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Otro día más. Paseo por Ciudad Angustia, escuchando melodías, a todo volumen, de mis auriculares, con la pretensión – en el fondo, soy muy cándida – de distraerme de estas puñeteras e idénticas calles enrevesadas y que me compungen nada más pisarlas. Roxette, Louis Amstrong, Pat Benatar, The Pillows, Blondie, Enigma, The Moody Blues penetran en mis oídos mientras camino y observo, distraída, esta urbe que permanece inmutable en el tiempo: los mismos edificios, los mismos peatones cruzando las mismas aceras, el mismo tráfico histérico de hora punta controlado por los mismos semáforos, los mismos árboles que dan la misma sombra, los mismos chiquillos de las escuelas martirizando a padres pusilánimes en los mismos toboganes y en los mismos columpios. Ciudad Angustia no huele a humo, ni a césped recién cortado, ni a sudorosas camisas de inquietos turistas que visitan los vestigios monumentales, ni a macetas con claveles o gitanillas que adornan paredes, ni a churros con chocolate caliente: huele a lágrimas derramadas, a besos francos, a abrazos embusteros, a ilusiones trituradas por mi poca valentía, por mis escasos recursos, por mi puta mala suerte, yo que sé. Desde que la melancolía anidó en mi torso, Ciudad Angustia me duele, y ella lo sabe, se mofa de mí y de todos los soñadores; cuando abandoné el hábito de ingerir pildoritas de colorines para espabilar y pelearme con el mundo, se me hizo más duro adentrarme en estos laberintos por rutina, esa misma que me arrastra a la cordura. La inercia me salva: entrar, trabajar, salir, trabajar; regresar al barrio, comer, trabajar, trabajar, trabajar y dormir. Ciudad Angustia es soledad: a pesar de todos estos años, este pequeño lugar que me vio crecer me desorienta como a un perro sin amo, porque no reconozco este asfalto, estos jardines, estas ruinas históricas, este cielo azul, porque yo me sé extraña en tierra propia. Y Ciudad Angustia lo sabe, lo sabe todo, la muy hija de puta, sabe que me duele, sabe que no vagabundeo por sus rincones para despistar a la nostalgia, sabe que soy ridícula y detestable por renegar de mis raíces (le agrada acuchillarme la conciencia con eso), y sabe que tiene parte de culpa, más ella es tan sólo la ciudad donde me tocó nacer, porque ella no era causa directa de la enfermedad. Consuelo de bobos: es más sencillo acusar al ajeno de las desgracias propias. Pero Ciudad Angustia se me desploma encima: todo lo que la conforma, absolutamente todo, me conduce al lado oscuro de mi memoria, en esa trama del cuento de mi vida donde yo era un ser penoso y gris, y que deseo borrar, pero es imposible, porque el pasado es como un parásito que te pellizca los intestinos con sus patitas y se aferra a tu sangre hasta el fin de tu existencia.

 

Y ahora que me estoy ahorrando un dineral en Xeroxat, Dorken y Prozak, a pesar de que hace lustros rasgué las cuerdas de marioneta que me esclavizaban a la amnesia cerebral, yo sé que aún no soy libre del todo: me condené a aceptar que ser yo misma tiene un precio caro.

 

Muy caro.

 

Y Ciudad Angustia se deleita, la muy infame, escudriñando como afronto todos mis interrogantes, con la absoluta certeza de que jamás

jamás

jamás

tocaré

ni

una

sola

respuesta.

 

Porque yo no puedo escapar de ti, Ciudad Angustia,

 

 

 

 

 

 

y tú de mí, tampoco.

 

(Poema de “Píldoras de Papel”, en prensa).

 

Ilustración: Sor Bonifacia, de H. Emmanuel Figueroa

 

Ana Patricia Moya (Córdoba, España, 1982). Estudió Relaciones Laborales y es Licenciada en Humanidades por la Universidad de Córdoba. Ha trabajado como arqueóloga, joyera, investigadora de fondo antiguo, correctora, documentalista, etc. Actualmente, es otra inútil que engrosa las listas del paro de su país y es directora \ culpable de Editorial Groenlandia (proyecto cultural sin ánimo de lucro especializado en publicaciones digitales). Ha publicado “Bocaditos de realidad”, “Material de Desecho” (poemarios) y “Cuentos de la Carne” (relatos). Sus textos han aparecido en distintas publicaciones, impresas y digitales, de España e Hispanoamérica, así como en antologías literarias. Ha obtenido, por sus despropósitos lírico-narrativos, alguna que otra mención. Ha sido traducida parcialmente a seis idiomas. Actualmente, prepara la segunda edición de “Cuentos de la carne”. En breve, publicará su cuarto libro, de poesía, “Píldoras de papel”.