De un montón de polvo de cronopio tirado sobre la mesa del viciado comedor, sale una raya que corre por la plancha de pino y baja por una pata. Solo basta mirar bien para darse cuenta que la raya continúa por el piso de parqué desgastado de la cochambrosa habitación de ventas, remonta por la pared descascarada y entra en la reproducción pegada con cinta de un fotograma de Scarface, con un Al Pacino en blanco y negro, ojeroso y herido a traición, apuntando a un interlocutor dispuesto a morir por la patria.Dibuja toda la silueta del brazo extendido de Tony Montana hasta alcanzar la punta de la enorme pistola para salir despedida como una bala de cristal hasta la calle y la medianoche.
Ahí afuera es difícil de seguirla a causa del tránsito de la avenida Collins, pero si se presta especial atención se la verá subir por la puerta de un Chrysler hecho mierda que aguarda en la esquina con la 71st. El conductor que esperaba enciende el motor y media hora más tarde, bajando por Harding ave. hasta South Beach, se adentra en una zona bastante sórdida cerca del Flamingo Park.
Allí se apea del coche (guiñándole un ojo al que conduce) por la media de nylon del portador, al que le sudan copiosamente los pies, la frente y las pelotas; rampa y repta y zigzaguea atravesando todos los cuerpos muertos que se esparcen sobre el verde y oscuro y húmedo césped del parque mal iluminado, llega a la salida de Jefferson y allí (pero es muy difícil verla, solo las ratas de la noche la siguen a esta altura) sube los quince escalones hasta la segunda planta del edificio condominio y rápidamente se escabulle por debajo de la puerta del número 5.
Ya en su interior, viborea por los rayos herrumbrados de una bicicleta en desuso apoyada contra la pared. Sortea los obstáculos que se le presentan distribuidos por todo el suelo de alfombra gastada y quemada por las colillas de los cigarrillos, y de un trompicón cae sobre la mesita baja, sobre el espejo de mano tendido, donde un triste joven escucha una triste canción y bebe wisky JB de un vaso sudoroso y semi-vacío que deja a un costado para peinarse una raya de cronopio con su tarjeta del Blockbuste. La raya le sube disparada como una aniquiladora bomba anfetamínica por el cañito de acero niquelado que se mete en la nariz hasta el bobo cerebro, atravesándole la cabeza de sien a sien y de norte a sur y aniquilándole todo vestigio de cordura neuronal y de sentimientos de culpa por haber matado a toda esa gente esa misma tarde en el parque.
Ilustración: Feminist, de Alex Hudiakov.