Comencé la mañana perdiendo el metro por unos instantes. Lo vi alejarse cuando me asomaba al andén. Decidí sentarme, observando a la gente esperar el siguiente tren. La mayoría se concentraba en el periódico de la mañana, quizá aislándose un poco más de la gente o simplemente dejando pasar el tiempo lo más rápidamente posible. Otros miraban nerviosos sus relojes y la oscuridad del túnel, como si eso sirviera para dotar mayor velocidad a los vagones. Él no lo hacía ningún punto concreto, solo dejaba su mirada estar en el aire, aislada y simple. Fue la primera vez que lo vi. Estaba solo. Parecía ausente, alejado de este mundo. El metro llegó. Nos tocaron distintos vagones.
Lo volví a ver al día siguiente. Seguía solo y ausente. Esta vez lo seguí hacía el mismo vagón. Me quedé de pie frente a él. Se sentaba junto a un veinteañero desarrapado y medio dormido con una mochila sobre su regazo. Saqué mi libreta y, aguantando el pulso con dificultad, anoté: «piel morena. Ojos oscuros. 30-33 años. Pelo corto, también moreno. Posible personaje». Se bajó en la siguiente parada.
Esta vez conseguí sentarme. Aún continuaba con la mirada perdida en algún lugar muy remoto. Me fijé en su muñeca y observé que no llevaba reloj alguno, únicamente una gastada pulsera de cuero que de vez en cuando rozaba con sus dedos. Salió del vagón tranquilo, a pesar de que a su alrededor le indicara que corriera lo más deprisa posible. En ese instante comencé a imaginar su historia:
Lo despertaron el chillido de las gaviotas. Su boca todavía sabía a sal y sus huesos le crujían dolorosamente. No recordaba nada de lo que le había podido suceder. Solo vagos reflejos y sombras informes que le confundían aún más. Estaba descalzo, con las ropas rasgadas y desteñidas, que sugerían un pasado insólitamente lujoso…
Me situé a una distancia prudencial, donde no pudiera verme. Quería observarlo con más detalle. Hoy parecía más animado. A veces sonreía sin motivo aparente. Me fijé que no llevaba su pulsera e inquieta, le vi desnudo sin ella, como una sensación extraña de cercanía.
Caminó sobre la arena pesadamente. No sabía dónde ir. Solo que no podía seguir tumbado y compadeciéndose de su mala fortuna. Cuando ya no pudo más, se detuvo y miró a su alrededor para ver si podía orientarse de algún modo. Pero solo veía el mar y un frondoso bosque al cual aún no se atrevía a entrar. Siguió caminado y, sobresaliendo de la arena, distinguió un pequeño botón negro…
No lo encontraba. Había recorrido tres veces el andén de un lado a otro y no existía ni rastro de él. Tuve la impresión de quedarme vacía. En solo cuatro días había conseguido que le tomara cierto afecto. Sabía que eso era ridículo, que podría tratarse de una persona odiosa y sin cerebro, alguien con quién no compartiría jamás el ascensor voluntariamente. Pero era mi personaje y no le iba a dejar vagando eternamente por la arena. Era una cuestión de principios. Al menos recordaba bien su imagen y podía manejarle sin problemas.
Cogió el botón con los dedos y lo examinó detenidamente. Era verdaderamente extraño. En él no se reflejaba la luz en absoluto. Además, era una circunferencia perfecta, sin ningún defecto ni ralladuras que pudieran haberle provocado la arena o el mar. Pero lo más extraordinario de aquel botón era, sin duda, que solo poseía un enorme agujero justo en el centro, impecablemente cuadrado…
Estaba terminando de escribir la idea del botón, no muy segura de ella, cuando una voz me sorprendió detrás de mí. «Perdona. Se te ha caído esto». Era él. Había vuelto a aparecer. Un día creías no verle más y el lunes siguiente allí estaba, sonriendo y alcanzándote tu bufanda del suelo. Me puse nerviosa como una adolescente y no acerté a pronunciar palabra. La gente me obligó a arrinconarme a diez personas entre los dos. Solo lo intuía por momentos, pero ya no pude dejar de pensar en él.
Al fin se atrevió a adentrarse en el bosque, no sin respirar tres veces profundamente y escrutar detenidamente el paso que parecía más seguro. Llevaba encerrado con el puño de su mano derecha el pequeño botón negro, aferrado a él como si fuera su única esperanza…
Desde el momento en que lo volví a ver, supe que el relato acabaría en sus manos. Sería suyo para siempre y ya no me pertenecería más. Pero debía terminarlo pronto, las vacaciones estaban muy cerca y quizá a la vuelta ya no sabría más de él.
Era un bosque sombrío y gris, como de piedra.- Escribía de madrugada, con una pequeña lámpara, sobre un cuaderno azul de anillas ya demasiado gastado.- Y existía un silencio opaco y tenso, como si no hubiera ninguna criatura viviente alrededor. Caminaba vacilante y temeroso, siempre aferrado a su botón negro. Entonces, desde algún punto indeterminado, surgió un olor agradable y familiar. Sí, al fin algo no resultaba dolorosamente indiferente y extraño. Al fin algo sobre lo que comenzar a descubrir quién era realmente. Se dirigió hacia el olor más decidido y seguro de sí mismo, como si aquel vago recuerdo fuera la solución a todos sus problemas. Siguió aquel aroma casi a ciegas, moviéndose por el bosque con facilidad, a pesar de sus pies descalzos y su fatigado cuerpo. Llegó a un claro tapizado de flores blancas. En el centro se erigía una pequeña cabaña de madera. Se acercó a ella despacio, midiendo cada paso. El olor parecía provenir de la parte de atrás, posiblemente la cocina. Se paró a unos pocos pasos de la puerta. Estaba abierta. No se percibía ningún ruido del interior. Esperó unos instantes y entró, ya sin pensar demasiado. Era solo una gran habitación vacía excepto por una esfera rojiza y brillante que, situada justo en el centro, invitaba al desafío de quien cruzara la puerta. Pero también oculto en un rincón, humeaba un pequeño caldero aparentemente cotidiano. Sin embargo, un impulso demasiado fuerte para resistirlo le empujó hacia la esfera. Al sentir su contacto, una nítida imagen vino a él. Estaba de pie, agarrado a una barra de metal clavada en el suelo. Con mucha gente alrededor y una curiosa sensación de que el suelo avanzaba hacia delante. – Me entró hambre y fui a la cocina a comer algo. No había gran cosa. Cogí una manzana y me senté a comérmela sobre la mesa de la cocina. No estaba muy convencida de aquel contacto con la vida real, pero tampoco estaba muy segura de que significaba aquel maldito botón negro, así que no debía importar demasiado.– Quedó aturdido sobre el suelo, confuso y con una sensación de haber envejecido diez años más…
La última noche soñé con el andén completamente vacío salvo por él, que permanecía inmóvil, de pie, como siempre mirando hacía nada en particular. Pero la mañana apareció con más gente que nunca. Apenas podíamos movernos sin molestar a nadie. Lo vi entre las innumerables cabezas que nos metimos, a empujones, al interior del vagón. Solo pude ver su rostro, pero sabía que algo andaba mal.
Desapareció del andén durante tres días. En aquel momento no sabía continuar su historia si no lo veía regularmente. Pero apareció. Ya no era el mismo de siempre. No era que le faltara una pulsera o sonriera más de lo habitual. Simplemente, había dejado de ser la imagen que siempre fue.
Le daba vueltas una y otra vez a aquella visión. No comprendía que podía ser. Nada de lo que había visto le resultaba siquiera vagamente conocido. Era un mundo muy extraño y alejado de este. Aún permanecía en su mano el pequeño botón negro. Lo examinó nuevamente. Ahora estaba distinto. Ya no tenía aquella superficie increíblemente pulida. Se veían pequeños roces e imperfecciones y sobre su superficie, surgía un débil reflejo cuando se exponía al Sol. Cuando vio el reflejo, recordó el motivo de su presencia. El olor agradable y familiar que aún humeaba cerca de allí. Sintió hambre y nostalgia. No tuvo más remedio que obedecer sus pasos y su instinto. Era sopa. La sopa que siempre había comido. Volvió a recordar lentamente. A retazos. Las imágenes comenzaban a fluir por su memoria suaves y silenciosas. Ya no se sentía tan cansado e inquieto. Ahora sabía todo lo sucedido…
Vagabundeaba por las calles de la ciudad en busca de su final. Todo comenzaba a carecer de sentido. Había estado demasiado tiempo obsesionada con aquella persona. Y todo porque creía que debía encontrar un final a su historia y acabar con todo para siempre. Sabía que era un rey perdido en un naufragio. Que su tripulación eligió el camino equivocado. Era fácil adivinar que fueron traicionados por el consejero de la corte. Y su poder residía en la esfera. Un poder extraordinario que lo lanzaría a nuestro mundo y lo desterraría allí para siempre, condenándolo a ser invisible e indiferente. Acaricié el botón por debajo de mi chaqueta. No recuerdo desde cuando está conmigo. Supongo que desde siempre. Claro que han ido cambiando de aspecto a medida que me abandonaban, lanzándose en alcantarillas o esfumándose en tambores de lavadora. Había que irse a casa, el relato ya estaba terminado.
Y el pequeño botón negro, ahora gris y mutilado, fue su único vínculo con aquella tierra olvidada por todos que una vez reinó más allá de cualquier horizonte desconocido.
Se lo entregué en un sobre cerrado con mi propia saliva. Pareció muy desconcertado en un principio, pero le hice comprender que solo se trataba de un regalo de un desconocido a otro desconocido. Que de vez en cuando conviene recordar que no habitamos solos en esta ciudad, aunque continuamente nos estén convenciendo de lo contrario. No sé si me escuchó realmente. Al menos me sonrió y lo aceptó sin decir una palabra.
Al día siguiente vi el sobre tirado en medio de los raíles. Aún permanecía cerrado y frágil. La gente a mi alrededor se abalanzaba sobre el andén porque el metro estaba a punto de llegar. Desde el fondo del túnel ya distinguían los dos faros avanzando hacia la estación. Avancé unos pocos pasos más y cuando los vagones irrumpieron de las sombras… lancé el pequeño botón negro hacia los raíles.