Por un lado, el día a día de un entorno familiar en el que una voz busca su espacio. Por otro, un retraimiento radical en que lo inconsciente y lo social configuran la normalidad y cualquier promesa de autonomía. ruido blanco no es una canción biográfica de emociones vaciadas, sino música obstruida de un vórtice subjetivo que absorbe y compacta ambos planos. El intérprete opera horadando la familiaridad. Desajusta y agujerea la sintaxis habitual de la representación, e instaura un forado de silencio en que la palabra, desplazando los bloques alterados, construye un “monumento plegable” en que “otro porvenir en penumbra” se despliega. La construcción de este instrumento permite diferir constantemente el lugar común, mientras que la escritura del poema, en tanto, abre un espacio en que lo propio se sobrepone al “amor en exceso [que] lo recubre todo” mediante el arrastre lúcido y oblicuo de todo tipo de huellas.
Christian Anwandter
remembranzas espías del futuro
rompen el cristal la piel
monstruosamente quieta
en la respiración
de este lado
del marco
su hedor impronunciable
parecen solo palabras que perecen entremedio
de muebles gastados
una alfombra enrollada en la punta de la lengua
fuera de la fotografía
espera obediente que digan su nombre
una infancia tras otra
entre pantallas otras vidas
ajena al compás de la vida
soñaba un cuerpo
perfecto pero tieso
capaz de derrotar a un ejército
de juguete
mi deseo
amar como el envase
plástico ama a su mercancía
ese vacío me consuela
mientras el kiwi en un armario
yo también lo llené de patadas
ya no dura entre nosotros
pero su carne todavía mella
la consistencia de este memorial
por los dedos se desliza una apertura en la ventana
persistencia de astilla enterrada entre uñas
cierro los ojos para volver a ver un barrio hecho añicos
el vapor de la ruda empaña los lentes
fuera del rostro la mirada se marea