa de robar una obra de arte. Así como Demetrio Macías dijo:

–Mire: a mí no me haga preguntas, que no soy escuelante… La aguilita que traigo en el sombrero usté me la dio… Bueno, pos ya sabe que no más me dice: “Demetrio haces esto y esto y esto… ¡y se acabó el cuento!”

 Ilustración: Alan Robert Haug