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«No hay escapatoria para la casta maldita. Tras un sinfín de amaneceres insulsos, alguna madrugada verás monstruosas figuras observando tu despertar»

Aprendí a deslizarme por los recodos de la marginalidad, repté silenciosa los caminos pedregosos, me cobijé entre los frondosos lanares de la mediocridad. Cálida, resguardada de las tormentosas imágenes que me seguían y a las que por mucho tiempo evité medrosa.

Camaleónica, me solacé abrazando el gris de la ciudad podrida, hedí complaciente mi normalidad. ¡Qué felices son los citadinos que se conforman con respirar cánceres fragantes, sordos del llamado del viento, ciegos de las horripilancias fantasmales y sus correrías en noches de luna!

Reprimí las compulsiones, ardorosa. Extenuada a veces me abandoné al vacío. Me adherí a la nada, zambulléndome ágil en el fárrago de la locura. ¡Maldita; una y otra vez enloquecí de certezas!

En un rincón de olvido me ocultaba cuando tomaste tu arco dorado y lanzaste tus venenos resplandecientes. -¡Eras tú Sibilina!- Esquivé cuanto pude las acometidas mientras furiosa te sorprendió mi atrevimiento. Así las flechas y acepté el desafío. Fuimos adversarias, guerreras sardónicas. Yo, digna de ti. Tú, digna de mí. Delirábamos, ¿lo recuerdas Sibilina? Desvergonzadas, borrascosas, hialinas, riendo en medio de la devastación cuando las ruinas humeantes coronaban nuestras batallas.

La bruma y su encanto. La bruma y su misterio. La bruma y tú. Aguardé tu provocación. Contumaz y desolada permanecí inmóvil. Debí suponer, presentir, presagiar… Fui al encuentro impetuosa y me afiebré en templos y lupanares pero no te hallé. Todas las palabras que no escribí ni pronuncié me acechan, todos los seres que no parí me rodean hostiles. La visión de sus cuerpos maltrechos me desgarra, y sus carcajadas laceran mis oídos. Grotescas formas se abalanzan empujándome al abismo. Necesito huir… ¿Dónde se va cuando la vacuidad nos amenaza?

Quisiera no tener memoria Sibilina, para no anhelarte, pero esta lejanía y ausencia impuestas cruelmente sólo consiguen aguzar mis sentidos y al fragor de tu silencio, resonar en los rincones de mi delirio tremebundo. Bajo un cielo escaldado te busco Sibilina, licuada el alma, ¡Te necesito! -Tenías razón: La necesidad es la perdición-.

Avanzo lastimosamente y en la agonía en la que me has dejado veo acercarse la consumación de tu obra. ¡Ya lo he descubierto Sibilina! Viniste a presentarme el destino, a incrustarme verdades, a desnudarme de opacidad, pero en el despliegue de los senderos engrillé tu pie al mío. No debía ser así criatura todopoderosa. ¡Qué frágiles son los dioses cuando pierden su libertad! Palideció tu arrogancia y tras la vergüenza sobrevino la huida. El derrumbe de los hielos te desmembró dolorosamente y a pesar de tu ira más profunda esa mirada perdida tuya fulguró melancólica.

Perversa Sibilina, me ungiste y abandonaste. Y yo no tengo un séquito que me desampare ni un monte donde ir a clamar misericordia mientras las sienes me llueven de rojo. Me mostraste la oscuridad perpetua. -¿En qué otro paisaje se puede brillar más notoriamente?- Reíste satírica.

Abominable Sibilina, inútil es la búsqueda. No develarás tus secretos ni me dejarás traicionarte con un beso. No transitarás por mi caos, ni atropellarás mis resistencias. ¿Alguna vez deambulaste por eriales cubiertos de viscosos desenfrenos?

¡He aquí tu obra! Transida, herética me vuelvo gárgola fatua y envuelta en la herrumbre de mis temores te espero Sibilina. ¡Espero que vuelvas a bruñir mi coraza, hasta que reverberen las alturas a las que llegarás a alzarme!

Ilustración: Kris Lewis