sergey-kritskiy

I

Escuchamos venir al océano mercante
pero nunca sabremos
quién será el último comprador,
aquel que escupirá
la carne del corazón animal.

Piensa, medita a la Bestia
el peso en los túneles
del hogar que construiste,
la ficción de los suelos rasos
donde la trascendencia
es humillada hasta el éxtasis.

Vuelve al pueblo
con las manchas imperdonables
de quien tomó la decisión
que lo separa del amor
para observar su milenaria consunción,
impregnado de aquella humedad
que invoca a las personas a reunirse
en sus pequeños círculos dorados:

Por qué no debo matar,
vengarlos con el golpe de la naturaleza
¿es el temor al total silencio
en la traición del origen?
La justicia humana, la justicia divina
pertenecen al mismo reino
de colmillos ardientes:
en mis sueños salvajes con la libertad
somos un solo monstruo
cuyos signos encandilan a los recién nacidos.
La raza perfecta
ávida de la raza perfecta.

Tiempo y aliento,
comprende
la distancia entre las ruinas
y resuelve a la Bestia.

II

Lo busco desde las diásporas de los barrios
que sobrevivieron
a la sospechosa solemnidad del enrolamiento.

Le di de comer alguna vez
cuando no podía darse cuenta de las manchas rojas en mi camisa
blanca, sedienta y terrosa
como las banderas de los países al borde de desintegrarse
en la suerte tangible del caos.

Busco el cuerpo, aquel que tiene una estrella
deformada en el pecho
pidiendo que la razón mantenga la profundidad de los secretos
por los que no confía en el destino exhibido
en la antorcha de las leyes.

Alguien, niño y rapaz grita
-no esperen a perder la potestad
de sus hogares levantados
sobre el alimento puro de la tierra ilícita,
la verdad y el derecho sobre los callejones en los que se forja
el capital de las naciones,
no esperen las lágrimas en las mejillas del santo de la cumbre
para decidir tomar las armas,
no releguen a las instituciones la ritual labor de construirlas-.

Te he traído tu manto, general
esta vez para que permanezcas frente
a los grabados de los pilares
y escuches los ruidos
del arte que siendo creado para los templos
en su destrucción
formula su mensaje auténtico:
escribe el libro de la ira y la salvación
imitando la belleza lóbrega del ciclo de los elementos.

Te he traído tu manto, general
y la daga que explica
en la figura de su excitación
la causa única.
No me des aquel puñal que hiciste tuyo,
la fábula tergiversada incitando una nueva conjura
contra los puños del mundo primigenio
renacidos en nuestra intuitiva negación
a bailar sin pesar ni furia,
revividos en el instinto de buscar el engaño
del diagrama de los nuevos continentes:

El depredador no ataca en nombre de la moral
que redime la culpa por la pobreza,
lo hace desde el frío de la fe.

Soy tan traidor como tú al aceptar las leyes de la naturaleza,
por no tener el valor para escuchar y crear
la ciencia de los pueblos.

III

Mantén el frío dentro
hasta que enferme la voz que describe
la apariencia de las emociones.
Realiza el rito del desayuno solitario.

He dado un falso testimonio
para recrear
la oscura serenidad,
no hubo presentes envestidos
con el rol de revelar el secreto,
la última estación
debe exhibir
la fragilidad del desnudo.
Sé que los poseí
porque pude concebir destierros,
el viaje común
por la rabia de ser una creación.

Ilustración: Sergey Kritskiy