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El presente artículo estudia la obra La puerta en el muro de Herbert George Wells, y su vinculación con las reflexiones filosóficas en torno al límite. Su intento es identificar las situaciones vividas por Lionel Wallace en que se manifiesten actitudes relacionadas al límite o interdicto y analizar las implicancias filosófico-literarias expuestas en el relato mediante los intentos por la deslimitación que en él se suscitan. Se destacan además, reflexiones realizadas por el filósofo Cristóbal Holzapfel en torno a lo limítrofe y al límite escurridizo que se da entre filosofía y la literatura, apoyándose en las perspectivas de otros pensadores contemporáneos como lo son Georges Bataille y Jean Baudrillard.

Nuestra vida está francamente delimitada. Debemos guardar una serie de convenciones sociales que nos limitan e impiden encontrar placer en lo que realmente deseamos. El límite se hace parte sustancial de nuestras vidas, pues somos, en su mayoría, seres limitados que buscamos alcanzar en algún momento el flujo del continnum, es decir, dejar de lado nuestra discontinuidad ontológica para ir más allá, trascender en el tiempo, alcanzar la iluminación o algo que parece más sencillo aún, la felicidad. Cristóbal Halzapfel lo reafirma: “Existimos en un mundo enteramente delimitado. […] Si decimos ‘límite’ aludimos con ello también a una discontinuidad, y entonces el asunto está en el grado de independencia que estipulamos de ésta con respecto al continnum que pertenece, llámese éste materia-energía, flujo, ser o devenir.”[1]

Los límites se van adquiriendo paulatinamente mediante la internalización de la realidad por socialización y en este sentido Berger y Luckmann[2], plantean dos etapas[3] en que el individuo adquiere una serie de significados que van moldeando su carácter y la capacidad de decisión y elección.

Las posibilidades de escapar de estas delimitaciones tienen en cierto modo relación con nuestra edad. Es así como a medida que vamos creciendo los límites nos comienzan a desagradar y es necesario en un acto de rebeldía ir borroneando sus contornos, descubriendo y reconociendo lo que está más allá de lo que se encuentra fijado por convención y reconocido como límite adecuado. Esta contención de las posibilidades deslimitadoras permite que se produzcan determinadas actitudes ante ellas que pasaremos a nombrar:

La primera que aprendemos es la actitud delimitadora, es decir, la que nos proveerá de seguridad y estabilidad. El ser humano parece necesitar de esta actitud para fijar límites estables le permitan uniformidad de criterios y acción, algo así como igualdad de condiciones, deberes y derechos. Posteriormente vendrá la deslimitación, la búsqueda de lo que está más allá y que necesitamos conocer.

Según Eugenio Trías “Somos entes esencialmente fronterizos y nuestro lugar, siendo cabe la frontera, nos hace estar siempre en la tentativa de traspasarla”

También se presentan actitudes que van en busca de objetivos que escapan de lo cotidiano y que, por lo tanto, son menos comunes de observar. A estas actitudes se les denomina actitudes de desmarcaje, de translimitación e Ilimitación y es precisamente esta última, la ilimitación la que tendrá mayor incidencia en la vida del protagonista de La puerta en el muro, Lionel Wallace, quien vivirá una situación de ilimitación que lo mantendrá hechizado por el resto de sus días y que, finalmente, le llevará a dar un paso definitivo en la búsqueda del flujo del continuum o infinito.

El flujo del continuum consiste en el “reconocimiento de la fragilidad, y por decirlo así, de lo insustancial que es a fin de cuentas cada ente, cada fenómeno, cada unidad, con su delimitación, su demarcación, y esto supone a la vez reconocer e insistir no sólo sobre su integración, sino incluso disolución en el todo, en la plenitud, en el flujo del continuum[4]”.

 

La Puerta en el Muro como Interdicto

En el cuento La puerta en el muro de H. G. Wells, podemos observar la preeminencia de una actitud delimitadora en las vicisitudes de Lionel Wallace a lo largo de su relato.

Mediante una situación fortuita este personaje se delimita producto de una situación límite experimentada en su primera infancia, situación que lo llevará insospechadamente y sin proponérselo cerca de la ilimitación, es decir, la antípoda del límite.

Lionel Wallace es un hombre que lleva una vida miserable en lo existencial, debido a la falta de decisión frente a una esquiva puerta verde que aparece y desaparece de su vida por más de 30 años, pero que él sólo ha sido capaz de trasponer en una ocasión; en su infancia, experiencia suficiente para generar en él un deseo culpable, una sensación de despilfarro de la felicidad que dará origen a una narración fantástica y desoladora de lo que los límites y sus variables hacen al ser humano.

Es verdad que he sido negligente… No lo niego; pero… No es una vulgar historia de aparecidos lo que me subyuga, no… En fin, es un secreto extraño y difícil de confesar… ¿Quieres oírlo? Estoy hechizado… Un sortilegio funesto se ha apoderado de mí y nubla mi vida, llenándola de deseos que nunca podrán satisfacerse. (Pág. 67)

A sus cuarenta años, Lionel tiene aspiraciones insaciables, como si entre su persona y el mundo hubiesen elevado una muralla que le impide disfrutar de sus logros, de sus conquistas. Es en este punto, con esta visión triste, fastidiosa y estéril, que Lionel Wallace comienza a narrar con lujo de detalles sus experiencias ante la puerta en el muro.

Su primer recuerdo es a temprana edad. Sin embargo, en su infancia queda de manifiesto que los límites no estaban lo suficientemente demarcados, su inteligencia hacía de él un niño que comprendía antes de tiempo, transformándolo en un pequeño autosuficiente. Su madre, fallecida cuando él tenía apenas dos años, lo dejó bajo el resguardo de su padre, un legislador que no poseía del tiempo necesario para dedicarle una atención constante. Esas condiciones son la que llevan al pequeño Lionel a deslimitarse tan fácilmente a temprana edad “por estas circunstancias, según colijo, debió el niño, harto de su vida monótona, arriesgarse a dar un paseo solo, a la aventura.”

De esta aventura, surge una vertiginosa transgresión de los límites al pasar por la puerta y entrar en el maravilloso jardín. Aún consciente de que la situación a la que se enfrenta es anómala y que de parte del padre obtendría cuestionamientos si se enterara de su osadía ante lo desconocido, Lionel se acercará a una sensación de infinita felicidad que le dejará una huella profunda en su consciencia, sumergiéndolo en una constante delimitación a modo de defensa de lo que cree es realmente lo correcto, pese a terminar sus días completamente arrepentido de tanta delimitación absurda y gratuita.

Es interesante ver cómo esta situación vivida por nuestro protagonista se asimila a la descripción que Cristóbal Holzapfel hace del pensamiento del filósofo francés Georges Bataille, quien entiende y explica los límites desde el erotismo, como interdictos necesarios de transgredir para alcanzar la deslimitación y fluir en el continuum[5].

Conocer la descripción que Lionel Wallace hace de la puerta en el muro tiene mucho sentido, pues así, con las mismas características, se presentará una y otra vez en su vida, aparece de manera arbitraria en el momento que menos lo espera y con una intermitencia que le impide prepararse para la decisión de transponerla definitivamente. En otros términos, la puerta se convertirá en el interdicto necesario de transgredir para alcanzar la ilimitación.

-Una enredadera de flores rojizas recubría el muro, y la nota carmesí de las flores que dominaba la caliza blancura domina también en mi recuerdo, donde queda la certidumbre de que la puerta era de color verde y de que había ante ella una acera salpicada de anchas hojas de castaño recién caídas y amarilleadas ya por el otoño, este pormenor me indica que mi primera visión fue en octubre: todos los años observo los castaños y no hay error posible. Debía tener entonces cinco años y cuatro meses… También estoy seguro. (Pág. 69-70)

El deseo está presente en la decisión de ingresar por la puerta. Es el erotismo que menciona Bataille, la necesidad de traspasar el límite y alcanzar la transgresión o extralimitación e ingresar a un mundo de ensueño.

Una sensación de encontrar lo desconocido, fuera de los límites convencionales, amplificada por la certidumbre de que el padre se molestaría por su actuar, muestra la pugna entre la limitación y deslimitación en un niño de 5 años y al atreverse a entrar por la puerta verde, el sujeto no sólo ingresa a un mundo desconocido y fascinante, sino que se extralimita dejando atrás el interdicto. Lo ha sobrepasado y de esa decisión se procederá a una nueva delimitación de su realidad. Extralimitarse le brindó un nuevo aire, algo vivificador, la levedad y la alegría.

El encontrarse en un jardín inmenso, sin límites, llevó a Lionel a experimentar la sensación de hallarse en un lugar conocido, “al que se vuelve tras una ausencia prolongada” Aquí la extralimitación da paso a una ilimitación que en primera instancia parece ser hacia el macrocosmos. Sin embargo, al mencionar que es un retorno a un lugar en el que se ha estado en algún momento remoto de la existencia, otorga sentido al origen, al infinito hacia el microcosmos.

Schopenhauer propone su peculiar memento mori al plantear que “la voluntad de vivir que determina a todo lo viviente, al convertirse en voluntad de morir, prepara su inserción en la plenitud de la voluntad universal, de donde, por lo demás también proviene”. Por lo tanto, la ilimitación hace que Lionel olvide sus límites anteriores, los que tenía del otro lado del muro; simplemente ya no existen en el ahora. Su voluntad de vivir le es intrínseca, pero poco a poco será la plenitud de la voluntad universal o la sensación de infinito lo que marcará su vida inconsciente, hasta que hacia el final del cuento se haga completamente patente el momento mori.

Apenas sus ojos infantiles vieron el muro y la puerta, una emoción insólita, una atracción, un deseo de abrirla y pasar a través de ella, nacieron en su alma con la idea clarísima de que era peligroso y culpable ante la tentación. Ni un instante dudó en que la puerta pudiera abrirse[…] Otra certidumbre invadió al mismo tiempo su conciencia: la de que su padre se incomodaría mucho si él abría aquella puertecita y entraba[…] Allí se detuvo, fingiéndose a sí mismo un interés extraordinario hacia aquél escaparate, pero mirando con los ojos de su alma, ávidos de apasionado deseo, la puertecita verde que quedara detrás[…] echó a correr, abrió de un empujón la puerta, que volvió a cerrarse tras su paso, y se encontró en menos de un minuto dentro del jardín cuyo recuerdo debía obsesionarle toda la vida. (Pág. 71-72)

La descripción que hace Lionel Wallace, es a todas luces, similar a la del Edén. Se trata de un jardín hermoso, extenso, en el que la mano y simetría de un jardinero no se encuentra presente, además, quienes lo habitan parecieran estar bajo un estado de paz y tranquilidad supremos. Hasta los animales en él son mansos y juguetones. Todo en aquel jardín invita a la contemplación, a la infinitud, a la ilimitación.

De seguro Lionel hubiese continuado en su interior de no ser por una mujer que le muestra un libro en el que aparece su vida en tres dimensiones, como si pudiera verla mientras los hechos suceden. Sus cinco años vistos en un libro, hasta el momento previo al ingreso por la puerta. Sin embargo, en la última página se ve fuera del jardín nuevamente y la sensación de desamparo lo estremeció. Ya no podría continuar en aquel lugar que le resultaba familiar y placentero, ese paraíso parecía vedado para él.

-Había hasta en el mismo aire que se respiraba al trasponer la puerta algo muy fluido; algo vivificador que comunicaba a los seres y a las cosas una impresión de levedad y de tranquila alegría. Todo en el jardín presentaba un aspecto risueño, inmaculado, sutilmente luminoso. Y el ánimo sentía un júbilo suave, exento hasta del menor temor […] Nada había en el maravilloso jardín que no fuera bello, acariciador, penetrante […] ¿Qué si era muy grande? Sólo recuerdo que se extendía hacia todos lados muy lejos, y que en la distancia percibí la elevación de unas colinas, sin imaginar por virtud de qué misterio aquel inmenso parque había venido a encerrarse en la estrechez del barrio de West Kensington. Mi impresión dominante fue la de hallarme no en un lugar desconocido, sino en un lugar al que se vuelve tras una ausencia prolongada. (Pág. 72-73)

Así continúa la narración en que Wallace le cuenta a Raimundo los detalles de lo que sugiere, es el Paraíso. Sin embargo, por una razón que desconoce, sale de aquel jardín a enfrentarse a su vida opaca y triste. Lamentablemente, esta ilimitación es momentánea.

Lionel se retracta por la nueva delimitación de la que es víctima una vez que deja el jardín detrás del muro. El cuestionamiento paterno a la veracidad de su relato y el castigo por desaparecer sin aviso terminan por negar, en aquella mente de niño, el paso hacia la infinitud y es así como durante años Lionel vivirá con menos libertad, con mayores límites impuestos y autoimpuestos a pesar de querer retornar al jardín en donde la sensación de infinito le llenó el alma.

-Me sentí abrumado de tristeza, desterrado del vergel luminoso en la tierra áspera donde sería preciso vivir ya para siempre. Y a medida que comprendí mejor lo que me acababa de pasar, una pena infinita me invadió, me saturó. (pág. 80)

 

La Seducción como Fuente de Sentido

Años más tarde, Lionel Wallace, aún estando en el colegio y producto de un juego llamado “paso del noroeste”, en que se elegía un camino arbitrario para llegar al colegio puntualmente, demuestra nuevamente la necesidad de romper con lo establecido en una búsqueda deslimitadora que permita variar la monotonía del límite. Gracias a esta exploración de nuevas posibilidades es que Lionel descubre, con sorpresa, nuevamente la puerta verde en el muro blanco, al fondo de un callejón que parecía sin salida. De modo que lo vivido en su primera infancia no era un sueño. Las panteras, los niños, la muchacha rubia y la mujer morena estaban detrás de aquella puerta. En esta ocasión, Lionel Wallace tiene mayor conciencia de sus decisiones y menciona la diferencia que existe entre la primera vez que se enfrenta ante la puerta y ésta, que marcará un límite en su vida y en sus emociones posteriores.

Este segundo hallazgo de la puerta verde marca para mí el límite exacto entre la vida laboriosa del estudiante y el vagar del niño. Y esta segunda vez no pensé ni un instante en apartarme de mi camino. Figúrate la situación: mi mente estaba ocupada por la idea de llegar a tiempo a la clase para no estropear mi reputación de puntualidad… (Pág. 86)

Lamentablemente para Lionel, fijar este límite ante la puerta verde se convertirá en un problema insoluble en su vida, dado que la puerta no aparece a voluntad. No obstante, el protagonista ya entiende que al traspasar la puerta se enfrentará ante la sensación de infinito y retornar a lo cotidiano le será imposible debido, principalmente, al bienestar que le otorga ese mundo.

El traspasar la puerta implica infinitud en una dimensión no conocida, una infinitud que le atemoriza, pero que le seduce potentemente. Y en relación a esto, podemos decir que la seducción se transforma en una fuente ilimitada de deslimitaciones al enfrentarnos a la posibilidad de ir más allá de lo que nos limita. Y lo que nos limita, son las fuentes persistentes de sentido, como la familia o el trabajo. Por lo tanto, serán las fuentes ocasionales de sentido, centradas en la seducción, las que nos llevan a tomar decisiones que producen en el menor de los casos una deslimitación.

Pero sí la seducción es potente y se hace cada vez más irresistible, se dará paso a las extralimitaciones, como lo que provocó que Wallace ingresara por la puerta verde. Estas sensaciones de ilimitación que en ocasiones nos asustan, hacen que respondamos blindándonos con límites nuevos aún más restringidos, y esto debido a lo extraño y placentero de las sensaciones.

Al llegar a los cuarenta años Lionel comienza a sentir culpa de no haber ingresado cuando pudo al jardín, se da cuenta del engaño que él mismo ha generado en su entorno, se ha creado un sentido falso para continuar adelante e ignorar lo que le seduce.[6]

– Las recompensas inventadas por los hombres comenzaban a no compensarme de la fatiga de vivir, y sólo un deseo se mantenía vivo en mi ser mientras iban muriendo los demás: el de entrar de nuevo en mi jardín, el de volver siquiera una vez, sólo una vez… (Pág. 97)

Para Lionel Wallace el temor a la infinitud lo llevará a desechar la posibilidad de ser feliz, ya que sabe que en aquel jardín no hay lugar para infelicidad y finalmente, decide por una nueva delimitación con sus fuentes persistentes de sentido.

Será el prestigio de la puntualidad, el sentido que recrea para evitar la ilimitación, es decir, se crea una mentira, una justificación, aún sabiendo que aquella felicidad terrenal no tiene comparación con lo que existe detrás de la puerta verde que lo seduce. En este punto también comprenderá que aquella posibilidad no se puede buscar, que es imposible hallarla a voluntad, que la ilimitación es caprichosa y requiere del desmarcarse de lo habitual, de lo que parece importante. En otros términos, salir de los límites, crear nuevas coordenadas delimitadoras o simplemente entregarse a la trascendencia como translimitación o a la ilimitación como fuente de infinitud.

– Ni entonces ni más tarde, cuando traté de encontrarlo solo, lo pude hallar… No lo hallé nunca voluntariamente, y me parece ahora que durante todos los años de colegio no cesé de buscarlo, aunque sin confesármelo. (pág. 90)

-No volví a entrever la puerta hasta los diecisiete años. Por tercera vez se presentó a mi vista un día que iba en coche a la estación […] Golpeé los cristales del coche y saqué el reloj al mismo tiempo; el cochero, volviéndose, preguntó: “¿Quería algo el señor?”, y yo repuse: “No, gracias… No había contado con la hora… Siga, que voy a llegar tarde” y el caballo aceleró el trote […] “Si me hubiera detenido –me decía- , no habría ganado la beca y no tendría el porvenir brillante que se me abre ahora; pero… En fin, he hecho bien: no cabe duda de que empiezo a ver las cosas de una manera práctica, sin dejarme arrastrar por las fantásticas inclinaciones…” Y para consolarme me decía: “La puertecita verde quizás esté para siempre cerrada, pero otra puerta más ancha y menos misteriosa –la de mi porvenir- acaba de abrirse de par en par con la llave de mi voluntad y de mi aprovechamiento”. (Pág. 93-94-95)

Cuatro veces más tendrá Lionel Wallace la ocasión de encontrarse frente al muro blanco con la puerta verde y siempre encontrará excusa, en alguna limitante, para no entreabrir aquella puerta. Aún teniendo la certeza de que el pestillo cedería sin problemas ante la presión de su mano.

La puntualidad fue el factor determinante, puntualidad que Wallace termina por reprocharse. Sabe que dejar pasar la oportunidad de ingresar al jardín es perderla hasta que la providencia se la presente nuevamente “el jardín mágico era uno de esos lugares que sólo se halla cuando no se le busca”.

-Tres veces en un año la puerta se me había ofrecido… La puerta que lleva a la paz, a la dicha, a la belleza no igualada siquiera en sueños, a la bondad inasequible en la tierra; y como he desaprovechado tantas ocasiones, Raimundo, la puerta ha desaparecido para siempre.
-¿Cómo sabes que no se te volverá a aparecer?
-¡Estoy seguro…,seguro!… Ya no me queda más que confinarme en las obligaciones estúpidas que me han hecho desperdiciar las tres ocasiones postreras. ¡Y dices que al fin he llegado, que he tenido éxito!… ¡Cuán vulgar y fastidioso es ese éxito que tantos envidian! ¿Ves esta nuez que trituro entre mis manos? Pues igual trituraría mi éxito: ¡así, así!… (Pág. 102)

– El cadáver de Wallace apareció ayer en la mañana en una profunda zanja cerca de la estación del Este, en Kensington. Habían excavado allí varios pozos con motivo de la unión de dos líneas del tranvía subterráneo, cercándolos con una alta empalizada de madera, donde, para dar entrada y salida a los obreros, colocaron una puertecita, que por olvido del capataz debió quedar abierta aquella noche, permitiendo a Wallace entrar en el recinto y caer. (Pág. 103-104)

 

Como se ha logrado apreciar La puerta en el muro es un cuento que se presta con facilidad a la interpretación filosófico-literaria en torno al límite.Existe claramente en todo el cuento un interdicto, como le llama Bataille al límite, que es la puerta que separa a Lionel del jardín maravilloso.

Una vez que conoce lo que es estar en el continuum, Lionel desespera por regresar, pero su discontinuidad es más poderosa, lo va aislando en las fuentes persistentes de sentido a pesar de lo seductora que le resulta la idea de pasar el interdicto, o atreverse a extralimitarse y transgredir sus propios límites. Lionel no se atreve, pues lo sabe, a la disolución con un todo, con el retorno al inicio, a un infinito, al flujo del continuum.

Para lograr vivir más de treinta años soportando la seducción de entrar por aquella puerta, cuando se le presente la oportunidad, Wallace ha debido producir sentidos a su vida, fractalizar la realidad para explicarla, controlarla y dominarla. Sin embargo, y a pesar de ello, su vida no tiene sentido sin la ilimitación, sin esa sensación de infinito que vivenció en el jardín.

La puerta en el muro tiene un fuerte componente filosófico en su narrativa. Las preguntas que se abren a respuestas no menos filosóficas, trascendentales, hacen de este cuento un ejemplo completo de lo que Cristóbal Holzapfel intenta demostrar con sus Reflexiones Filosóficas en torno al límite. Y en este caso, el pasadizo que existe hacia la ilimitación del Ser y su paso al continuum que es lo que todos en su mayoría buscamos, la unión al infinito o cómo se llame lo que nos conmueve y da felicidad, lo supremo para nuestra ideología.

 

Bibliografía
– HOLZAPFEL, CRISTÓBAL. Reflexiones filosóficas en torno al límite. (y al límite
escurridizo entre filosofía y literatura) Clase inaugural para el año académico 2011 de Filosofía de la Universidad de Chile.

– BERGER, Peter; LUCKMANN, Thomas. La construcción social de la realidad, 1966.
Amorrortu editores, 255 pp.

http://www.opuslibros.org/Index_libros/Recensiones_1/berger_rea.htm

[1] Cristóbal Holzapfel. Reflexiones filosóficas en torno al límite. (y al límite escurridizo entre filosofía y literatura) Clase inaugural para el año académico 2011 de Filosofía de la Universidad de Chile.

[2] BERGER, Peter; LUCKMANN, Thomas. La construcción social de la realidad, 1966. Amorrortu editores, 255 pp. http://www.opuslibros.org/Index_libros/Recensiones_1/berger_rea.htm

[3] Socialización primaria
– Internalización: aprehensión o interpretación inmediata de un acontecimiento objetivo en cuanto expresa significado. Constituye la base para la comprensión de los propios semejantes y del mundo en cuanto realidad significativa y social.
– Socialización: Inducción amplia y coherente de un individuo en el mundo objetivo de una sociedad o en un sector de él.
La socialización primaria es la primera por la que el individuo atraviesa en su niñez.
Socialización secundaria
Es la internalización de submundos institucionales. Su alcance y su carácter se determinan por la complejidad de la división del trabajo y la distribución social concomitante del conocimiento. Es la adquisición del conocimiento específico de roles, estando éstos directa o indirectamente arraigados en la división del trabajo.

[4] Cristóbal Holzapfel. Reflexiones filosóficas en torno al límite. “Pensadores de la des-limitación”

[5] Somos individualidades discontinuas, y esa discontinuidad de cada cual está demarcada no sólo espacio-temporalmente, sino también por nuestras capacidades, convicciones, en definitiva, por nuestras respectivas concepciones de mundo. Y esta demarcación variada de nuestra discontinuidad Bataille la presenta como inrterdicto, queriendo decir con ello que son ciertas prohibiciones las que nos delimitan y también nos protegen y amparan.
Pues bien, el erotismo se expresa al modo de un transgredir esos interdictos, lo que nos permite fluir en un continuum. Esta inserción, esta suerte de hacerse uno con el flujo o continuum se da no únicamente en términos de una fusión con otro ser humano, sino para el artista con su tema, para el místico con Dios, y así en diversos ámbitos.
Lo que le da, desde esta perspectiva, una particular relevancia al límite, es que precisamente acontece el erotismo en la medida en que hay algún interdicto que transgredir, lo que en definitiva lleva a Bataille a sostener en términos extremos, y ciertamente con un carácter dialéctico, que el interdicto es la transgresión.

[6] Podemos decir que el mundo es ante todo el mundo de la producción, la cual en definitiva es producción de sentido. Pues bien, podríamos decir en primer lugar que seduce lo que la producción no logra explicar, dominar o controlar, es decir, seduce lo que está allende los límites que conlleva toda explicación, dominio o control. Es más, lo que alimenta, inquieta y vivifica la producción es precisamente la seducción, en cuanto es lo que la hace avanzar y conquistar nuevos espacios. Con Baudrillard, agregaríamos que ello lleva al final a la producción al precipicio, y más que extraviarse, diríamos fractalizarse en la hiperrealidad, en una realidad que escapa a todo control del sujeto, que, por lo mismo, acaba desarrollando “estrategias fatales”.

Ilustración: Garden of the Mind, de Davide Brusa and Leonardo Dentico.