manos-kbelmar

La verdad es que lo conocí, te acercaste a la persona mas indicada con tu duda porque yo lo conocí, vivía al lado mío, era un gallo con manta de Castilla. En el sur los que tienen una manta de Castilla son bien vistos, es como tener una chaqueta de cuero aquí en Santiago. O un abrigo de piel. Éramos vecinos con el chacal, nuestra casucha quedaba como a un kilómetro de la suya. No vivíamos mal; mi papá era maquinista en la mina, no un minero cualquiera. Con eso nos asegurábamos un buen pasar. Pero había otros, los mineros rasos, que no ponían más que unos palos levantados a modo de casa, sin cocina, con un fogón en el suelo, una pura pieza, los chiquillos cochinos y el agua que tenían que traerla de la quebrada y ellos se alojaban lejos. Por suerte, como mi papá era maquinista, nos habían dado una casa que quedaba al lado de la quebrada. Lo pasábamos bien, me acuerdo, con un kilómetro cuadrado de patio para jugar con los vecinos. El chacal no tenía hijos ni mujer. Vivía con la mamá. Como tenía estudios lo habían dejado de capataz. Todos se burlaban de él, le decían el supervisor, porque siempre andaba con las manos a la espalda, mirando a los demás trabajar, sin ensuciarse las manos por ayudar.

No, no lo queríamos, nadie lo quería y por eso cuando pasó lo del crimen la gente lo quiso linchar a cadenazos, era un bruto, un animal, y eso que tenía estudios y buena ropa.

No sé cómo pasó, con detalles, yo andaba en el colegio con mi hermano, caminábamos dos horas para llegar a Antilhue, ahí estaba la escuela, era hasta cuarto básico, pero aprendimos a leer y a hacer las cuatro operaciones y también nos enseñaron donde quedaba Chile. En la noche había llovido, nos llenamos de barro en el colegio. De vuelta estábamos cochinos, seguro que nos pegaba mi papá, pero nos seguimos embarrando igual, corriendo por los pastizales; medio nerviosos veníamos llegando y fue la mansa sorpresa ver a tanta gente reunida, donde los vecinos del otro lado de la quebrada.
Los habían matado a todos, la casa llena de sangre, claro, yo tenía como ocho años, queríamos reportear la copucha, entre las piernas de la gente. Unos carabineros habían dejado los caballos abajo del cerro, subieron a pie y ahora hablaban con la gente y con el caballero que lloraba descontrolado, su mujer muerta, sus hijos, la sangre, la casa destrozada por el hacha, porque eso dijeron los carabineros, se notaban los golpes y la mordedura en la madera. Mi papá estaba hecho una furia, querían agarrar al desgraciado, saber quien había sido, la gente gritaba y lloraban algunos, con insultos, una escena bien fuerte.

Vimos a la Natalia. Nos contaron que era la única que había quedado viva, el asesino la creyó muerta, le había llegado el golpe del hacha en la boca, no le quedaban dientes, la estaban atendiendo los médicos de la mina. Nadie sabía que el asesino era el chacal, incluso el muy maldito estaba ahí también, interesado por la familia, haciéndose el inocente, menos mal que no vio a la Natalia en ningún momento. «¡Cómo no se dieron cuenta!», decía el chacal, actuando su papel, «¡cómo no iban a escuchar los gritos!». Dio algunas órdenes a los mineros a su cargo. «¡Como nadie los ayudó!», repetía. Lo miraban sin sospechar, pero yo me acuerdo que su cara daba miedo.

En la posta de Antilhue pudieron calmar a la Natalia, le dieron pastillas y contó quien había sido, no dijo el nombre, pero lo describió, trató de violar a mi mamá, mi mamá estaba embarazada, ella se defendió, el chacal pescó el hacha de mi papá y la mató, después se le fue a mis hermanos, nos tratamos de arrancar, pero él tapaba la puerta, mis hermanos más chicos estaban durmiendo, no se dieron cuenta. Le tiré unos fierros, pero él se cubrió con la manta de Castilla, «¿Así que tenía una manta de Castilla? ¿Y conocía a tu mamá?», sí la conocía, vi como se hablaron un rato en la puerta, eso dijo la Natalia, bien lento, no así como se lo explico.

Entonces los carabineros y los médicos supieron quién era. Pupunahue era un pueblo chico, conocían bien al supervisor y su manta de Castilla, de los pocos que tenían una. Fueron a la casa de él, al lado de la de nosotros, lo hallaron durmiendo a pierna suelta, lo despertaron a palos, la mamá algo sabría, porque ella fue la que le lavó la ropa, imagínese, la tenía llena de sangre, a lo mejor le dijo una mentira a la señora para tranquilizarla o puede que la vieja haya sido tan bruta como el chacal y la lavó sin asco. Dan ganas de patearlo, incluso ahora, que ya fue hace tantos años. Los carabineros lo sacaron esposado, lo llevaron a la casa de la Natalia, la gente lo esperaba hacía rato, lo vieron llegar y se tiraron arriba de él, lo querían matar, a cadenazos, como le dije, los mineros no son como la gente de aquí, ellos si que son hombres, y a pesar de eso lloraban por los niños muertos. Por eso le pegaron tanto, lo patearon en el suelo, los carabineros miraban de un rincón, esperaron media hora y lo sacaron del tumulto. Se lo llevaron en un vehículo, escoltado por los caballos. Lo metieron preso, le dieron la pena de muerte. Después el presidente de la época se la rebajó a cadena perpetua con salida a los 20 años por buena conducta. La gente lo halló poco, hablaron de influencias de la familia, pero después se consolaban sabiendo cómo les va en la cana a los malditos como él.

El asunto salió en los diarios. En «Crónica Roja» lo bautizaron como chacal de Pupunahue, que gallo más malo, no como el otro chacal, el de Nahueltoro, que ese fue por ignorancia, hizo lo que hacen los animalitos cuando no quieren que los hijos sufran. Pero éste no, era un gallo instruido, era malo no más, imagínese querer violar a una mujer embarazada, matar a siete niñitos, aprovechando que el padre estaba en la mina de carbón, adentro del cerro. Imagínese.

 

Ilustración: K Belmar, Valdivia