María Eugenia intenta descongelar un pedazo de lomo para servir en la cena. Quiere separar con un cuchillo las dos mitades que plegó el día que Javier hizo el asado, para que entrara en el freezer. Agarra el cuchillo con las dos manos como si fuera a sacrificar a su hijo primogénito y lo incrusta sobre la carne cristalizada. El lomo se estrella contra el piso, la tabla queda golpeteando contra la mesada y en la mano izquierda de María Eugenia hay sangre. No sabe qué pasó, cómo se cortó, qué movimiento hizo para terminar rebanándose un pedazo de mano, pero le duele mucho, le arde como si se hubiera quemado. No. Como si aún se siguiera quemando. María Eugenia trata de gritar, le sale un llanto entrecortado. Le duele tanto que desearía estar muerta.
¿Sos boluda, Maru? ¿Cómo te hiciste eso? Vení acá, Mostrame la mano que tengo que curártela.
Pará que estoy mareada.
Dale, no seas pendeja, vení que eso necesita atención.
No me aprietes la muñeca, ya voy, hacelo con cuidado por favor, que me duele mucho. No puedo más.
A ver, poné la mano debajo del chorro así veo qué tenés. Ahora sacala y apretate con el repasador que voy a traer el maletín del auto.
María Eugenia flexiona sus rodillas y se desliza contra la pared de la cocina. Va cayendo de a poquito, mientras mantiene la vista fija en el tacho de basura. Oye la televisión que quedó prendida. Javier estaba viendo el concurso de talentos. Ahora está en el auto, buscando el maletín que usa todos los días para ir a trabajar. Ese maletín se lo regaló ella hace años, ya tiene los bordes gastados.
Ahora, ¿cómo te hiciste semejante cosa?, ¿no podías esperar a que se descongelara solo?
No, no podía, quería tener todo listo antes de que te pusieras de mal humor. Y antes de que los chicos llegaran de rugby.
Ah bue… ahora la culpa es mía y de los chicos. ¿Vos no te cansás nunca de pasar facturas, no?
No, no te lo tomes mal. Es verdad, quería tener la comida lista porque me gusta que estés contento y que los chicos encuentren comida cuando llegan.
Los chicos pican algo en el club y a mí ya se me fue el hambre, ves. Y además tengo que seguir haciendo con vos el trabajo que hago todos los días en la guardia. Genial.
Bueno, Javi, disculpame, yo no quise…
No ya sé, disculpame vos. Tomate un ibuprofeno así no te duele.
María Eugenia va hasta el botiquín del baño. Vuelve con un ibuprofeno en la mano derecha, la que tiene sana.
¿Y ahora por qué llorás??
Nada, me duele, ya está.
¿Te pasa algo?
Mirá, el repasador está empapado de sangre. No va a salir esto.
Bueno, tiralo, Maru. ¿Estás llorando por un repasador?
Qué malo que sos cuando me pasa algo. ¿A los pacientes los tratás igual?
Uy estamos susceptibles…
Javier sale de la cocina y se sienta a mirar el concurso de talentos. María Eugenia abre la canilla y deja correr el agua un rato antes de poner el vaso debajo del chorro. Se mete el ibuprofeno en la boca y se traga el agua y la pastilla.
Voy a pedir comida, porque ahora no puedo cocinar. ¿Vos qué vas a comer?
Podés creer que este tipo todavía esté haciendo papelones en televisión. Cuando yo tenía trece ya era viejo.
María Eugenia deja el living y despega un imán de la heladera. Pide una docena de empanadas. Le va a salir una fortuna. Escucha cómo se ríe Javier desde el living. El tipo que hace treinta años ya era viejo está contando chistes. Está muy mareada pero no le dice nada a Javier porque sabe que se va a enojar. Camina despacio y se sienta junto a él en el sillón.
Esta propaganda del pajarito que taladra la cabeza de las mujeres no la entiendo. Es una pelotudez.
Para mí está buena.
Obvio, si a mí no me gusta…
Bueno, ¡no se puede decir nada! Por ahí no la entendés porque no sos mujer.
A ver, intelectual de la publicidad, explicame qué quiere decir la propaganda.
Bajá dos cambios, Javier. Si te molesto, me voy.
No, ahora quiero saber qué significa ese pájaro del orto.
No seas guarango, Javier.
No, me intriga en serio.
Bueno, quiere decir que a veces las mujeres no pueden tomar decisiones porque hay ideas fijas que les taladran la cabeza.
Aaaaaahhhh qué hallazgo. Vení, linda, dame un beso. Me encanta cuando te hacés la intelectual.
Pará un poco, me duele la mano.
La bocina del delivery eyecta a María Eugenia del sillón. Tiene que hacer dos viajes porque sólo puede usar una mano: toma el paquete, lo apoya en la mesada y vuelve a salir con la plata. Espera el vuelto y entra. La mesada todavía está manchada con sangre. Agarra un trapo y un poco de multiuso y se pone a limpiar mientras las empanadas se enfrían.
Dejá todo así, Maru. Mañana limpiamos.
Prefiero limpiar ahora. Esto es desagradable.
Bueno, yo empiezo con las empanadas, porque si no, las vamos a comer frías. ¿De nuevo estás llorando?¿Qué carajo te pasa?
Es que me voy a morir, Javier.
¿Qué decís? ¿Tanto baile por una mano lastimada?
María Eugenia sabe que se tiene que callar, que si habla ahora no va a haber vuelta atrás. Pero las palabras le salen de la garganta como piedras ásperas.
Es que Leandro está enfermo.
¿Quién?
¿Para qué querés que te lo repita? ¿No escuchás? Leandro.
¿Lo estás viendo?
No. Me llamó el otro día.
¿Y lo atendiste?
Sí, lo atendí.
¿Y qué quería?
Contarme que tiene algo, que le están haciendo estudios.
¿Algo de qué? ¿Cáncer tiene?
No sé qué tiene. Él no sabe todavía.
Y seguro te fuiste a cogértelo para consolarlo, ¿no?
Sos tan vulgar.
Ella es putita y yo soy vulgar.
Nunca me acosté con Leandro, Javier.
Ah, sí, de nuevo la misma historia. Yo soy el boludo que se cree todo.
Siempre te dije la verdad.
Mirá, querida, tus verdades me las paso por el quinto forro de las pelotas.
María Eugenia baja la vista hacia la mesada y mueve la mano sana que tiene todavía el trapo agarrado. La mueve en círculos para sacar las manchas de sangre que ya se secó.
Estamos hablando, por qué no me mirás y largás ese trapo.
María Eugenia sube los ojos y sabe que va a gritar las palabras que tiene para decir. Y las grita.
No sirve de nada que te explique. Vos nunca entendés nada.
¿Y qué me tiene que explicar su eminencia?
Hace diez años que no veo a Leandro. Pero sé que está bien, haciendo su vida. Ahora te aclaro algo, si él se muere, yo me muero, ¿entendés? ¿Eso lo entendés?
Qué putita que sos, siempre fuiste igual.
María Eugenia sigue mirando a Javier que se va al living. Lo último que ve de él es una espalda vestida de camisa a rayas. Los de las empanadas no mandaron la guía de repulgues. El cuchillo en la mano de María Eugenia comienza a hacer pequeños cortes que revelan el contenido jugoso.
Ilustración: Llorar mares y que se te queden dentro, por Paula Bonet