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Siempre he vivido en calles de poetas. En Valencia he tenido y tengo dos casas. La de mis padres y la mía. Y las dos están en calles con nombres de poetas. Pero yo no nací en Valencia. Oficialmente, según mi documentación, nací en Rocafort, un pueblo situado a muy pocos kilómetros de Valencia. Allí viví hasta los 4 años. Y luego no he vuelto nunca. Sin embargo sé, porque me lo contó mi padre, que allí vivíamos en la misma calle donde estaba la casa en la que Antonio Machado pasó unos meses en plena Guerra Civil, antes de su huida definitiva a Francia.

Hace años viví en una ciudad de la provincia de Alicante. ¿Y dónde fui a parar? Pues a la avenida Miguel Hernández. Otro poeta. Por lo demás siempre he vivido rodeado de libros. Entre gente que apreciaba la cultura. Eso va dejando su poso, su huella. ¿Soy escritor por ese motivo? Algo tendrá que ver, desde luego.

Cultura… Y también historia. Mi padre nació en la Torre de Canals, que toma su nombre de la torre señorial de la familia Borja. Allí nacióCalixo III, el primer papa Borja (los famosos “Borgia”, con el apellido italianizado, que además de su leyenda negra fueron los introductores del arte renancentista en España, pues con los papas siempre viajaba un séquito de personalidades y de artistas). Mi madre nació muy cerca, en Játiva, cuna de Alejando VI, el segundo papa Borja (el papa que con las “Bulas inter caetera” permitió a los Reyes Católicos la colonización de América). Játiva es una ciudad muy culta, muy señorial, muy rica que tuvo muy mala suerte. Luchó en el bando de los Austrias, en la guerra que ganaron los borbones. Y lo pagó con su incendio y destrucción después de la derrota en la Batalla de Almansa de 1707. Incluso tuvo que sufrir la humillación de ser privada de su propio nombre. Los vencedores le cambiaron el nombre por San Felipe, puesto que el candidato borbón era Felipe de Anjou, que luego fue Felipe V.

La ciudad resurgió de sus cenizas (literalmente) pero aún hoy el apodo de sus habitantes es “socarrats”, que en valenciano significa “quemados”. La historia ni se olvida ni se quiere olvidar.

Luego le tocó vivir otras guerras, como las carlistas, donde tuvo relativa suerte, pero llegó la Guerra Civil y le tocó (y también quiso estar) en el bando republicano. Fue bombardeada por la aviación fascista y le tocó perder otra guerra. Esa guerra me pilla más cerca y por eso mi abuelo me contaba historias de cuando se fue a luchar al frente de Teruel, donde vivió una de las batallas más duras de la guerra, de una guerra con batallas durísimas. Mi abuelo pudo volver a casa y la historia de mi familia es la que es. Si una bala se hubiera cruzado en su camino yo no estaría ahora aquí.

Cultura, historia… ¿Qué falta? Paisaje. El paisaje de la infancia. El paisaje de la adolescencia. El paisaje que me ha acompañado toda mi vida. Yo me he criado entre naranjos y pinos, siempre entre el mar y la montaña, bajo cielos inmensamente despejados y azules y atardeceres espléndidos, atardeceres tan llenos de color y de serenidad que parecen irreales, atardeceres que a mí me recuerdan los cuadros renacentistas y barrocos, sobre todo los de los pintores venecianos. Esas cosas marcan. Esas cosas dejan su poso, su huella honda. Y luego uno acaba escribiendo poemas y fotografiando cielos con nubes. Por algo será…